DE LA REPUBLICA DE LAS LETRAS A LA REPUBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY. EL NEOCLASICISMO EN LA FORMACION DEL ESTADO Y EL SUJETO NACIONALES (1 811-1 837) by Julio Omar Karamán Chaparenco A THESIS SUBMITTED IN PARTIAL FULFILLMENT OF THE REQUIREMENTS FOR THE DEGREE OF DOCTOR OF PHILOSOPHY in The Faculty of Graduate Studies (Hispanic Studies) THE UNIVERSITY OF BRITISH COLUMBIA (Vancouver) November 2010 © Julio Omar Karamán Chaparenco, 2010 ABSTRACT This dissertation examines the role played by Neoclassicism in the nation- building process in Uruguay during the first third of the 19th century (1811-1837). Strongly influenced by the Enlightenment and the French Revolution, literary Neoclassicism celebrated the dreams of modernity of the ruling class and its intellectuals. Sophisticated literary texts, political materials and propaganda loaded with references to the Graeco-Roman culture appealed to the most educated individuals to enlist them in the ranks of the revolution, first, and later as active members of the civil society. One of those Neoclassic writers, Bartolomé Hidalgo, also developed a different poetic language, the Gaucho genre, to include illiterate rural masses into the modernity project. My study investigates the way literary Neoclassicism worked on pre-existing cultural materials to create a set of symbols, references and role models both for the citizen and the state. My working hypothesis suggests that being Neoclassicism a closed, strictly organized system, it was very well suited to express concepts like institutional order, political stability and reign of the law to set the foundations of the state. Gaucho genre, on the other hand, operated as a counterbalance to those perspectives, both in terms of its literary language as well as in its criticism to the task of inserting a bourgeois modernity into a pre-capitalistic society. The dialogue and tension between Neoclassicism and Gaucho genre can therefore be read as the confrontation of two different projects related to the role of the learned and the popular. The dissertation is divided in four chapters. Chapter 1, “Los letrados, gestores de sueños”, explores the influence of European thought in the building of the state as well as the role of the learned. Chapter 2, “El estado y Ia institucionalidad”, studies the use of Graeco-Roman references in the writing of the liberal agenda and how it was contested by the Gaucho literature. Chapter 3, “La construcciôn del sujeto republicano”, discusses the way the inclusion/exclusion of individuals as citizens was processed. Chapter 4, “El legado del Neoclasicismo fundacional”, links public spaces and popular demonstrations to show the dialogue between Neoclassicism and popular culture in contemporary politics. III TABLA DE CONTENIDOS Abstract ii Tabla de contenidos iv Lista de imágenes v Reconocimientos vi lntroducciôn I Presentación 1 Lo culto y lo popular en Ia genesis del Estado Oriental 4 Aproximaciones crIticas 7 Objetivos de Ia tesis 12 Capitulo 1 - Los letrados, gestores de sueños 16 Bases ilustradas del discurso politico 28 Los sacerdotes en Ia vanguardia de Ia revolución 35 La pluma y Ia espada 41 Lagauchesca 62 CapItulo 2 - El estado y Ia institucionalidad 72 La musa civica y los orIgenes del teatro 73 La constituciOn 83 Uruguay, tierra privilegiada 88 Educación y revoluciôn 94 La mirada gaucha 100 CapItulo 3 - La construcción del sujeto republicano 109 Epica patriôtica 118 La representación de las minorlas 135 Capitulo 4 - El legado del Neoclasicismo fundacional 150 Espacios püblicos y actos de masas 150 El retorno a los orIgenes 154 Conclusiones 159 lmágenes 164 BibliografIa 177 iv LISTA DE IMAGENES 1 - Montevideo y sus murallas 164 2 - Escudo de Ecuador 164 3 - Escudo de Argentina 164 4 - Escudo de Chile 165 5 - Escudo de Peru 165 6 - Escudo de Guatemala 165 7 - Escudo de Uruguay 165 8 - Cabildo 166 9 - Catedral de Montevideo 167 10 - Puerta de Ia Ciudadela 168 11 -Templo Inglés 169 12 - Rotonda del Cementerio Central 170 13 - Estatua en Ia Plaza de Cagancha 171 14 - Obelisco a los Constituyentes de 1830 172 15-LaLibertad 173 16-LaLey 173 17-LaFuerza 173 18 - Palacio Legislativo 174 19 - Plaza lndependencia 175 20 - Casa de Gobiemo 176 V RECONOCIMIENTOS Este trabajo no hubiese sido posible sin el apoyo, Ia calidad humana y Ia infinita paciencia de ml comité de tesis. A mi directora, Dra. Rita de Grandis, le debo el estImulo para continuar trabajando en un proyecto en el que queda todavIa mucha tela por cortar. A Ia Dra. Kim Beauchesne y al Dr. RaüI Alvarez Moreno, mi agradecimiento por su tiempo, sus meticulosas lecturas y sus certeras orientaciones crIticas y estilIsticas. Agradezco también a quienes me proporcionaron consejos, crIticas e indicaciones bibliograficas: Ia Dra. Veronica Muñoz, el Licenciado Juan Introini, Ia profesora Victoria Herrera, Silvana, Gerardo y Mirtila. Para terminar, un reconocimiento muy especial a Paula, companera siempre en todas las trincheras. vi Introducción Presentación El territorio de lo que es hoy el Uruguay, antiguamente Banda Oriental, comenzô su emancipacion de España en 1811. Como culminaciôn de un azaroso proceso que comprendiO experimentos federalistas y descentralizadores (1811-1816), dominación luso-brasileña (1817-1828), insurrección (1825) y declaración de independencia (1828), para 1837 ya se hablan establecido las lineas generales del estado-nación y se habia comenzado a afianzar el programa ideolOgico, politico, social y cultural de su clase dirigente. El emblemático 1811 marca calendáricamente el primer gran triunfo de las fuerzas revolucionarias lideradas por José Artigas (1764-1850) cuando sus milicias ganan Ia primera gran batalla a los realistas en Las Piedras (18 de mayo de 1811), seguida por el primer sitio de Montevideo. Artigas se instituye más tarde como el procer inspirador de un movimiento fuertemente autonómico y federalista de Ia Banda Oriental, oponiéndose a su condición ancilar con respecto a Buenos Aires.1 El año 1811 viene asi a inscribiren el continuum de Ia vida colonial en Ia margen este del rio Uruguay Ia irrupciôn de un tiempo otro, cambiante y revolucionario, a partir del cual cobran sentido una serie de hechos previos, aparentemente desvinculados entre Si, que en definitiva habIan preparado el terreno para el inicio de Ia lucha contra el poder I La Banda Oriental, además de disponer de ingentes riquezas ganaderas, contaba con varios puertos estrategicos, de los cuales el de Montevideo obtuvo grades privilegios comerciales por parte de Ia corona. Esto Ilevô a importantes rispideces con el gobierno de Buenos Aires, que siempre quiso ocupar una posiciôn de preferencia, ya en los tiempos coloniales, ya luego de Ia Revoluciôn de Mayo de 1810. (Machado 10). I español. Entre ellos debemos resaltar Ia marginacion social de amplios sectores de Ia población de Ia campana, particularmente los gauchos; Ia oposicion al monopolismo colonial por parte del sector terrateniente; Ia prédica liberal del clero más progresista y el ascendiente innegable de Artigas como Ilder de las masas rurales. En retrospectiva, esos fervorosos momentos iniciales serán los primeros pasos que Ilevaron a Ia Banda Oriental a constituirse en Ia Repüblica Oriental del Uruguay menos de veinte años después.2 En este proceso independentista el poder arengador de Ia palabra poética, entendida en un sentido ampllo como creación literaria, se constituyo en parte consustancial, integrando Ia lucha con Ia espada a Ia lucha con Ia pluma en pro de un mismo objetivo, Ia emancipación. Desde tempranas épocas esta relación se hizo presente tanto en el campo de batalla geografico como en el más abstracto de las ideas. De hecho, en marzo de 1813, cuando Ia ciudad de Montevideo se encontraba sitiada por las fuerzas de Ia emancipacion y las ültimas autoridades espanolas de Ia Banda Oriental resistlan el asedio, el poeta Francisco Acuña de Figueroa (1791-1862), fiel a Ia causa realista y espectador de los acontecimientos, tomaba notas dando cuenta de cómo los rebeldes se entretenlan disparando versos desenfadados y poco elegantes contra los sitiados. El 2 de marzo anotó en su diario: Sollan los sitiadores en las noches oscuras acercarse a las murallas tendidas detrás de Ia contraescarpa, a gritar improperios o a cantar versos. Anoche 2 Benedict Anderson plantea Ia irrupciôn del tiempo calendárico en algunas novelas asiáticas del siglo XIX como ilustraciôn de su concepto de comunidad imaginada (28). En nuestro caso, es Ia batalla de Las Piedras lo que ordena y da sentido al conjunto de acontecimientos que anticiparon Ia revuelta contra los españoles, que pasan de ser manifestaciones más o menos inconexas, voluntaristas o improvisadas a integrarse a un proyecto unificador marcado por Ia progresiOn en el tiempo, desde un pasado colonial hacia una fuerte afirmaciôn de autonomla provincial. 2 repitieron al son de una guitarra el siguiente: “Los chanchos que Vigodet / ha encerrado en su chiquero I marchan al son de Ia gaita / echando al horn bro un fungueiro. / Cielito de los gallegos, /Ay! cielito del dios Baco I Que salgan al campo limpio I y verán lo que es tabaco” (Hidalgo 128). Esta entrada en el diario del letrado inaugura una serie de realidades simbOlico ideologicas de gran signiflcación para el futuro “nacional” en momentos en que nada hacia prever que el territorlo al oriente del rio Uruguay se convertirla algUn dIa en un pals independiente. En efecto, Ia interrelaciôn entre Ia poética de Ia ciudad y Ia de Ia carnpana, o mejor dicho, Ia de temática urbana y Ia rural, acompanara los momentos decisivos de los enfrentamientos entre los diferentes proyectos de organización politico-institucional, tanto a nivel de Ia lucha de ideas como en el terreno de los choques armados entre ejércitos regulares, guerrillas y milicias populares. La poesia cantada inicialmente al clamor de las batallas ingresará asi al mundo de Ia alta cultura, apadrinada por quien serla, pocos años después, el autor de Ia letra del himno nacional y el poeta más destacado del periodo. La ciudad letrada, en Ia célebre expresiOn de Angel Rama,3 entra en contacto con un ámbito literarlo en el que las formas expresivas, el lenguaje, Ia poesia y los referentes son, si no antagônicos, al menos radicalmente diferentes de los suyos propios. La aparente distancia entre Ia ciudad letrada y Ia ciudad real se desdibuja. El cielito cantado, expresión de Ia oralidad 3 En un sentido general, Ia ciudad letrada está integrada por el conjunto de todos aquellos sujetos que ejercen el patrimonio de Ia letra escrita, tanto a nivel de textos de contenido polItico-administrativo como en Ia producción de textos literarios. Es un concepto que no se limita al marco temporal de Ia vigencia de estructuras sociopoilticas particulares y que en nuestro caso -primeras etapas de Ia lucha emancipatoria y de Ia formaciôn de los estados nacionales- opera como una forma de relaciOn entre el mundo de las ideas y el mundo de Ia praxis. Volveremos sobre este concepto en el capitulo 1. 3 revolucionaria, pasa por encima de Ia frontera fIsica de Ia muralla (imagen 1), que marca no tanto una barrera infranqueable como una posibilidad y una invitaciOn a cruzarla, y se instala en Ia escritura del letrado como un grafito subversivo en el mármol augusto del Neoclasicismo. La entrada en el diario del poeta dibuja el mapa de lo que será el terreno de Ia lucha entre dos realidades socioculturales en los años que vendrán. En una pequena Iengua de tierra, Ia ciudad amurallada, encerrada casi por completo en si misma, dueña del lenguaje formulaico de las leyes y el ceremonial, fiel a las tradiciones heredadas, hogar de los grandes exportadores, Ia intelectualidad más refractaria a los cambios, los negreros, armadores y fleteros del puerto, resiste el embate de las tropas rebeldes, un conglomerado de masas rurales básicamente analfabetas, étnicamente diversas y de bajos recursos económicos, pequenos propietarios, terratenientes antimonopolistas, curas rebeldes y algunos letrados revolucionarios. Con mayores o menores matices, inclusiones y exclusiones, reacomodamientos estrategicos, pequenas y grandes defecciones, estas dinámicas que moldean diferentes proyectos de pals se van a expresar literariamente, durante los primeros cuarenta años del siglo XIX, a través de Ia estética del Neoclasicismo y Ia poesia gauchesca. Lo culto yio popular en Ia genesis del Estado Oriental La emergencia de Ia incipiente literatura uruguaya de esos años turbulentos está marcada por una fuerte impronta bélica y politica. A semejanza de La lira 4 argentina (1824), de RamOn Diaz, una colecciôn de textos poéticos publicados en Buenos Aires durante Ia guerra de Ia independencia, en 1835 viola luz Elparnaso oriental (1835), a cargo de Luciano Lira, Iosdos Unicos ejemplos de compendios latinoamericanos que no se generaron bajo el auspicio estético de Romanticismo (Gonzalez EcheverrIa 878). La obra de Lira fue Ia primera compilaciôn de textos literarios de alguna manera relacionados con el Uruguay. Ese mismo año se publicô Un paso en el Pindo, de Manuel Araücho, primer libro de un autor uruguayo editado en el pals. Ninguno de esos documentos “fundacionales” resistió los embates del tiempo y rápidamente conocieron el olvido. La compilaciôn de Lira fue más afortunada. Restringido al cIrculo estrecho de bibliófilos y eruditos, El parnaso oriental volvió a ser tema de interés en 1925, cuando el Instituto Geografico e Histórico lo reeditó como homenaje “a los soldados y a los legisladores de 1825” (Pivel Devoto 1981a, X)O(Vlll). Casi todos los textos de El parnaso oriental y Un paso en el Pindo están escritos en un lenguaje poético altamente codificado, cargado de referencias al mundo grecolatino, que reinô en el mundo literario uruguayo hasta fines de Ia década de 1830. De origen europeo, el Neoclasicismo fue dinamizado extraordinariamente a partir cie Ia Revoluciôn Francesa, que lo consagrO como el estilo oficial del nuevo regimen y lo dotô de contenidos vinculados con los derechos del hombre, el credo republicano y Ia lucha contra Ia tiranla. Las producciones literarias neoclásicas que voy a considerar en esta disertación son deudoras de esa estética fuertemente teñida 4 Entre otras compilaciones podemos citar: Colección do poeslas mejicanas (1836), El parnaso granadino (1848), Lira patriótica del PerU (1852), Joyas del parnaso cubano (1855), El parnaso peruano (1862), F/ores chilenas (1862), Lira ecuatoriana (1865), Parnaso boliviano (1869), Lira nicaraguense y Lira costarricense (1878), El parnaso centroamericano (1882) y Parnaso panameno (1916) (Achugar 1998, 735). 5 de consideraciones polIticas. Un mnfimo porcentaje de los materiales incluidos en los dos libros publicados en 1835 integra el acervo de Ia literatura gauchesca, basada en una poesIa popular que rescataba el habla de los habitantes de las zonas rurales. Bartolomé Hidalgo (1788- 1822) ha sido reputado como el fundador indiscutible de esta vertiente literaria, que tras conocer una larga historia de logros en el Rio de Ia Plata con las obras de Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo y Antonio Lussich dio su fruto más sazonado en 1872, con el MartIn Fiorro de José Hernández.5 La obra de Hidalgo -quien se inició literariamente siguiendo los preceptos neoclásicos tradicionales- acompanó los primeros años de Ia lucha artiguista, canto los triuntos de las tropas de José de San Martin del otro lado de Ia cordillera de los Andes y criticô acerbamente Ia decadencia de los postulados de Ia revolución que hablan guiado los primeros pasos de los patriotas rioplatenses. AsI, Ia poesIa gauchesca operará muchas veces desde Ia óptica de una mirada crItica sobre las realizaciones prácticas de Ia ciudad letrada. De esta manera, Neoclasicismo y gauchesca se reparten Ia preferencia de los escritores orientales a partir de 1811 y hasta fines de Ia década de 1830. La llegada del Romanticismo al RIo de Ia Plata destrona a Ia musa neoclásica e instila en Ia 5 Las principales obras de Ascasubi son El gaucho Jacinto Cielo (1843), Paulino Lucero (1846), Santos Vega o los mellizos de Ia Flor (1851) y Aniceto el GaIlo (1853), escritas casi todas durante sus diecinueve años de residencia en Montevideo. Del Campo compuso Fausto (1866), donde un gaucho narra sus impresiones luego de asistir a una representaciOn del Fausto de Gounod en el Teatro ColOn de Buenos Aires. Lussich escribiô Los tres gauchos orientales (1872) a partir de su experiencia personal como combatiente en el levantamiento armado del caudillo Timoteo Aparicio contra el gobierno constitucional de Lorenzo Bathe. 6 gauchesca una vitalidad diferente que los cambios sustanciales en Ia historia y Ia sociedad reclamaban. La poesla culta ya no podia interpelar a un sujeto que se habla formado social e ideologicamente fuera de los marcos neoclásicos, que no entendIa el lenguaje culto de los letrados y no integraba ni el grupo de los heroicos guerreros de Ia independencia festejados en incontables odas patrióticas, ni el de los industriosos campesinos que iban a trabajar por el engrandecimiento del estado liberal, ni el de los sencillos pobladores que juraban Ia primera constitución con un temor casi religioso. La guerra civil que comenzó en 1839 y se prolongO hasta 1851 mostrarla cómo Ia ciudad letrada, dividida en dos facciones, se apropiô por igual de Ia lengua rural para impulsar sus programas politicos. Aproximaciones crIticas La crItica comenzó a considerar las dos corrientes fundacionales de Ia literatura uruguaya en Ia década de 1880. Francisco Bauzá (Estudios literarios, 1885), destaca el papel fundamental de Ia poesIa gauchesca durante el periodo emancipatorio y emite juicios muy duros contra los neoclásicos, a quienes reprocha el haber querido aplicar un modelo estético ya perimido a una circunstancia histórica que requerla nuevas formas expresivas. Carlos Roxlo, en su Historia crItica do Ia literatura uruguaya (1912), parte de Ia premisa de que Ia misma “no es otra cosa que Ia historia de Ia belleza realizada en las obras literarias de nuestro pals” (21). lncluso desde esa posiciOn estilista, reconoce Ia belleza de los textos de Hidalgo en Ia emoción puesta en sus versos, cosa que lo distancia enormemente de Ia expresividad convencional, 7 académica y rigurosamente formalizada, de los textos neoclásicos. Alberto Zum Felde pasa revista a los principales autores y obras que se escribieron desde el perlodo colonial en su libro más logrado, Proceso intelectual del Uruguay (1930). Desde su perspectiva, casi todo el Neoclasicismo uruguayo no pasa de ser una deslelda reproducción de los modelos españoles, además de enfocarse en 10 que considera uno de sus mayores defectos: Ia “nornenclatura mitolôgica trivial” (62). Más recientemente, Pablo Rocca ha insistido en esa misma vena. En su trabajo PoesIa y polItica en el siglo XIX. Un problema de fronteras (2003) dedica un capItulo a El parnaso oriental. En él se constata el evidente peso documental que caracteriza su producciôn en el tratamiento del dialogo entre historia, literatura y proyectos de construcción de Ia nacionalidad. En cuanto a las fuentes y los alcances del Neoclasicismo local, para Rocca se trata de “una masa confusa, de pocas variaciones temAticas y nula impronta personal” que abunda en “fatigadas menciones de Ia historia y Ia mitologla grecorromanas” (55). Si resumimos las puntualizaciones precedentes, aunque no cabe duda de que el Neoclasicismo uruguayo es un Neoclasicismo de segunda o de tercera mano por ser una adaptacion del estilo y del instrumental retórico tornado fundamentalmente de fuentes españolas, los crIticos impugnan to que es precisamente Ia esencia del Neoclasicismo, a saber, Ia imitación de modelos consagrados por Ia tradiciOn literaria occidental y universalista, el buen gusto, Ia referencia al rnundo mitologico grecotatino y a Ia historia de Ia antiguedad clásica, Ia sujecion a un arte poético rigurosamente formalizado (las poéticas de Boileau y Luzén, entre otras). Esto es lo que hace que un 8 texto neoclásico sea precisamente eso y no, como quiere Rocca, Ia expresiOn de un Romanticismo avant Ia Iettre. En otras palabras, se hace necesaria una lectura sincrónica de los textos que pueda dar cuenta de los rasgos esenciales del Neoclasicismo en relaciôn con las circunstancias históricas en que operO esa corriente. Angel Rama abordô un tema estrechamente relacionado con lo que acabamos de mencionar. Su libro Los gauchipolIticos rioplatenses (1976) analiza Ia dicotomla gauchesca-Neoclasicismo contraponiendo Ia obra de Hidalgo y sus continuadores a las producciones escritas en lenguaje culto, enfatizando las diferencias a nivel ideolOgico entre ambas expresiones literarias. Rama destaca Ia originalidad y Ia libertad creativa de Ia gauchesca, pero no considera el valor intrinseco del Neoclasicismo local en tanto actualización y aplicación de los referentes del mundo cultural de Ia antiguedad a un entorno de revoluciôn y construcciôn nacional. Los estudios culturales, a partir de Ia ültima década del siglo pasado, han vigorizado el estudio de los textos neoclásicos, particularmente luego de los trabajos de Hugo Achugar relativos a los parnasos, liras y compilaciones fundacionales.6Esta Ilnea de investigación ha abierto un campo fructIfero para ligar a los neoclásicos con Ia problemática de los imaginarios nacionales, como lo muestran trabajos como los de Maria Inés de Torres, Susana Poch, Sonia D’Alessandro y Alejandro Gortázar, entre otros.7 Sin embargo, esta corriente crItica no ha realizado un estudio exhaustivo de los textos en cuanto expresiones de continuidad y ruptura con Ia tradición literaria 6 “El Parnaso es Ia naciOn o reflexiones a propôsito de Ia violencia de Ia lectura y el simulacro” (1995); ‘Parnasos fundacionales. Letra, naci6n y estado en el siglo XIX’ (1998); Derechos de memoria. Nación e independencia en America Latina (2003). 9 heredada de los modelos europeos, limitándose a considerarlos como compartimientos estancos dentro de una serie de periodizaciones marcadas fuertemente portópicos como el discurso de genero, Ia subalternidad, el imaginario colectivo, entre otros. Otro enfoque en Ia consideración de Ia Iiteratura neoclásica es Ia que alentó eI magisterio del latinista uruguayo Vicente 0. Cicalese (1918-2000). Siguiendo los pasos de dos reconocidos humanistas del siglo pasado, Ernst Curtius (Literatura europea y edad media latina, 1948) y Gilbert Highet (The Classical Tradition, 1949), Cicalese exploró Ia vinculación entre el mundo clásico grecolatino y Ia literatura uruguaya desde una perspectiva filologica. En 1987 publicO un homenaje a uno de los precursores de las letras nacionales, el presbItero José Manuel Perez Castellano, en el que rastrea algunas de las influencias de Ia literatura latina en Ia prosa del sacerdote.8En una tónica similar, su proyecto de investigación “Horacio en el RIo de Ia Plata” (1993) analiza diferentes traducciones de Ia obra del gran poeta y satIrico romano a cargo de personalidades de Ia cultura rioplatense a lo largo de los siglos XIX y X)(. En consonancia con Ia linea de investigación propugnada por Cicalese, dos de sus discIpulos, Juan Introini y Victoria Herrera, también profesores de Iengua y literatura latinas, han publicado La ninfa y Ia selva. Literatura uruguaya y tradiciOn clásica (2008). En Ia obra se consideran textos claves de Ia prosa, el teatro y Ia poesia del Neoclasicismo oriental, particularmente en lo relacionado con Ia aplicaciOn de los 7 La naciOn tiene cara de mujer. Mujeres y naciOn en el imaginario letrado del siglo XIX (1995); “Himnos nacionales de America : poesa, estado y poder en el siglo XIX”; “Los escritos de los heroes, imonumento fundamental?”; coordinador de un volumen sobre el letrado afrouwguayo Jacinto Ventura de Molina publicado en 2008. 8 Montevideo y su primer escritor. José Manuel Perez Castellano (1987). 10 recursos retóricos y estilIsticos de Ia antiguedad. Este enfoque rompe el esquema tradicional segin el cual los escritores del perlodo eran juzgados por lo que tenlan (o no) de sus modelos espanoles y no por su valor en si como puentes entre Ia antiguedad y Ia cultura del siglo XIX rioplatense, lo cual augura interesantes perspectivas para una apreciación diferente de ese momento particular de Ia literatura uruguaya. Al desmontar los mecanismos internos de Ia escritura de los textos del perlodo, el análisis evita caer en el reduccionismo de las comparaciones y propende a una mayor autonomla en el estudio del Neoclasicismo local, particularmente por el acceso directo a las fuentes latinas que manejan los autores y su sólida formaciOn filolôgica. La importancia de esa lectura, asimismo, proyecta Ia consideración de Ia herencia cultural grecolatina hacia otras corrientes literarias y otros momentos importantes en Ia historia de Ia cultura nacional.9 Todos estos aportes crIticos han dado cuenta de aspectos especIficos de Ia Iiteratura neoclásica desarrollada en Uruguay, aunque muchas veces desde una perspectiva limitada o excesivamente centrada en posturas teóricas con poco margen de negociacion con otras lecturas. Mi propuesta, por su parte, tiene una intenciOn más abarcadora. El marco histôrico en el que se escribieron los textos que considera esta disertaciôn no se presenta ünicamente como un tiempo de rupturas con las estructuras polItico-administrativas coloniales ni como un muestrario de las luchas intestinas entre caudillos locales luego de Ia independencia, sino que ofrece Ia oportunidad de integrar diferentes aproximaciones de corte ideologico, estético y 9 Los autores planean continuar su investigacion para abarcar el Novecientos, perlodo muy rico en referencias clásicas. Piénsese en José Enrique RodO y Julio Herrera y Reissig, por mencionar dos grandes nombres. 11 sociologico al estudio de las primeras etapas del proceso de construcción, no solo de una nacionalidad, sino de una literatura nacional. Objetivos de Ia tesis Mi trabajo investiga Ia adaptación y el reciclaje de los modelos de Ia tradición clásica grecolatina, en el marco mencionado de Ia tensiOn y articulaciOn entre lo culto y lo popular, durante el perlodo de vigencia del Neoclasicismo como corriente estética, época que se solapa cronolOgicamente con los primeros pasos que Ilevaron a Ia construcción del Uruguay como nación independiente. Más concretamente, estudiaré no sOlo el modo en que estos modelos fueron puestos al servicio de dicho proceso, sino cOmo coadyuvaron a producir un repertorio de conceptos esenciales ligados a Ia idea de pals y de sociedad. El significado y el alcance de dichos conceptos generO un espacio de conflicto en el que los valores de orden, legalidad y felicidad püblica, asociados con Ia idea de progreso propulsada por el Neoclasicismo revolucionario, se enfrentaron a las visiones crIticas, escépticas o desenganadas del proyecto ilustrado desde el campo de Ia cultura popular, Ia cual operô a modo de contrapeso a Ia presiOn ejercida desde aquel. Mi interpretaciOn de esta dinámica me Ileva a postular que Ia simbologla neoclásica de Ia ciudad letrada, por ser un sistema cerrado y estrictamente organizado, ha sido operativa en el proceso inicial de formaciOn del Estado uruguayo que tendiô a constituir una sociedad civil homogenea. Frente a esta agenda estético ideolagica, resistente a Ia incorporaciOn de los “otros sujetos” (indIgenas y negros), emerge una literatura de cuño popular -Ia gauchesca- que pone de manifiesto las 12 fisuras de ese modelo homogeneizador y revela las ambivalencias ideologicas dentro de las representaciones culturales de ese imaginario en gestaciôn. Habrá que esperar hasta el segundo Romanticismo para que esos “otros” sean incorporados al I mag I nario. El corpus que voy a analizar abarca fundamentalmente textos neoclásicos de Francisco Acuña de Figueroa (1791-1 862), Francisco Araücho (1 794-1 863), Isidoro de Maria (1815-1906), Angel Elias (1804-1885), Bartolomé Hidalgo (1788-1822), Juan Francisco MartInez (muerto alrededor de 1844), Petrona Rosende (1787-1 863) y Florencio Varela (1807-1 848) incluidos en Elparnaso oriental, compilación canónica de Ia literatura uruguaya a cargo de Luciano Lira (edición facsimilar en tres volümenes publicada en Montevideo por Ia Biblioteca Artigas en 1981), y de Un paso en el Pindo, de Manuel Araücho (Montevideo: Imprenta de los Amigos, 1835). Asimismo, voy a considerar obras del genero gauchesco contemporáneas de esas producciones cultas a cargo de Bartolomé Hidalgo, Manuel Araücho y autores anónimos que acompanan ese proceso y dialogan con él desde una perspectiva crItica.1°El criterio de selección privilegia los temas cIvicos, patriOticos e institucionales que apuntan a referentes culturales de Ia antiguedad clásica y se vinculan con Ia genesis del estado-nación uruguayo. Este corpus, en general muy poco estudiado, tiene un valor fundamental como testimonio literarlo de los pasos iniciales que Ilevaron a Ia formaciOn del Uruguay y también como documento que ilustra Ia tensiOn entre diferentes proyectos ideologicos y estéticos que se enfrentaron durante esos años. Se considera también Ia vida y obra del presbItero José Manuel Perez Castellano (1743-181 5), primer escritor 10 Salvo en los textos neoclásicos, en los que se ha modernizado Ia ortografla, las citas son textuales. 13 montevideano y una de las inteligencias más Iücidas de su tiempo. Esta disertación se compone de cuatro capItulos. El capitulol, “Los letrados, gestores de sueños”, explora las influencias del pensamiento ilustrado europeo y de Ia tradición iconografica de Ia Revolución Francesa en Ia conformaciôn del aparato simbólico, ideologico y politico del Uruguay, prestando particular atención a Ia formación intelectual de los letrados y hombres de acción orientales en los años previos a Ia Revoluciôn de Mayo de 1810. En esta dinámica de influencias es claro el proceso de apropiación y calco de los principales simbolos revolucionarios franceses a Ia nueva nación. El capitulo 2, “El estado y Ia institucionalidad”, estudia cómo Ia intelectualidad uruguaya plasmó literariamente Ia adaptación de los postulados del pensamiento liberal durante el proceso de formación del estado-nación y Ia puesta en práctica del programa politico-social de Ia clase dirigente. Se rastrean los elementos referenciales de Ia tradiciôn clásica grecolatina en base a los cuales se celebró a los heroes, se canto al progreso y se conjuraron los factores disolventes que ponian en peligro Ia estabilidad institucional. Asimismo, se expone Ia posiciOn antagOnica entre discursos contemporáneos sobre Ia realidad social que problematizan Ia efectividad del programa liberal y replantean las contradicciones entre Ia ciudad letrada enfrentada tanto a Ia ciudad real como al ámbito de Ia no-ciudad, o Ia campana. El capitulo 3, “La construcciOn del sujeto republicano”, examina cOmo Ia literatura participO en el proceso de crear un sujeto civico. Lo hizo mediante un sistema de inclusiOn/exclusiOn de los individuos como ciudadanos de Ia nueva 14 repüblica. Se analizan cuáles fueron los factores que pesaron a Ia hora de optar por una representación u otra. Este capitulo demuestra que Ia literatura neoclásica hace uso de un repertorio que tiende a Ia homogeneizacion de las distintas voces sociales y polIticas bajo una retórica y una imagineria uniforme en consonancia con el concepto universal de ciudadano, sin distinciôn de clase, raza, educaciOn y género. El capItulo 4, “El legado del Neoclasicismo fundacional”, explora algunas supervivencias neoclásicas relacionadas con los espacios pUblicos y Ia simbologla republicana, mostrando cómo el Neoclasicismo fundacional, doscientos años después de Ia RevoluciOn de Mayo, continua dialogando con Ia tradición heredada de Ia literatura gauchesca en Ia busqueda de los caminos más transitables para Ia modificaciOn de las estructuras sociales y económicas del pals. En este capitulo se hace referenda a Ia arquitectura y a los monumentos neoclásicos más relevantes de Ia capital, Montevideo, que acompanan Ia civilidad republicana, asi como al presente politico del pals y al dialogo que establece con esa memoria histórica inicial cuyas representaciones estéticas perviven en el cuerpo social y en nuevas expresiones artisticas, como Ia müsica popular, que retoma los motivos revolucionarios de los primeros años de Ia emancipacion. 15 Capitulo I - Los letrados, gestores de sueños Uno de los desarrollos crIticos más fructIferos para el estudio de Ia relación entre cultura, sociedad y praxis polItica fue propuesto por Angel Rama en La ciudad letrada (1984). El punto de partida de su planteamiento radica en su lectura del funcionamiento de Ia maquinaria administrativa de las posesiones españolas en America, tarea que estuvo a cargo de un complejo entramado de religiosos, ad mi nistradores, educadores, profesionales, escritores y multiples servidores pü bI icos que tenIan como patrimonio comün el acceso al mundo de las ideas y su formulación por escrito. En una sociedad donde el analfabetismo era generalizado, pertenecer a esta gran burocracia de Ia administracián y el intelecto aseguraba no solo un puesto en el mercado laboral sino también una posicion social privilegiada. Esa ciudad letrada cumplio un paradOjico doble papel: por un lado, fue responsable del mantenimiento de Ia estructura del imperio colonial español en America durante trescientos años, pero también estableciO los lineamientos ideolOgicos generales que, pOCO tiempo después de iniciada Ia emancipaciôn, Ilevaron a un rápido derrumbe del sistema, primero, y luego a Ia formación de diferentes palses, con su ordenamiento jurIdico, sus sImbolos nacionales y su incipiente literatura. Por otra parte, Ia ciudad letrada no opera independientemente como una simple maquinaria generadora de signos, ya que se enfrenta, en todo momento, a Ia tensiOn que provoca Ia existencia de otra realidad externa, Ia ciudad real, con Ia cual interacciona por medio de relaciones no siempre fluidas. Dice Rama: “La ciudad letrada quiere ser fija e intemporal como los signos, en oposiciOn constante a Ia ciudad real que solo existe en Ia historia y se pliega a las 16 transformaciones de Ia sociedad” (Rama 1984, 63). Más adelante consideraremos ejemplos representativos de esta problemática. La crItica ha notado que el concepto de ciudad letrada en Ia formulación de Rama tiene un marcado carácter historicista. Se desprende de ello que todos los letrados en todas las sociedades, coloniales o no, parecen haber formado parte de una misma estructura homogenea, invariable y sin matices. Julio Ramos fue el primero en senalar que “Ia narrativa de Rama representa el campo del poder, el campo literario y su mutua relación, en términos de Ia permanencia de relaciones y estructuras en un bloque histórico de más de dos siglos” (70). En efecto, doscientos años representa mucho tiempo en una época de cambios tan rápidos e importantes. Mabel Moraña, por otro lado, critica el hecho de que los procesos de institucionalizaciOn literaria y las prácticas culturales elaboradas durante Ia colonia y Ia repüblica tienden a autonomizarse del proceso histórico, politico y econômico que se sobreentiende como background sobre el cual Ia sociedad civil va formalizando su imaginario. (46) Estas observaciones, evidentemente acertadas, nos alertan sobre el peligro de subsumir manifestaciones disimiles en el terreno literario, ideologico y politico en un mismo modelo conceptua, ya que, en este caso, no es lo mismo el letrado de Ia colonia que el letrado de Ia repüblica. No obstante, lo que Si se rescata es Ia práctica comün de Ia literatura, aspecto desde el cual vamos a utilizar eI concepto de ciudad letrada. A los efectos de esta disertaciOn, Ia obra de Rama no se detiene a examinar el 17 proceso por el cual los letrados formados en Ia matriz de pensamiento del absolutismo ilustrado se volvieron revolucionarios y desencadenaron los hechos de 1810. En este sentido, mi aporte, sin invalidar Ia operatividad heurIstica de Ia noción de ciudad letrada, consistirá en describir pormenorizadamente determinados aspectos literarios neoclásicos de ésta en lo que concierne a Ia formación del estado-naciôn en Uruguay y el papel protagOnico de un cuerpo de intelectuales orgánicos que lo hicieron posible. Los administradores del capital simbOlico que se manifestaba a través de Ia escritura provenlan, en general, de Ia burguesla urbana, y aunque Ilevaban a cuestas Ia tradición de los letrados medievales en cuanto depositarios de saberes titiles para el mantenimiento y desarroHo del poder imperial luego de Ia fundación de las universidades, eran herederos de los cambios que se hablan introducido en Ia estructura de Ia sociedad a partir del influjo del Racionalismo del siglo XVIII. Esos cambios habIan Ilevado a una progresiva sustituciôn de Ia posicion social basada en los tItulos nobiliarios por otra en Ia que pasaba a ser preponderante Ia acumulación de riqueza. La burguesIa criolla, particularmente Ia portena,11 exitosa en el campo comercial, ocupaba asI los primeros niveles jerarquicos en Ia estructura de una sociedad que ya no se movIa dentro de los parámetros dictados por los privilegios de Ia noble cuna y en donde el éxito en los negocios dependla también de Ia formaciôn intelectual (Romero 1976, 161). Desde el punto de vista de su ideologla, los letrados de esta burguesIa se afiliaban al reformismo ilustrado frances, que reemplazo al reformismo espanol, moderado y monarquico, y se volvió revolucionario a partir de 11 En Ia Banda Oriental, el patriciado en general (armadores, fleteros, exportadores, importadores, abastecedores de Ia plaza y muchos abogados) no fue revolucionario, sino españolista, como lo prueba su adhesiOn a Ia corona cuando se produjo Ia insurrecciôn comandada porArtigas (Machado 44). 18 1789. Fue esa nueva elite, contrapuesta a las minorias hidalgas y monopolistas, Ia que llevô adelante los cambios politicos, aunque a veces su devoción por los textos fundamentales del liberalismo tuvo ribetes netamente irreales.12 La ideologla poiltica de esa burguesla se expresô literariamente con el instrumental retórico, simbOlico y estético del Neoclasicismo, corriente artIstica europea cuya influencia se extendió desde fines del siglo XVII hasta Ia consolidacián del Romanticismo en las dos primeras décadas del siglo XIX. Abarcó por igual Ia literatura, Ia arquitectura, Ia escultura, Ia pintura y Ia müsica. En eI terreno de las letras, se lo ha asociado tradicionalmente con Ia literatura francesa y con Ia preceptiva desarrollada por Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711) en su L’artpoetique (1674). Rectitud, seriedad, idealismo, Ia intención de transformar el mundo -ya fuese por el avance cientIfico gradual y paciente o por un retorno a Ia simplicidad y pureza atribuidas a las sociedades “primitivas”- en un lugar gobernado por las leyes inmutables de Ia razón y Ia equidad son algunas de sus caracteristicas más salientes. El Neoclasicismo se fue desarrollando como una reacción contra el Rococo y Ia forma de vida de Ia cual éste era su representante en el terreno artIstico. Los crIticos se enfocaban fundamentalmente en las frivolidades que hablan deleitado a una sociedad altamente sofisticada como Ia francesa durante los reinados de Luis XIV, Luis XV y Luis XVI. El hedonismo y los aspectos licenciosos de Ia vida püblica -fiestas galantes, coqueteo, voluptuosidad desembozada- fueron puestos en cuestión como actividades amorales. El papel del artista, dentro de esta nueva perspectiva, consistió 12 Las autoridades de Ia Junta Ilegaron al extremo de querer convertir al Contrato social (en traducciôn de Mariano Moreno) en el libro de lectura obligatorio en las escuelas, iniciativa que no prosperó (Halperin Donghi 41). 19 en fungir como una especie de sumo sacerdote en un culto a verdades eternas y a una moral renovada, un educador püblico que, a diferencia de sus predecesores en las cortes y corrillos del poder, se debia al pueblo y no a quien lo contrataba. Esto produjo también un cambio radical en Ia temática de las obras artIsticas. En vez de ese paralso de los sentidos que evocaba el Rococo, el arte paso a tratar temas de una naturaleza completamente diferente: el valor de las virtudes domésticas, Ia sobriedad, el estoicismo, el sacrificio y el patriotismo, entre otros ejemplos de un camblo de mentalidad radical (Honour 19). Estos contenidos, más afines al pensamiento pequenoburgues, fueron los que en definitiva terminaron imponléndose. Si bien el rechazo del RococO se procesO de forma diferente de pals en pals, el Neoclasicismo se impuso internacionalmente como un estilo de caracterIsticas homogeneas. Al apelar idealmente no a los individuos de su época sino a los hombres en general, sin circunscribirse a perlodos especIficos, los artistas neoclásicos buscaron Ia universalidad (Honour 29). En el campo de Ia literatura esto produjo una especie de koiné en Ia que todos los escritores hablaban el mismo idioma artIstico, compartlan los mismos ideales y encontraban en las mismas fuentes los referentes para leer e interpretar los acontecimientos de su tiempo. Las nuevas apreciaciones estéticas afectaron las artes en general, Ilevando a un proceso de purificaciOn y simplificaciOn de las formas. Asj, Ia pintura favoreciô los contornos firmes e inequivocos y una vista frontal en vez de las complejidades oblicuas y sinuosas del RococO. Los pintores optaron muchas veces por una paleta a veces sombria que tendia a los colores primarios, e incluso, en aras de Ia verdad y Ia honestidad, a Ia 20 eliminaciôn del color y a Ia apelación a las más rudimentarias técnicas lineales. Para Jean Starobinski, el rechazo del Rococo en el terreno de Ia arquitectura buscaba una simplicidad esencial en los materiales y en los diseños que se parangonaba con Ia büsqueda de una simplicidad similar en Ia naturaleza humana (251 )•13 La recuperación de esa pretendida esencia, por ese entonces distorsionada y corrompida por el relajamiento de Ia moral y las costumbres, situaba al ser humano en un mundo de verdades eternas, absolutas, simples y universales. La tradiciôn grecorromana, que se habla popularizado notoriamente a partir de las excavaciones en Pompeya y Herculano y Ia elecciOn de Roma como destino de peregrinaciones artIsticas, proporcionO el marco de referenda para Ia construcciOn de un nuevo sistema de valores quo exaltaba Ia austeridad y combatia lo dispendioso. La reinterpretaciOn de Ia tradición clásica, ajustada a los cambios en el paradigma ético y artIstico, abarcó también a los dioses del paganismo. La apreciaciOn de Ia mitologIa grecorromana habia experimentado numerosos cambios a lo largo de los siglos. Los dioses paganos, al servicio do intereses politicos en Ia antigua Roma, convertidos en santos o condenados como demonios en el cristianismo temprano, rescatados como vInculos con Ia grandeza imperial romana en tiempos do Carlomagno, evemerizados por los eruditos medievales, metamorloseados on sImbolos por los humanistas del Renacimiento, puestos al serviclo de Ia iglesia y el estado en el Barroco o vulgarizados en las artes plásticas y literarias,14hablan terminado integrando un mundo de voluptuosidad y doseo en el siglo XVIII (Honour 13 “De même que Ia pierre doit redevenir pierre [sin los agregados superfluos del Rococo], et que le mur doit redevenir una surface plane et presque flue, l’homme doit recouvrer Ia plenitude et Ia simplicité de sa nature.” 21 43). Con Ia llustraciôn, los filOsofos observaron que el ataque a Ia mitologla podia ser usado como pantalla para atacar también al cristianismo. La racionalizaciOn de los dioses y los mitos, ya por ser invenciones de sacerdotes o tiranos, ya por tratarse de benefactores de Ia humanidad elevados al rango de deidades, ya por ser representaciones de fuerzas elementales o sImbolos de Ia fertilidad, podia aplicarse también a las concepciones de Ia religion cristiana. El deIsmo de los fllôsofos ilustrados, al rechazar lo sobrenatural y Ia intervenciOn divina, abria asI el campo a Ia profundización del estudio de las leyes fisicas y naturales en el marco de Ia ciencia.15 En el terreno de las letras, el Neoclasicismo disponia de un conjunto altamente formalizado de reglas o preceptos técnicos para escribir poesla y también para Ia valoración de los textos. En Ia base de su preceptiva se encontraba Ia idea de que cada obra ten ía que corresponder a un genero en particular, como lo establecian las interpretaciones puristas de Ia doctrina de AristOteles y Horacio. Estos generos estaban dispuestos en un orden jerárquico más o menos universalmente aceptado: los generos clásicos de Ia epica y Ia tragedia (con matices en cuanto a Ia preeminencia de una y otra); Ia comedia, en sus dos modalidades: Ia elegante, propia de las clases altas, y Ia “baja”, o farsesca, para el entretenimiento de los estratos inferiores de Ia poblaciOn; Ia poesia pastoral y lirica; Ia sétira y, finalmente, formas menores de Ia IIrica 14 “El triunfo de Baco” (circa 1628), de Diego Velázquez, también conocido como “Los borrachos”, muestra al dios en un ambiente informal y festivo, rodeado de bebedores vestidos a Ia usanza del siglo XVII. contrapuesto a esta representaciôn popular, distendida, un mosaico romano de Zaragoza del siglo II o III a. C., conocido también como “El triunfo de Baco”, lo caracteriza en una actitud marcial, guiando un carro tirado por tigresas y con una victoria alada, clara alusiôn a su conquista de India. De dios guerrero a animador de reuniones de dipsomanos, Ia vulgarizaciOn de Baco es patente. 15 “As the gods, fauns and satyrs receded into the background, their place was taken by men —by the warriors, law-givers and great philosophers of antiquity”, comenta Honour (44). Este fenômeno se constata no solo en los textos filosOficos sino tambiéri en Ia poesla y Ia prosa didáctica. 22 y epigramas. Cada género disponla de sus reglas particulares. En términos generales, las reglas técnicas se basaban en dos requerimientos esenciales, uno de orden estético y el otro moral. La poesla debIa tratar 10 que era natural y probable (criterio de verosimilitud), por un lado, y hacerlo de una forma decente (decoro) (Pocock 4). En esto los neoclásicos segulan las recomendaciones de Horacio, quien, en su Arte poética, sostenla que los poetas deblan expresar el carácter humano siguiendo los modelos consagrados do Ia tradición literaria clãsica.16 Es Ia tradiciôn del exemplum, que funciona en base a un sistema fijo de atributos y cuya presencia es muy notoria en los textos de carácter épico del corpus que voy a considerar. Por otro lado, Horacio hace hincapié en que los personajes se ajusten a lo apropiado segUn su edad, sexo y situaciOn (5). En el Neoclasicismo, este criterio de verosimilitud se presenta a Ia vez como verdad idealizada y como lo quo se esperarla normalmente en un personaje do Ia vida real, apelando a lo universalmente válido. Esto se relaciona, por su parte, con Ia idea de Ia obra de arte como Ia conjunción de lo agradable y lo ütil, también do inspiracion horaciana (7). De esta manera, el sistema poético se organiza en función do Ia producción do textos quo sean a Ia vez estéticamente agradables y moralmente edificantes.17 Gordon Pocock destaca tres caracterIsticas principales del Neoclasicismo: 16 “En describir personas ten memoria I de seguir su carácter o Ia historia .1 Sea Aquiles terrible, I violento, audaz, intrépido, inflexible, I diga que las repüblicas y reyes, I que las humanas y divinas leyes I son poco personaje I para que él les ofrezca su homenaje; I diga que no hay justicia declarada, I mas que solo el antojo de su espada. I Medea debe ser impia y rabiosa, I mo triste y Ilorosa, / IxiOn alevoso, I Ixis errante, Orestes querelloso.” (3, 1-14). 17 Pocock (91) ha notado que, para Boileau, los errores en Ia ejecuciOn de los poemas son errores morales, resultado de Ia falta de autoconocimiento. Esto liga Ia creaciôn poética a una especie de apostolado ético, aspecto que impregna buena parte de los textos revolucionarios y patriôticos rioplatenses. 23 imitación de Ia naturaleza, imitaciôn de los antiguos e importancia de Ia razón. La primera es consecuencia directa de las ideas de verosimilitud, decoro y función moral del arte. La imitación de los antiguos se debe no al hecho de que 10 sean desde un punto de vista objetivo, cronológico, sino porque esos creadores elaboraron textos que superaron su tiempo y que segulan resonando en el püblico de los siglos posteriores. Ese mismo criterio hacla que se valoraran a los buenos poetas italianos, espanoles y franceses y no solamente a los grecolatinos. En ültimo término, el culto de Ia razOn apunta a una version impersonal e idealizada de lo que existe comünmente, o deberla existir, o es considerado normal. Tiene que ver con Ia verosimilitud y el decoro, pero también incluye una suerte de racionalismo implIcito: Ia creencia de que el razonamiento es Ia herramienta con Ia cual los crIticos pueden establecer Ia importancia de esos conceptos básicos y asi establecer reglas para Ia poesIa (10-2). El Neoclasicismo se politizO extraordinariamente luego de los acontecimientos de Ia RevoluciOn Francesa. Si bien el conocimiento de los clásicos grecolatinos formaba pane del arsenal cultural de los hombres ilustrados del siglo XVIII, los revolucionarios radicales dieron un paso más adelante y los leyeron como una fuente de lecciones para establecer un orden nuevo. De esta manera, localizaron en Ia historia de Ia antiguedad clásica Ia fuente para desarrollar Ia utopia de una repüblica ideal, ya que, para ellos, los griegos y los romanos habIan inventado el concepto de libertad. Quedaba en manos de Francia Ia misiOn de difundir ese evangelio laico a todos los hombres (Hunt 28). La Grecia con Ia que sonaban los revolucionarios franceses era Ia de los 24 tiempos heroicos, cuando Ia sociedad no habia sido contaminada por Ia explotaciôn, o bien Ia anterior a Ia monarquIa de Filipo de Macedonia (382-336 a. C.), padre de Alejandro Magno. Este perlodo inclula grandes acontecimientos militares como las batallas de Maratôn, Salamina, TermópiIas y Platea, además de los logros culturales del siglo de Pericles, todo lo cual pasO a integrar el imaginario colectivo de Ia Francia republicana y se proyectó, como veremos, en el Neoclasicismo combativo de los poetas rioplatenses. La evocación de Roma, por su parte, rescataba los austeros tiempos republicanos y sus heroes valerosos, estoicos y virtuosos. Los valores que hablan cimentado Ia fama de esa epoca pasaron a funcionar no solo como determinantes de los estándares artIsticos sino como modelos para el comportamiento en pUblico yen Ia vida privada (Honour 171). El culto a Ia antiguedad que practicaron los revolucionarios, especialmente el ala izquierda radical de los jacobinos, llevO a que Ia influencia de Ia cultura grecolatina no se limitara al piano estético. Muchos elementos simbólicos tomaron nuevas significaciones, resemantizándose para servir a los intereses revolucionarios. Uno de los más caracterIsticos es el gorro frigio, antiguamente usado por los libertos romanos y ahora sImbolo de libertad. Las coronas de laurel, antes emblema de Ia fama inmortal de los poetas y los vencedores en los juegos olImpicos, pasaron a ser usadas por los lIderes republicanos y luego por Napoleon, ya emperador. Las fasces de los lictores romanos fueron atributos de los magistrados revolucionarios y más tarde, con el advenimiento de Ia Tercera Repüblica (1870), integraron el escudo de Francia. Similarmente, las águilas de las legiones de Roma se convirtieron en insignias de los 25 ejércitos republicanos. La vida cotidiana se llenó de muebles, adornos y vestimentas al estilo antiguo; las calles cambiaron de nombre para honrar a Bruto, Escévola, Fabio, todos ellos grandes heroes de Ia Roma republicana, e incluso ciudades y pueblos fueron rebautizados para borrar referencias medievales o cristianas (Highet 396). Esta floración de referentes clásicos en el entramado social se aplicô incluso a los recién nacidos, los cuales frecuentemente reciblan nombres de heroes grecolatinos (Hunt 20)18 Por otra parte, Ia fraseologIa oficial adoptó antiguos términos como consul, senadoconsulto, tribunado, además de suplantar el calendario gregoriano por uno en el que los meses Ilevaban nombres de tIpica raigambre latina, como Floreal, Fructidor, Germinal, Messidor y Pluvioso. La exaltaciOn de Ia antiguedad clAsica se impuso también en Ia estatuaria, con bustos de legisladores griegos y generales romanos portando coronas de laurel en Ia sala de Ia Convención del Palaclo de las Tullerlas, y en obras arquitectônicas como el Arco de Triunfo, el Panteôn y Ia iglesia de Ia Madeleine, que inicialmente fue pensada como un templo a Ia Gloria (Highet 397). Otro de los campos en que los clásicos tuvieron un nuevo protagonismo fue Ia oratoria. Basados fundamentalmente en Cicerón, los discursos proporcionaban un rico reservorio de anécdotas y paralelismos histOricos fácilmente adaptables a Ia realidad del momento revolucionario. El enfrentamiento dialéctico con el antiguo regimen y Ia necesidad de presentar al nuevo orden social y politico como un proyecto viable, 18 SImbolos como los mencionados fueron utilizados con criterios pedagOgicos en Ia formaciôn do Ia conciencia cIvica en America, tanto a nivel de referencias literarias como en manuales escolares, cuadros y esculturas. BurucUa et al. (1990) y Lomné (1990) han estudiado esta simbologIa en Argentina y Venezuela, respectivamente. 26 además de requerir claridad y precision de Ia enunciación, hizo que muchas veces se generaran enunciados de tipo augural, sentencioso y profético (Starobinski 240). La presencia de estos elementos es detectable en los textos neoclásicos rioplatenses, incluso en Ia poesIa, que muchas veces fue escrita por quienes también desempeñaban actividades forenses. En resu men, el rescate de Ia tradición clásica Ilevô no a una añoranza anacrônica de una perdida edad de oro, sino a una proyecciOn a futuro de una empresa que se estaba construyendo cotidianamente y que tenIa como sustento fundamental Ia idea de que los hombres estaban dotados de una serie de derechos inherentes a su condición humana. La revoluciôn se propuso instituir un orden homogeneo y generalizado en el que esos derechos fuesen reconocidos, respetados y ejercidos. En Ia práctica, las acciones emprendidas por el Tercer Estado frances se hallaban guiadas por el principio de un mismo derecho para todos los hombres y Ia igualdad de todos frente a aquel (Starobinski 233). Este ideal permeó los movimientos emancipatorios latinoamericanos, fundamentalmente en Ia etapa inicial, cuando se quiso Ilevar Ia revolución a toda America con los ejércitos de José de San MartIn y Simon Bolivar. Aunque el Neoclasicismo estuvo ligado originalmente a modelos monárquicos do corte absolutista, su asociación con los ideales republicanos impulsados por Ia experiencia revolucionaria en Estados Unidos y en Francia lo convirtió en el estilo oficial do las nuevas entidades politicas que se iban formando en el territorio de las colonias. Para Emilio lrigoyen, esa transformaciOn se explica porque esos poderes aparentemente tan distintos comparten el hecho de promover una idea 27 comün de identidad colectiva y de establecer un gobierno fuertemente centralizado. En una vision tradicionalista de Ia historia, el Neoclasicismo, con su apelaciOn a un patrimonlo cultural enraizado en Ia cultura grecolatina y por tanto comün a todo Occidente, funciona como un reservorio de simbolos y referentes al que se puede apelar en todo momento para crear o reforzar una identificación con los valores encarnados en dicha tradiciOn cultural. La monumentalidad, el idealismo y el ahistoricismo de ese modelo estético-ético, asimismo, se identifica muy bien con proyectos politicos de corte autoritario, como ocurriO en los siglos XVII y XVIII con el absolutismo (22). Bases ilustradas del discurso politico La instrumentaciOn del proyecto politico-social de los revolucionarios rioplatenses requiriO de una modificación de los lenguajes y prácticas discursivas heredadas del regimen colonial -incluyendo una reestructuración del teatro, los rituales, las ceremonias y las manifestaciones populares- para adaptarlos a las nuevas realidades que se iban gestando. El periodo que nos interesa en esta disertaciôn (de 1811 a 1837) se caracteriza precisamente porsu naturaleza emblemática y poética, en el cual se plantea una intensa labor de sustituciOn simbOlica del antiguo orden neoclásico del absolutismo ilustrado español por nuevos emblemas, sImbolos, alegorIas e himnos para las jOvenes naciones (BurucUa 2003, 435). De esta manera, sobre Ia base de las estructuras ideologicas del poder colonial se adoptan elementos de Ia tradiciOn iconográfica europea que habIan sido resemantizados por Ia Revolución 28 Francesa, como las fasces romanas y el gorro frigio.19 También se recuperó Ia imagen del indIgena y se incluyeron peculiaridades del paisaje, Ia flora y Ia fauna locales.20 El mito solar de Ia Revoluciôn Francesa, que habla sustituido al del sol monárquico, fue resignificado en Ia figura del Inti peruano (Malosetti 1186).21 Airededor de 1830, Ia tarea de creación de una doctrina politica y revolucionaria habla logrado cristalizar dos mitos compartidos por casi todos los nuevos palses sudamericanos: el mito revolucionario universal y el mito americano indIgena.22 El primero partla del supuesto de que Ia revolución independentista era un capitulo de una larga cadena de hitos que habla comenzado en Ia Holanda del siglo XVI y en Ia Inglaterra del siglo XVII (Burucüa 2003, 453). Ese movimiento habla continuado luego con Ia revolución en Estados Unidos en 1776-1 787, netamente liberal, y con los acontecimientos en Ia Francia de 1789-1 795. El ejemplo frances inspirô Ia revolución haitiana de 1791-1 804, pionera en abolirla esclavitud (Romero 1977 1: 81). Siguiendo este esquema de corte teleologico y providencialista, Ia emancipación en America Latina parecla estar destinada a trascender las fronteras de Ia patria e incluso del continente, apareciendo como un componente de Ia gran tarea de realizar eI destino histórico de Ia modernidad a nivel planetario. Juan Bautista Alberdi lo habla expresado 19 En America Latina, las fasces figuran en el escudo de Ecuador, mientras que el gorro frigio está representado en los escudos de Argentina, Bolivia, Colombia, Cuba, El Salvador y Nicaragua (imagenes 2, 3). 20 Unos pocos ejemplos en los escudos de paises americanos: huemul y cOndor (Chile); condor (Colombia y Ecuador); vicuña y árbol de quina (Peru); quetzal (Guatemala) (imagenes 4, 5, 6). 21 El sol figura en los escudos deArgentina, Bolivia, Ecuadory Uruguay, entre otros simbolos nacionales (imagen 7). 22 BurucOa y Campagne entienden por mitos “los lugares comunes por donde suelen transitar y expresarse las actitudes colectivas o las emociones sentidas en sociedad, esos sitios retOricos que pueden servir como parte de un lenguaje y de un discurso sobre los que se asienta el mecanismo de identidad de los grupos humanos” (453). 29 claramente en 1837: “La causa, pues, que ha dado a Iuz todas las republicas de las dos Americas; Ia causa que ha producido Ia Revoluciôn Francesa, y Ia próxima que hoy amaga a Ia Europa, no es otra que esa eterna impulsiôn progresiva de Ia humanidad [...] Nuestra revolución es hija del desarrollo del espIritu humano, y tiene por fin ese mismo desarrollo” (en Wasserman 205).23 Muchos americanos de principios del siglo XIX creyeron incluso que los logros de las revoluciones triunfadoras igualarIan o hasta opacarlan los de Europa, generando esas rimbombantes afirmaciones de grandeza y prestigio que veremos más adelante al analizar algunos de los textos de nuestro corpus. Como ha señalado Antonio Cornejo Polar, esta literatura “[...] forja imágenes que responden fundamentalmente al aprendizaje de ciertos modelos conceptuales que no tienen casi raices reales en el ámbito de Ia nación y que por eso mismo suponen Ia actuaciôn de una cierta fantasia más o menos socializada” (53). Por ello, el fracaso de tales pretensiones no mucho tiempo después, incapaces de verse realizadas en el piano empIrico, mostraron que Ia ideologIa subyacente en tales aspiraciones de desarrollo y progreso, Ia burguesa, no correspondla a las condiciones económicas y sociales de los paIses Iatinoamericanos. En otras paiabras, ni Ia sociedad ni los medios de producciOn estaban preparados para servir de soporte a ese “gran salto adelante” que propugnaban los escritores neoclásicos, para los cuales los cambios sustanciales estaban al alcance de Ia mano. El segundo mito recuperaba el pasado de los pueblos indigenas que hablan vivido en libertad hasta Ia Ilegada de los conquistadores españoles. En Ia conciencia 23 El marxismo, especialmente luego del triunfo de Ia Revoluciôn de Octubre, se propuso un objetivo similar desde Ia perspectiva del proletariado. 30 de los nuevos ciudadanos, esa evocación creaba una continuidad absolutamente imaginaria entre las naciones nuevas y aquellas sociedades y protoestados prehispánicos (Burucüa 2003, 453), aspecto que consideraremos con más detalle en su aplicación al caso uruguayo en el capItulo 3. El republicanismo rioplatense que se gestó a partir de Ia Revolución de Mayo, a pesar de los intentos de establecer una monarquIa en el sur de America, de los cuales Manuel Belgrano fue uno de los principales propulsores,24es esencialmente racionalista y secular, aunque no antirreligioso. Enfatiza conceptos tales como el patriotismo, Ia militancia polItica, los derechos del hombre, el interés püblico, Ia idea de ciudadanha y Ia afirmación de Ia soberanla popular. Estos caracteres se yen corroborados por los principales documentos y medidas de Ia revolución rioplatense, en los cuales se impugna el culto a Ia personalidad, se exalta Ia libertad de expresiOn y se aseguran el debido proceso judicial, Ia reforma del sistema carcelario, el respeto a Ia privacidad y el amparo a los desvalidos. Las modificaciones afectaron otras estructuras heredadas del perlodo colonial: Ia filosofla empezó a ser profesada por laicos y en lengua vernàcula, se acentuO el interés por los asuntos contemporáneos en lugar de Ia historia clásica y sagrada, las escuelas del rey fueron reemplazadas por las escuelas de Ia patria y un porcentaje apreciable de frailes, en oposicion a Ia prédica del papado, se inclinó por Ia independencia. Muchos autores antes sepultados en el olvido volvieron a ser populares y se asociaron con nuevos nombres del 24 Belgrano habla viajado a Europa para sondear el ãnimo de las potencias en cuanto a Ia posible independencia de las Provincias Unidas y Ia forma de gobierno que adoptarian. Su informe destaca Ia conveniencia de una “monarquia temperada” o parlamentaria a cuya cabeza se encontraria “Ia dinastIa de los Incas por Ia justicia que en sj envuelve Ia restituciOn de esta casa tan inicuamente despojada del trono” (Romero 1977 2: 210). 31 pensamiento cientIfico europeo. Voltaire y Rousseau fueron seguramente los dos pensadores más divulgados en Hispanoamérica durante el perlodo independentista (Biangini 1315).25 En ese sentido, uno de los grandes hitos de Ia epoca fue Ia Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas del RIo de Ia Plata, que sesionó desde 1813 a 1815. Se vertieron allI conceptos muy avanzados: Ia supresion de Ia servidumbre,26Ia tortura, los tItulos nobiliarios, los juramentos y Ia invocaciôn a Dios en los juicios y contratos. Se sostuvo también Ia virtud como recompensa, Ia separacion de poderes y Ia oficialización de los simbolos patrios.27 Los fundamentos espirituales de estas medidas y anhelos fueron Ia concepción de Ia libertad y Ia independencia de las naciones como atributos connaturales, Ia defensa de los débiles y los oprimidos, Ia subordinaciôn absoluta a Ia ley, Ia función regeneradora del Estado y Ia autonomia territorial eclesiástica, todo ello “en nombre de Ia filosofia del nuevo siglo y para mitigar Ia barbarie” (Biangini 132). Esa filosofIa inclula Ia creencia en el valor universal de Ia razón, el rechazo a las tradiciones consideradas retrôgradas y Ia posibilidad de eliminar sübitamente Ia rémora de un pasado de opresion para crear una nacionalidad mediante mecanismos 25 Sin olvidar a Gassendi, Locke, Newton, Adam Smith y Bentham. 26 Aunque Ia Asamblea ratificô que todos los indios de las Provincias Unidas eran “hombres perfectamente libres y en igualdad de derechos a todos los demás ciudadanos que las pueblan’ y mandô que se tradujera el decreto al guaranI, quechua y aymará (Romero 1977 2: 310), Ia situaciOn real de los indigenas no fue acompanada de medidas prácticas que revirtieran el racismo y Ia marginaciôn. En muchos casos, el genocidio fue Ia forma más radical de solucionar definitivamente el problema de su inserción en Ia sociedad “liberal”. 27 Se sostuvo en Ia Asamblea que “La virtud es Ia mejor recompensa de Si misma, y ningUn verdadero republicano puede aspirar a otra gloria, que a Ia de merecer el elogio de sus conciudadanos, y oIr publicar sus nombre con los labios de Ia gratitud... Es un deber propio del cuerpo legislativo honrar al mérito, más bien para excitar Ia emulación de las almas grandes que para recompensar a Ia virtud que es el premio de si misma” (Romero 1997 2: 308). 32 legales. Pese a Ia importancia dada al contrato social y al valor de Ia soberanIa popular, Ia llustraciôn sostenla que el gobierno debla sustentarse en una elite educada a cuyo cargo estarla Ia instrucción de las masas incultas, cuya ignorancia era, en ültima instancia, el origen de todos los males. Se establecla asI una diferenciación jerárquica segün Ia cual una vanguardia minoritaria, depositaria de los ideales de Ia ciencia y Ia modernidad, se encargarla de Ilevar las luces de Ia civilización a una población que vegetaba en el oscurantismo (Cornejo Polar 49).28 El hilo de Ariadna para salir de esa situaciOn era el progreso. Esta formulaciôn, por provenir de una posición eminentemente clasista y elitista, se enfrentô muchas veces con Ia realidad de una percepción diferente de los fenómenos sociales y econômicos a cargo de otros sectores menos proclives a hacer suyos los ideales de Ia minorIa ilustrada, ya fuese por intereses diferentes o por una formación intelectual alejada del mundo letrado. Al ser Ia llustración una ideologia venida de fuera y no elaborada organicamente en el seno del cuerpo social, resultó inevitable Ia presencia de conflictos entre Ia opinion püblica que se pretendla formar y Ia minorIa ilustrada que generaba el discurso de Ia modernidad (Cornejo Polar 50). En ültima instancia, esos antagonismos se dirimirlan en funciôn de dos rasgos fundamentales: cómo se lelan las necesidades del cuerpo social desde cada perspectiva y con qué recursos se contaba para imponer una u otra lectu ra. La minorla ilustrada encontró en las asociaciones patriOticas un ámbito idOneo para Ia discusiôn del pensamiento liberal. Su historia en Europa se remonta a los 28 La perversion de los ideales revolucionarios y el beneficlo de las minorlas cultas a expensas de Ia poblaciOn comprendida en esa caracterizaciOn aparece documentada en muchos textos de Ia literatura gauchesca, como se vera más adelante. 33 inicios del siglo XVIII, cuando aparecieron las primeras logias masônicas y otras agrupaciones motivadas por los ideales de Ia llustraciôn. En America, asI como en España, las logias masónicas fueron de aparicion más tardla (principios del siglo XIX). A semejanza de las Sociedades Económicas de Amigos del Pals de Ia España dieciochesca (asociaciones civiles que promovIan mejoras en Ia agricultura, Ia industria, el comercio y Ia educaciOn), en America Latina se formaron las Sociedades de Amigos o Sociedades Patrióticas, de las cuales habia ejemplos en Veracruz, Lima y Santiago de Cuba ya en 1780. Estas sociedades americanas terminaron volviéndose revolucionarias e independentistas como sus integrantes, básicamente criollos perjudicados por el monopolismo español, letrados con inclinaciones liberales o ambos. En el Rio de Ia Plata este fenómeno fue tan tardlo como Ia primera imprenta y el desarrollo de Ia prensa periOdica: Ia idea de fundar una Sociedad Patriótico-Literaria en Buenos Aires data de 1801 (Gonzalez Bernaldo 569). Su presidente, Manuel José de Lavardén, era abogado, periodista y saladerista; en suma, un tipico letrado empresario que, además, es considerado un precursor de Ia Revoluciôn de Mayo.29 Por Ia dinámica de funcionamiento de estas sociedades, Ia relación entre individuos ya no ligados por su pertenencia a una clase social sino a una comunidad de personas con un interés comün terminO modificando el antiguo vinculo relacional heredado de Ia colonia. En Ia epoca revolucionaria, Ia idea de una relación de tipo colonial ya era anacrônica y reaccionaria. Todas esas asociaciones -clubes, 29 “Sábese que muriO en el mar, antes del 25 de mayo de 1810, razón que nos explica Ia ausencia de su nombre en los fastos de Ia RevoluciOn argentina, que iba a realizar las cosas soñadas en su juventud optimista y cantadas, entre Ia corte de los ‘poetas menores’, por los aplaudidos versos de su madurez”, dice Rojas (1960 4: 491) aludiendo a sus años de estudiante liberal en Chuquisaca y a su Oda a! Paraná. 34 sociedades patrióticas, logias, tertulias- tenIan un fin estrictamente politico: insurrección e instauración de un nuevo sistema. Debatir, disentir, saber escuchar, plantear opiniones, tomar decisiones, fueron actividades determinantes en el establecimiento de las bases para el ejercicio de Ia soberanIa (Gonzalez Bernaldo 573). Con todo, Ia formaciôn de un espIritu crItico y liberal ya venla anticipado por Ia educaciôn que segulan los futuros letrados. Los sacerdotes en Ia vanguardia de Ia revolución En el Rio de Ia Plata, Ia formaciôn intelectual de Ia elite neoclásica estuvo intrInsecamente vinculada a Ia educaciôn, central en Ia diseminaciOn del ideario ilustrado, que fue impartida por las órdenes religiosas de los jesuitas y los franciscanos.3°La CompaflIa de Jesus tuvo prácticamente el monopolio de Ia misma hasta su expulsion en 1767. El papel renovador de estas dos Cong regaciones en el ámbito del pensamiento fue de una importancia capital y se desarrolló en dos aspectos: 1) Ia educaciOn de los jOvenes criollos en las doctrinas liberales estableciô el semillero de donde saldrIan los futuros Ilderes de Ia emancipaciOn, y 2) Ia participación efectiva de muchos clerigos -educadores o intelectuales- en el proceso revolucionario, primero, e institucional después, ubicô a personalidades eclesiásticas capaces y muy bien formadas en puestos estratégicos de Ia administraciôn de los negocios publicos. En Ia Banda Oriental, el itinerario educativo de los jOvenes comenzaba en 30 En Montevideo, los franciscanos se establecieron en 1743. Tres años mãs tarde se furidO una escuela primaria jesuita, donde se enseñaba doctrina cristiana, lectura, escritura y aritmética. En 1760 se habilitó el segundo colegio jesuita de primeras letras, al que se le agregó un curso de latin y en 1786 un aula de filosofIa, ya bajo Ia administraciOn franciscana (Rela 1998 1: 132; 195). 35 alguna de las dos escuelas de primeras letras gratuitas (una a cargo de los franciscanos y otra con preceptores seculares), o bien en instituciones privadas (ReyesAbadie 2: 110). La enseñanza secundaria se brindaba en el Colegio de San Bernardino, formación que no era para nada deficiente: quien serIa el primer naturalista oriental, Dámaso Antonio Larranaga, habla egresado de sus aulas lo suficientemente bien preparado como para continuar sus estudios superiores en Buenos Aires (Cayota 116). Los cursos que se impartIan en San Bernardino inclulan gramática, retórica, latin, filosofla y teologia. Se estudiaba también fIsica, considerada por los franciscanos una herramienta ütil no solo para comprender mejor el mundo sensible sino para refutar las peligrosas doctrinas de los ilustrados.31 La suerte de los profesores franciscanos del colegio estuvo estrechamente ligada a los sucesos de Ia emancipación del Rio de Ia Plata. Tres dIas después de Ia primera gran derrota de los españoles en Las Piedras, ocho frailes, varios de ellos docentes, fueron expulsados de Ia ciudad por orden del Virrey ElIo. No era para menos, teniendo en cuenta que las autoridades los consideraban “consejeros e ideOlogos de Ia RevoluciOn Oriental” comandada por José Artigas, ex alumno del mismo colegio (Cayota 118). Para los estudiantes que deseaban cursar una carrera universitaria, las opciones más viables eran Côrdoba o Charcas. Ambas favorecieron el estudio, 31 Fray Manuel Maria Trujillo, Comisario General de Indias de Ia orden franciscana, habia escrito en 1786 que el estudio de Ia fIsica era un arma fundamental para “refutar vigorosamente el Emillo, el Diccionarlo Fiosófico, el Sistema de Ia Naturaleza, el Examen de Ia Religion, las Cartas Persianas y semejantes monstruos de Ia impiedad, abortados por los incrédulos de este siglo para combatir Ia iglesia y echar portierra Ia religion” (Cayota 118). Cabe preguntarse si el estudio de Rousseau, Voltaire, Linneo, Dumarsais y Montesquieu con el propósito de refutarlos no habria terminado por ganar Ia adhesiOn de los mismos sacerdotes que esperaban combatir sus ideas. En todo caso, Ia emancipaciôn cosechó los réditos de estas diatribas. 36 aunque no necesariamente Ia aceptaciOn completa, del pensamiento cientIfico europeo más avanzado (Descartes, Gassendi y Newton). En particular, Ia inclusion de Ia fIsica experimental en el programa curricular fue considerada un beneficio para Ia formaciOn cultural de los egresados y una ventaja sustancial para las actividades productivas de Ia sociedad. Educación y mejoramiento social, pues, iban de Ia mano, y en esto Ia vision religiosa más progresista coincidia con Ia de los filôsofos que tan encarnizadamente se pretendla combatir.32 El contraste de ideas y el frecuentar autores diversos debe haber sido una poderosa herramienta para profundizar el sentido critico en los estudiantes más propensos al librepensamiento, con importantes consecuencias para Ia elaboraciôn del programa revolucionario. Las mismas autoridades religiosas ponIan a Ia razôn por encima de las posturas particulares de los filôsofos, incluso Ia de los más reputados pensadores cristianos.33 No sorprende, pues, que en esas universidades se haya cuestionado el espiritu de casta que existIa en el pensamiento colonial y se haya formado Ia generación de 1810 que llevO adelante el proceso revolucionario en el virreinato e incluso más allá de sus lImites, como lo hicieron José Manuel Rodriguez de Quiroga, gestor de Ia revolución de Quito (agosto de 1809), y Mariano Alejo Alvarez, precursor de Ia independencia peruana.34 Jaime Zudáñez, quien tuvo un importante papel en Ia elaboración de las 32 En un informe al rey Carlos IV se decla que ese cambio en el programa “[i]mporta mucho para Ia jurisprudencia, para Ia náutica, para conocimientos econômicos, comercio... no sOlo saldrán mejores teôlogos, que con su literatura iluminen los pueblos..., sino también sujetos bien dispuestos para todas las clases productivas del estado’ (Siebzehner 198). La OraciOn Inaugural de Larrañaga al inaugurarse Ia primera biblioteca pOblica recoge un pensamiento similar. 33 El ya citado fray Trujillo habla escrito en una pastoral a su grey americana que “Ni PlatOn, ni AristOteles, ni todos los heroes de Ia Grecia literaria, ni Santo Tomás, ni Escoto [...] tienen facultad para ligar los pies a Ia razOn, ni pueden obligarla a que les preste sus homenajes” (Reyes Abadie 2: 112). 34 De esas aulas egresaron, entre otros, Juan José Paso, Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bemardo Monteagudo, todos ellos importantes figuras de Ia Revolución (Zum Felde 1941, 35). 37 constituciones de Chile, Argentina y Uruguay, se formó también en ese ámbito (Biagini 140). Un rasgo particular de Ia emancipacion es Ia gran acogida que tuvo ésta entre los miembros del clero. Cabria preguntarse cuáles fueron las motivaciones que Ilevaron a esta toma de partido tan generalizada. La tradición liberal y progresista española en Ia Ilnea de Benito Feijoo pod na ser una posibilidad, o bien el vacio de poder generado por Ia expulsion de Ia CompanIa de Jesus, que habrIa producido una disponibilidad de puestos dave en una sociedad sujeta a un nuevo ordenamiento politico. Por otro lado, para algunos sacerdotes Ia causa de Ia revoluciOn formaba parte de un plan divino. Uno de los más radicales y crIticos, el franciscano Francisco de Paula Castañeda, sostenIa que “vuestros dulces hijos, que no sin soberano acuerdo han sido mejorados en dones, en gracia y en abundancia de carismas, como que al fin están predestinados por Ia Divina Providencia, para acabar y perfeccionar Ia grande obra de nuestra libertad” (Siebzehner 154). La lectura que hacian algunos clerigos del proceso revolucionarlo desde una perspectiva religiosa implicaba una intervenciôn sustancial en el orden secular, cuyas imperlecciones, nacidas de Ia falibilidad humana, requerian ser corregidas activamente, y esos sacerdotes no escatimaban esfuerzos para lograrlo. AsI lo testimonian las quejas del gobernador de Montevideo Gaspar de Vigodet: “Los pastores eclesiásticos se empenan en sembrar cizaña, en enconar los ánimos y alterar el orden [...} los curas han sido los más declarados enemigos de Ia buena causa sin exceptuar uno” (Machado 44). Las tareas de agitaciOn y propaganda en el seno de una poblaciOn fundamentalmente analfabeta 38 destaca Ia funciôn del clero como vanguardia de Ia revoiución y asimismo el valor de Ia prédica oral, particularmente en Ia campana, donde poblaciones enteras, gaivanizadas por los discursos de los sacerdotes, se plegaban continuamente a las fuerzas rebeldes.35 Los sacerdotes no solo soliviantaban a su feligresia contra las autoridades espanolas, sino que también participaban activamente en el piano militar, como antes los religiosos guerreros del imaginario epico medieval (el arzobispo Turpin en Ia Chanson do Roland, el obispo don JerOnimo en el Poema de Mb Cid y el fraile Tuck en Ia leyenda de Robin Hood). El primer gran triunfo de los orientales (Las Piedras, 18 de mayo de 1811) contó con dos clerigos en los primeros puestos de combate. Los sacerdotes José ValentIn GOmez y Santiago Figueredo, segün reza el parte militar redactado por Artigas, no contentos con haber colectado con celo varios donativos patriOticos, con haber seguido las penosas marchas del ejército, participado de las fatigas del soldado, con haber ejercido las funciones a su sagrado ministerio en todas las ocasiones que fueron precisos, se convirtieron en el acto de Ia batalla en bravos campeones, siendo de los primeros que avanzaron sobre las filas enemigas con desprecio del peligro y como verdaderos militares. (Rela 1998 2: 65) La revoluciOn y los cambios que Ilegaron después brindaron oportunidades 35 El cura Santiago Figueredo, pàrroco de Florida, le escribIa a Artigas poco antes de Ia batalla de Las Piedras: “Toda Ia gente de que constan las seis partidas de mi compresiOn están prontas a reunirse en el momento que se acerque y yo por mi parte, quedo formalizando una compania de vecinos hacendados que en mi compania se agregarà a servir de voluntarios” (Cayota 184). 39 para que algunos de esos prelados-soldados se destacasen en otros pIanos, como sucediô con Valentin Gómez, quien llego a ser rector de Ia Universidad de Buenos Aires en 1826 (Calvo 197). Hay que subrayar tamblén el papel pionero de muchos sacerdotes en el campo de Ia literatura. En Ia Banda Oriental, tres de ellos -José Manuel Perez Castellano, Dámaso Antonio Larranaga, Juan Francisco MartInez-, además de apoyar Ia revolución, aportaron al desarrollo de Ia cultura local. Las obras de estos clerigos, que serán examinadas en los capitulos siguientes, no rompieron Ia continuidad con los hábitos de escritura de Ia epoca,36 pero tuvieron el mérito de establecer una relectura de Ia tradición culta en dave progresista, ilustrada y republicana, y de hacerlo desde tierras hasta entonces prácticamente virgenes de una tradición literaria. En este sentido, fueron auténticos precursores. El ejemplo de los sacerdotes revolucionarios ilustra el vInculo entre Ia formaciôn cultural de cuño clásico y Ia tendencia progresista en lo social y politico, dos aspectos remarcables en el Neoclasicismo latinoamericano en general. Es comün a los letrados de Ia epoca, eclesiásticos o no pero en definitiva formados en Ia misma matriz del pensamiento liberal, insistir en lo que Roggiano sintetiza como “un humanitarismo social con los ojos puestos en lo inmediato, Ia naturaleza, los trabajos del hombre, los beneficios del progreso y todo lo que pueda garantizar el destino personal y el cumplimiento libre de Ia condición humana” (278). Estos aspectos aparecen ilustrados en el discurso con el que se inauguro Ia primera biblioteca pUblica de Ia Provincia Oriental, a cargo de Dámaso Antonio Larranaga: 36 Formal y estilisticamente, no innovaron en los géneros que desarrollaron (teatro, literatura didáctica y oratoria), pero en el Neoclasicismo innovar no era Ia cuestiOn. 40 Hay que abrir caminos, elevar caizadas, construir puentes, hacer canales, poner compuertas, limpiar vuestro puerto, rehacer el muelie, fabricar arsenales, fortificar el recinto, traer aguas potables, levantar pianos, distribuir Ia campana, secar pantanos... Todo hay que hacer porque estamos en una infancia poiltica. (44) Esos ambiciosos proyectos tardaron años en encaminarse, pero resuita evidente ei sentido práctico de las palabras del sacerdote, más propias de un estadista que de un eclesiástico. Esto ratifica Ia estrecha relaciôn entre ei pensamiento ilustrado, Ia formaciôn intelectual proporcionada por los sectores más progresistas de Ia iglesia y Ia militancia polItica, todo en uno. El papel del ciero como pedagogo y generador de espacios de discusiôn crItica en términos de formación poiltica se ye subrayado por el importante aporte de quienes participaron, en su doble condición de soldados y poetas, durante Ia emancipaciOn oriental y las sucesivas luchas contra Portugal y Brash, como veremos en el apartado siguiente. La pluma y Ia espada En Ia historia de Occidente, el ejercicio conjunto de las letras y las armas es un tema recurrente por lo menos desde los tiempos de Esquilo, quien peleô en Ia batalla de Maratón contra los persas (490 a. C.). Otro de los grandes ejemplos del soldado culto es Julio César, de quien se conserva su relato de Ia campana de las Galias (58- 49 a. C), de Ia que fue vencedor, asI como una historia de Ia guerra civil (49-48 a. C.) en Ia que tuvo un papel protagonico. En Ia literatura en Iengua castellana, es Ia 41 Espana del Siglo de Oro Ia que ha dado los ejemplos más célebres de este maridaje entre Ia pluma y Ia espada. Garcilaso de Ia Vega, Cervantes, Lope de Vega y CalderOn fueron a Ia vez soldados y eximios literatos que ocupan un lugar de primer nivel en Ia literatura mundial, donde también tienen su sitial los soldados-cronistas que acompanaron a los conquistadores a America, como Alonso de Ercilla y Züniga, autor del poema épico chileno LaAraucana (1 569-1 589). Idéntica situación se dio en el Rio de Ia Plata y en particular en Ia Provincia Oriental, donde Ia educación y el ejercicio de las armas fueron institucionalizados como parte de Ia polItica de estado esbozada en el Proyecto de constitución para Ia Provincia Oriental de 1813. Su artlculo 3 establece que “se tendrá por ley fundamental y esencial que todos los habitantes nacidos en esta Provincia precisamente han de saber leer y escribir”, mientras que el 15 dispone que, “siendo necesaria a Ia seguridad de esta provincia una milicia bien organizada, todos los habitantes de ella, precisa e indispensablemente han de saber el manejo del arma” (Romero 1977 2: 18- 9), disposiciôn en Ia que resuenan lejanos ecos de Ia Constitución de los Estados Unidos y su segunda enmienda, que garantiza el derecho a portar armas.37 Los letrados-soldados desempenaron un importante papel en el desarrollo de Ia literatura uruguaya. En Ia mayorIa de los casos, sin embargo, Ia “vocinglera fama” que los acompano en vida enmudeciô tamblén con su muerte. Quienes tuvieron mejor fortuna - poqulsimos- sobreviven como nombres sin referente en Ia guIa do calles de las ciudades uruguayas, y no precisamente por el mérito de su obra en el campo de 37 “A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed” (Vile 137). 42 las letras, sino por su actividad püblica o militar. El compilador de El parnaso oriental, Luciano Lira, sin embargo, es Ia excepciOn. Porteño, militar de carrera (llego a recibir el grado de capitán), emigrO a Montevideo en 1828. Habla caido el gobierno de Bernardino Rivadavia y las luchas entre unitarios y federales ya anticipaban los años sangrientos de Ia Guerra Grande (1839-1851). En Uruguay, Lira se dedicó a Ia enseñanza, primero como preceptor en Ia Escuela Normal y luego como fundador, en 1833, de “El Ateneo”, establecimiento de primeras letras para niños y niñas. El instituto, supervisado por “damas y caballeros orientales y argentinos”, apuntaba a las necesidades educativas de “Ia clase pobre del Estado”, para Ia cual ofrecia cursos de lectura, escritura, aritmética, gramatica, costura, bordado, müsica, piano y frances (Pivel 1981 b, Xl). Lira fundó también el canon literario de Ia joven repüblica uruguaya al editar Elparnaso oriental, de modo que este “pardo algo letrado”, como lo describe Zum Felde con inocultable racismo, “vino a ser asI el primer ‘editor’ de libros habido en el pals” (1941, 57). Aunque miembro de una de las castas tradicionalmente marginadas de Ia sociedad desde los tiempos coloniales, Lira integra con todo derecho Ia comunidad intelectual de Ia ciudad letrada, Ia cual, funcional al Neoclasicismo, no distingue matices personales ni lugar de nacimiento, sino sOlo una devoción a Ia religion del libro como condiciOn de ingreso en funciOn de Ia universalidad de sus presupuestos. El autor de Un paso en el Pindo, Manuel Araücho, fue soldado, poeta, traductor (manejaba el frances y el ingles) y practicante de medicina. Nacido en Montevideo en 1803, se iniciô muyjoven en Ia carrera militar: a los 14 años era cadete y a los 16 ya 43 habla sido tornado prisionero en uno de los tantos enfrentamientos entre federales y centralistas en Ia provincia de Santa Fe. Tenia 22 años cuando se enrolô en los ejércitos que corn batieron al imperio brasileño luego del desembarco de los Treinta y Tres Orientales. En octubre de 1825 peleô en Ia batalla de SarandI, donde obtuvo el grado de mayor (Pivel 1981b, XL). Su actividad militar no le impidió dedicarse al cultivo de las letras: además de participar en Ia campana de Brasil, publicó en un periódico bonaerense su Carta de un gaucho a un proyectista del Banco de Buenos Aires, en lenguaje gauchesco. Escribió tarnbién un unipersonal que se representó en una funciOn solemne para celebrar Ia elección del presidente Fructuoso Rivera (1830) y una oda Ala batalla de ltuzaingo que fue lelda püblicamente (Rela 1969, 21). En 1835, pocos meses después de Ia aparición de El parnaso oriental, Araücho fue ascendido a teniente coronel de caballerla y Un paso en el Pindo se convirtió en el primer libro de autor uruguayo publicado en el pals (Ayestaran 1950, 44-5). Manuel Araücho se desempeno también como medico. En los ratos de ocio que le deparaba Ia carrera de las armas Ieyó libros de medicina y se convirtió en un abanderado del “Método de Le Roy”, basado en Ia acción de un poderoso depurativo. Después de trabajar en Buenos Aires y “curar infinitos enfermos” volvió al Uruguay, donde tuvo “el honor de haber asistido varias veces en sus enfermedades al primer Magistrado [Manuel Oribe] y a su familia” (Ayestarán 1950, 49). Su ejercicio de esa especie particular de Ia medicina, unido a Ia préctica de las letras, le inspiraron una canción dedicada a Ia “Medicina curativa” que sigue los pasos de Ia Oda a Ia vacuna de Bello en Ia celebraciOn de los progresos de Ia ciencia, como era tradicional entre 44 los neoclásicos, que se analizará en el capItulo 2. Lira y Araücho, soldados-letrados, son pues los organizadores del canon literario neoclásico uruguayo, uno como compilador de textos ajenos y otro como autor de sus propias producciones. “Una vez concluidas las guerrillas de ‘los patrias’, cerrado en 1830 el arduo proceso politico y diplomático que gesto el Estado uruguayo, Ia clase dirigente comprendiO que era necesario edificar una mitologla local que diera sentido a Ia fragil Repüblica”, escribe Rocca (49). Cronologicamente, El parnaso oriental fue el primer compendio de poesla oriental o de tema vinculado con esa Banda.38Lira seleccionô sus materiales a partir de los textos publicados en Ia prensa periódica bonaerense y montevideana, además de incluir hojas sueltas que circulaban püblicamente o se distribulan en ocasión de fiestas o celebraciones patrióticas. La publicacián de Ia compilaciOn de Lira tuvo lugar poco después de Ia aparición del corpus juridico primario del nuevo pals (Ia Constitución de 1830). Algo similar habla sucedido en Brasil (Constitución en 1821 y Parnaso Brasileiro en 1829) y en Argentina (Asamblea Constituyente y Lira Argentina en 1824). Como lo ha señalado Hugo Achugar: “Implicita en Ia publicación de tales proyectos poéticos estaba Ia afirmaciOn de que los nuevos palses tenIan además de leyes, su parnaso nacional; más aUn, parnaso y nación iban de Ia mano: el parnaso era Ia nación y Ia nación era el parnaso. Al orden juridico se sumaba el orden poético. La ordenada escritura neoclásica de estos primeros parnasos intentaba realizar en Ia esfera püblica Ia 38 Los textos de esta obra se citarán utilizando Ia abreviatura Par. seguida del nümero del volumeri y Ia página correspondiente. Se ha modernizado Ia ortografia. 45 ordenaciôn poética del imaginario de Ia nación” (1998, 51). Más allá de Ia manifiesta intención de identificar el parnaso con Ia nación, entre uno y otro media una fractura abismal. La colecciôn de textos, monumento del buen gusto de su tiempo, es un producto objetivable, dotado de una existencia material, en tanto Ia nación es un constructo que integra diferentes facetas (ideologicas, sociales, juridicas, económicas, por mencionar algunas) que necesariamente deben ser dispuestas en arreglo a un determinado “orden” para asegurar su viabilidad. Se trata de un divorcio entre Ia nación real de Ia experiencia cotidiana y Ia nación ideal cuyo diseño y ejecuciôn bullian en Ia mente de los letrados, que escriblan para “superar Ia catástrofe, el vacIo de discurso, Ia anulación de estructuras, que las guerras habian causado. Escribir, en ese mundo, era darforma al sueño modernizador; era ‘civilizar’: ordenar el sinsentido de Ia barbarie americana” (Ramos 1989, 19). Veamos cuál fue el “orden” que escogiô Lira para representar al Uruguay en los primeros años de su vida como nación independiente. El primer tomo de Ia compilaciOn fue editado en marzo de 1835, durante el gobierno del Brigadier General Manuel Oribe, segundo presidente constitucional. El éxito editorial subsiguiente motivó Ia publicación del segundo tomo en agosto del mismo año. El ültimo comenzO a distribuirse en mayo de 1837. El marco histOrico en que se inscriben las obras editadas va desde las invasiones inglesas de 1806 hasta 39 Un intelectual del Romanticismo uruguayo, Andrés Lamas, sostenia en 1851 que “Ia literatura no ha podido constituirse, después de Ia revoluciOn, porque no se ha constituido Ia sociedad... Pero, si no nos enganamos, Ia literatura, para ser expresiôn de un pals dado y ser (dii a determinada sociedad, debe realizar Ia misma operación que el legislador que va a constituir a su pueblo” (27). 46 1836. La presentación del primer tomo refiere que Ia motivación detrás de Ia compilaciôn es “mostrar a Ia distancia las bellas producciones poéticas de los que se han dedicado a cortejar las musas con suceso en esta joven Repüblica” (en Pivel Devoto 1981 a, XII). Esa toma de distancia, saludable práctica que permite calibrar con mayor precision Ia naturaleza y Ia calidad del material, es también una toma de posición con respecto a Ia temática de los textos seleccionados. La organizaciôn de los mismos, “por su orden, presenta una historia de los sucesos más notables que han tenido lugar en este Estado”, continUa diciendo el compilador. La ordenación de tales sucesos sigue un criterio aproximadamente cronologico que no se respeta en los dos tomos restantes, donde las composiciones son más heterogeneas y tocan temas de Ia vida cotidiana (corridas de toros, cumpleanos, viajes) que difIcilmente podrIan catalogarse como “notables”, habida cuenta del tono épico y patriótico del primer tomo. Lira continUa: “Hemos tenido en vista al formar esta colecciôn el reunir lo más selecto, y todo lo que tuviese relaciOn con las grandes epocas de Ia patria, huyendo con escrupuloso cuidado de insertar en ella, nada que fuese personal” (en Pivel Devoto 1981a, XII). Veremos más adelante cómo el compilador ejercio su autoridad de critico para estructurar un muestrario de Ia producciOn literaria de su tiempo sin exponerse a herir posibles susceptibilidades en los centros de poder (locales, regionales y también allende los mares). Con este trabajo, Lira presenta a Ia ciudadanla del nuevo pals lo que en su lectura de letrado es el compendio del buen gusto del Neoclasicismo 47 uruguayo. En otros términos, El parnaso oriental consolida una forma canónica de hacer literatura al monumentalizar los textos que acompanaron el momento histôrico. La compilaciôn de Lira puede leerse como Ia consagraciOn del canon literario de Ia nueva repüblica que contribuye, como ha notado Ernest Curtius, a afianzar una tradición (361). En efecto, los tres tomos de El parnaso oriental no hacen otra cosa que sentar las bases de lo que será después parte fundamental de Ia historia patria, celebrada primero como poesla. El Uruguay se integraba asI a Ia tradiciôn literaria de los grandes centros culturales del mundo occidental -Europa y en particular Espana y Francia- en dos sentidos: 1) manejando con relativa destreza el Neoclasicismo, lenguaje poético de Ia epoca que, al menos en Uruguay, todavIa no habia sido suplantado por el Romanticismo; y 2) validando un legado que era a Ia vez continuación y ruptura con Ia relaciOn colonial, que cortaba lazos de dependencia polltica y administrativa con Ia metropolis y paralelamente afirmaba los valores culturales e ideologicos del racionalismo ilustrado quo acompañó el termento revolucionario. Por otro lado, como nación emergente, el Uruguay segula también Ia lInea do desarrollo de las humanidades en Ia misma direcciOn que las grandes tradiciones literarias do Occidente, donde primero se cultivó Ia poesla epica y mucho después Ia historia. MetafOricamente, esa práctica literaria correspondla a Ia infancia cultural do las nuevas naciones, y el Uruguay no era otra cosa, en ese piano, que un recién Ilegado al mundo. Esto presentaba una importanto ventaja porque significaba que ostaba todo por hacer y que además se podlan evitar los errores quo las naciones 48 más antiguas hablan cometido mirándose en el espejo de aquellas. Hemos visto ya que el Neoclasicismo fue el arma cultural y propagandistica de Ia burguesia revolucionaria, primero, y luego del proyecto liberal que sentô las bases del estado. Por ello, las composiciones neoclásicas ocupan Ia inmensa mayorIa de las páginas de Ia compilación de Lira. Si bien el Romanticismo habia comenzado a difundirse en el Rio de Ia Plata a partir de Ia Ilegada de Esteban Echeverria desde Francia (1830), en Uruguay su impacto fue tardio. En el desarrollo de Ia literatura romántica fue muy importante el aporte de Ia comunidad intelectual antirrosista radicada en Montevideo. Alrededor de 1840, durante Ia Guerra Grande, los exiliados argentinos, aunque férreamente unidos en su rechazo al Restaurador, se hallaban divididos en dos facciones literarias antagónicas: Ia de los neoclásicos (liderada fundamentalmente por Juan Cruz y Florencio Varela y el filôsofo Juan Manuel Fernández de Aguero) y Ia de los románticos (Juan Bautista Alberdi, Miguel Cane, Juan Maria Gutiérrez, Esteban EcheverrIa, José Mármol, Bartolomé Mitre), enfrentados en una feroz querella en Ia que los poetas uruguayos prácticamente no participaron. Por ello, “Ia publicación de Elparnaso oriental, como si fuera el resumen y testamento literarlo de una epoca, marca elfin del periodo clasicista en las letras y en Ia cultura intelectual del Uruguay” (Zum Felde 1941, 86). Porotra parte, es Ia ünica compilaciôn que existe sobre el perIodo fundador de Ia literatura nacional (Rocca 51). Si contrastamos El parnaso oriental con su antecedente inmediato, La lira argentina, vemos que, si bien ambas compilaciones evidencian claramente Ia voluntad de convertir esos textos en monumentos representativos de una época histôrica digna 49 de recordarse, difieren en el tratamiento de los materiales seleccionados. La nota que acompana Ia compilaciôn argentina es más descriptiva y abarcadora, ya que no desdena incluir textos que critican 10 que se consideraba una desviaciôn del plan revolucionario;4°Ia selección uruguaya, en cambio, privilegia “10 más selecto” en términos estéticos y muestra una relativa homogeneidad en los temas de contenido patriótico y politico. PodrIa decirse que Ia compilaciOn de Lira busca reducir al mInimo las fricciones y herir lo menos posible las sensibilidades, ya sean las de las potencias otrora enemigas (Brasil, España) o las de los caudillos que incubaban los germenes do potenciales alzamientos armados. Es, en este sentido, otra manifestación del decoro tIpico de Ia poética neoclásica, siguiendo el cual el poeta observa Ia sociedad y se permite algunas crIticas generales, bien que livianamente, sin personalizar y sin Ilegar al argumento ad hominem. Sirve como ejemplo una letrilla satIrica que se refiere a Ia actitud de quienes se dicen patriotas para obtener ventajas económicas: “De las capas quo yo mismo I me admiro de su grandor, I es Ia más doble y mejor I Ia capa del patriotismo; / muchos profesan civismo I mientras corre Ia pitanza. I Buena va Ia danza! (Par. 1, 264). La estrofa siguiente toca el tema del acomodo, Ia corrupción, el tráfico do influencias y el saqueo de las arcas püblicas: “Tiene por padrino a un gordo I el gran sisador D. Tejo, I y danle para el manejo I un empleo de alto bordo, / ordena a Ia Patria el tordo I como si fuera vaca mansa. I Buena va Ia danza!” (265). Si bien so trata de un delito de proporciones, el lenguaje empleado, Ia ambiguedad de los 40 “[N]o he sido animado de otro deseo, que el de redimir del olvido todos esos rasgos del arte divino con que nuestros guerreros se animaban en los combates de aquella lucha gloriosa; con que el entusiasmo y el amor de Ia patria explicaba sus transportes en Ia marcha que emprendimos hacia Ia independencia: o con que en algunos periodos difIciles de esa misma marcha Ia sátira quiso embargar también los encantos, y chistes del lenguaje poético para zaherir las acciones de algunos, que otros de nosotros mismos reputaron contradictorias con el grande objeto de nuestra emancipaciOn” (DIaz 19). 50 términos y lo gráfico de Ia representación hacen que Ia crItica pierda efectividad al diluirse entre rasgos netamente humorIsticos. En efecto, Ia polisemia de “padrino” (,desde el punto de vista religioso, como sinónimo de alguien influyente, 0 ambas cosas?) y Ia metáfora de Ia patria como vaca ordeñada por un tordo, ave que pone sus huevos en nido ajeno, harlan, sin duda, las delicias de un caricaturista. Por el contrario, Ia Ilamada “literatura gauchipoiltica” que circuló entre 1831 y 1833 es más frontal y descarnada en su critica, ya que no solo censura el accionar inescrupuloso de importantes figuras del gobierno, sino que prácticamente las menciona con nombre y apellido al emplear apodos más 0 menos pintorescos conocidos por todos (Ayestarán 1950, 162). Un cielito anOnimo de 1832 que critica a varios hombres püblicos dice del militar Eugenio Garzón: “El coronel chamusquina / dicen que el Fuerte quemô I pa que se ardieran las cuentas / del dinero que robó” (Ayestarán 167). Semejante falta de tacto y de decoro haria impensable Ia inclusion de una composicion como ésta en el repositorio de “10 más selecto” de Ia literatura nacional, como querla Lira. El espectro de las formas literarias representadas en El parnaso oriental es amplio y variado: odas, himnos, marchas, cantos y canciones, cielitos, elegias, dialogos, sonetos, epIstolas, epigramas, letri has, octavas, décimas, acrôsticos, versos sueltos, inscripciones, desahogos poéticos y obras teatrales, Io que lo convierte en una suerte de enciclopedia del arte poética de su tiempo. Se percibe también ha intención de dignificar Ia lengua nacional, enriqueciendola con traducciones del frances y del latin. Un pequeno nümero de composiciones están escritas en portugues 51 y pertenecen a Ia pluma del versátil Acuña de Figueroa. Los sucesos más notables que el compilador quiso rescatar incluyen episodios de Ia epoca prerrevolucionaria (las invasiones inglesas de 1806 y 1807), el pronunciamiento de Ia Junta de Mayo en 1810, los albores de Ia emancipaciôn uruguaya en 1811, los dos sitios de Montevideo, Ia batalla del Cerrito y el comienzo de Ia invasion portuguesa, algunas pocas vicisitudes del perIodo artiguista, los acontecimientos que llevaron a Ia independencia del Brasil -Ia cruzada de los Treinta y Tres Orientales y las batallas de SarandI, ltuzaingO y Misiones- y los festejos relacionados con Ia jura de Ia constitución en 1830. Otros elementos de importancia son Ia apertura do Ia Biblioteca püblica (inaugurada en 1816 y restablecida en 1830) y el pesar popular ante Ia muerte del coronel Bernabé Rivera en 1833 a manos de los charrüas. Además de los asuntos épicos y patriOticos, Ia compilaciOn toca temas de Ia vida cotidiana y las costumbres de Ia epoca, tales como el carnaval y las corridas de toros. Estos acontecimientos memorables dejan de lado otras facetas, más sombrIas, de los momentos inaugurales del nuevo Estado Oriental del Uruguay. AsI, los textos literarios vinculados con las rivalidades caudillescas (Juan Antonio Lavalleja contra el presidente Fructuoso Rivera en 1832, 1833 y 1834, Rivera contra el presidente Manuel Oribe en 1836), casi contemporáneos con Ia preparaciOn del Pamaso, no figuran en Ia compilación, a pesar de que sus consecuencias fueron nefastas para el futuro do Ia recién establecida repüblica al preparar el ambiente para Ia Guerra Grande. Aunque faltan los textos especIficos, algunos do esos acontecimientos Si 52 aparecen, sutilmente velados por alusiones clásicas y decorosamente mencionados por los poetas. Uno de estos ejemplos involucra a Lavalleja. Cuando éste se encontraba en Buenos Aires en mayo de 1836, conspirando contra el gobierno de Oribe, un poeta Ic invitó a volver al Uruguay con estos versos: “Cese ya el ostracismo; yen dichoso I como nuevo TemIstocles virtuoso, / no quiera el hado insano I hacer de un EscipiOn un Coriolano” (Par. 3, 6). El texto no dice una palabra acerca de sus levantamientos contra el gobierno anterior, pero da a entender que Lavalleja habla sido desterrado. En esto se vincula ligeramente con TemIstocles, comandante de Ia marina griega en Ia batalla de Salamina contra los persas (480 a. C), que cayO en desgracia como politico y fue desterrado de Atenas (Hornblower 1497). Notemos, sin embargo, que Lavalleja se habIa levantado en armas contra el gobierno, 10 que podrIa calificarse de traiciOn, en tanto TemIstocles habla perdido Ia simpatla del pueblo ateniense, lo que en si mismo no serla un delito. El poeta, entonces, disimula Ia gravedad del caso con esta alusión, forzando y a Ia vez falseando Ia comparación entre los dos soldados, porque, además, TemIstocles nunca volvió a Atenas. Las otras dos figuras históricas, dos generales romanos, fueron recordados, el primero, como un exitoso estratega por haber vencido al AnIbal a fines del siglo Ill a. C., lo que puso fin al imperio cartagines, y el segundo, por haber traicionado a su patria por venganza (Horblower 398, 922). De esta manera, el poeta, discretamente, intenta atraer a Lavalleja a Ia causa oribista sin aludir a sus tropiezos polItico-militares recientes, como anticipando que Ia rivalidad entre los otros dos caudillos, Oribe y Rivera, terminarIa generando un conflicto de proporciones. Aunque Lavalleja finalmente regreso y puso 53 su espada al servicio del gobierno, no fue el Escipiôn que el poeta y Ia institucionalidad necesitaban. La Guerra Grande fue Ia conclusion de tantas desinteligencias. En este prolongado conflicto, el sector riverista gobernó en Montevideo, apoyado en diferentes momentos por los unitarios argentinos, Francia, Italia, Brash y Gran Bretaña, en tanto el oribista lo hizo en el Cerrito, aliado con el caudillo federal argentino Juan Manuel de Rosas. AsI, el Uruguay tuvo simultáneamente dos gobiernos y dos presidentes, Oribe y Rivera, que fueron también cornandantes de tropas argentinas en Ia guerra civil entre federales y unitarios.41 Con Ia decisiOn de no incluir en su compilación los testimonios escritos de los malos pasos que daban los caudillos, Lira, habiendo preferido Ia omisiôn o Ia menciOn velada de los mismos, parece haber querido exorcizar Ia ominosa posibilidad de una nueva era sangrienta que perturbase el sueño modernizador de los letrados. Las ausencias tamblén se extendieron a otros docurnentos que se referlan a temas por entonces polémicos o delicados: el perIodo artiguista, Ia guerra contra Brash, Ia relaciOn con España (Pivel Devoto 1981a, XXXVII). Como contrapartida, Ia poesla del Parnaso registra una serie de hechos que hasta entonces no hablan sido narrados ni por los cronistas ni por los historiadores, pero que estaban vivos en Ia memoria colectiva con Ia fuerza de lo reciente: Ia adopción de Ia bandera nacional (1828),42 Ia Asamblea Constituyente (1828), lajura de Ia constituciOn (1830). La corn pilaciOn se presenta, pues, como una celebraciOn de Ia paz después de 41 En diciembre de 1842 tuvo lugar Ia batalla deArroyo Grande, en Ia provincia argentina de Entre RIos. Las tropas federales comandadas por Oribe vencieron a las fuerzas unitarias bajo el mando de Rivera. Carlos Machado, algo irónicamente, comenta: “Una guerra civil argentina, dirimida entre los dos partidos argentinos, dentro del territorio argentino, se dilucidaba en Ia confrontaciOn de fuerzas integradas por tropas uruguayas. Y los dos comandantes eran los ‘presidentes’ de nuestro pals” (173). 54 las sangnentas luchas emancipatorias, un monumento al optimismo y a Ia ingenuidad de creer en un futuro venturoso y saneado de toda rivalidad polItica. La manipulaciOn ejercida por Lira dejó completamente de lado o bien disimulO lo que Ia ciudad letrada no consideraba adecuado preservar: las evidencias de rencillas entre caudillos, las irregularidades en el manejo de Ia cosa püblica, el descontento en Ia población rural, Ia voz de los indios (idealizados en algunos casos y demonizados en otros), Ia poesla gauchesca (de Bartolomé Hidalgo solo incluye un dialogo patriOtico) y Ia voz de los negros (de cuya habla se apropia Acuña de Figueroa, un blanco, en una sola oportunidad), por mencionar algunas de las exclusiones más significativas. Como destaca lrigoyen, “Ia severidad y el heroIsmo que caracterizan al arte de Ia escuela neoclásica se enfrentan a Ia decadencia moral, institucional y artIstica en que se considera sumido el pals. Ante una atmósfera disoluta, Ia estética neoclásica propone una moral de Ia contención. Los valores de orden, seguridad, tranquilidad, confianza, asociados a Ia estabilidad polItica, econOmica, familiar, administrativa y de todo tipo, dan lugar a un discurso de Ia uniformidad que encuentra su expresiOn estética ‘natural’ en 10 neoclAsico, estilo de contornos claros y estables en toda su estructura” (25). En este sentido, lo que se considera irregular, difuso, marginal, no tiene cabida en el compendio del buen gusto nacional por excelencia. Siguiendo esa misma vena, otras voces (campesinos, medianos propietarios, extranjeros) fueron idealizadas, “bucolizadas”, podrIamos decir, para ser integradas a ese discurso de paz social y progreso asegurado en el que el campo, por ejemplo, dejaba de ser el terreno de los 42 El proceso de creaciOn de Ia bandera nacional, como el del propio pals, no fue simple, ya que desde 1825 hasta 1830 se dispuso de tres diseños diferentes. La version definitiva tiene un sol con cara y dieciséls rayos en el angulo superior izquierdo y nueve franjas blancas y azules altemadas que representan los nueve departamentos en que estaba dividido el pals en 1830. 55 enfrentamientos armados y se convertla en un jardin pletôrico de riquezas naturales y de industriosos labradores. Leyendo Elparnaso oriental se percibe que el letrado ha homogeneizado todas esas voces, las que perdieron cualquier rasgo distintivo que las pudieran afiliar a un grupo social o productivo particular. Ninguno de ellos habla de su labor sino el poeta, monocorde y monotemático en Ia expresión de su optimismo ilimitado y su vocaciôn de progreso. Es él el que asume todas las demás voces en un discurso unificador para proponer un proyecto de pals y un modelo de ciudadano. Más aün, el poeta ubica en los textos a esos sectores a asimilar ejecutando las acciones propias de su profesión. Estos no generan discursos promoviendo las bondades del progreso, sino que sus mismas acciones son Ia demostraciOn práctica del mismo, como veremos en el capitulo siguiente. El compendio refleja los gustos estéticos y las aspiraciones sociales y polIticas de Ia clase dirigente uruguaya durante los primeros cuarenta años del siglo XIX. Ha sido considerado como el texto fundacional por excelencia, a Ia par del himno y Ia constituciôn (Achugar 1998, 2003). Se trata de una obra cuya ediciôn fue costeada gracias al aporte de varias decenas de suscriptores, entre ellos el presidente de Ia repüblica, ministros de gobierno, lideres politicos, oficiales militares y escritores. La lista de suscriptores, además de preservar los nombres de lo más selecto del patriciado uruguayo fundacional, legitima los gustos literarios de ese estamento social y pone a Ia obra, por asI decirlo, bajo los auspicios de Ia burguesla urbana. Se crea asI un püblico, una comunidad de lectores cuyo prestiglo va a ensalzar Ia calidad de los textos. Se trata de una relaciôn bidireccional entre Ia obra y su lector: el poema 56 debe ser excelente porque lo lee una personalidad, y, a su vez, si esa personalidad avala Ia publicación, entonces el contenido de Ia misma debe ser superior. Este proceso crea a Ia vez a sus lectores y le da carta de ciudadanIa a los textos. En Ultima instancia, el poder -politico, cultural, econômico- y Ia clase que lo ejerce son quienes subvencionan Ia publicación de Ia obra y crean simultáneamente un püblico, el mismo que debla constituir Ia naciôn. Por otra parte, como lo ha señalado Hugo Achugar (1998, 2003), es sintomático que esta obra haya sido publicada poco después de Ia jura de Ia primera constituciôn uruguaya. Se trata de dos acontecimientos de importancia capital: Ia afirmaciôn del estado independiente y, paralelamente, Ia consagración de Ia estética predominante en aquel. El orden polItico-juridico y el poético se superponen en una operación recIprocamente legitimadora. Achugar insiste en el hecho de que Los parnasos fundacionales constituyeron una suerte de soporte -uno de los varios soportes- sobre el cual Ia clase letrada vinculada al proyecto de Independencia y fundación de los Estados-Naciôn de America Latina reformularon/propusieron/construyeron el imaginario colectivo de sus respectivos paIses, ya sea mediante Ia apropiaciOn o Ia nacionalizaciôn de su pasado colonial, ya mediante su creaciOn “ab nihilo”. (Achugar 1998, 44) En este sentido, El parnaso oriental funcionO como una apelación a una difusa conciencia histórica nacional en proceso de formación, a lo cual contribuyó el hecho de que varios de los poetas representados en él, como ya vimos, tuvieron destacada 57 actuación revolucionaria, tanto durante Ia gesta artiguista como en Ia lucha contra Portugal y Brasil; por otra parte, otros letrados de ese perlodo también desempeñaron funciones püblicas en el aparato estatal del nuevo pals.43 Para el historiador Juan Pivel Devoto, “es evidente que el compilador Luciano Lira y quienes lo asesoraron se dieron a esta tarea con el propôsito de ofrecer al pals una vision del proceso histôrico del que habia surgido Ia nacionalidad” (1981a, X)(XIl). Esta asunciOn del historiador uruguayo es muy discutible, particularmente en lo que tiene que ver con Ia idea de nacionalidad. En este sentido, Ia presencia de numerosas referencias a personajes, heroes, festividades y acontecimientos politicos argentinos en El parnaso oriental, considerados en el mismo pie de igualdad que sus contrapartes uruguayas, hablan más a favor do una comunidad imaginada rioplatense operativa y funcional que de una formulación de diferenciaciOn especIfica entre las dos margenes del Plata en esos tempranos años. Claro ejemplo de ello es esta oda del oriental Francisco Araücho, A Ia libertad de su patria (1812): “[...] subiO al Olimpo asi clamando: / 0 muerte, o libertad jAugusto voto! I digno do ánimos nobles y bizarros. I Ea, pues, valerosos Argentinos, si tal resolución hemos fijado, I constantemente unidos conspiremos I a realizar un voto tan sagrado” (Par. 1, 13). Como lo demuestra claramente este texto, los habitantes de Ia margen este del Uruguay no se consideraban parte de ninguna entidad ni politica ni afectivamente separada de sus vecinos de Ia margen occidental. Por otra parte, Ia presencia en el Parnaso de textos de autores argentinos, incluso publicados en Ia prensa bonaerense, 43 Bernardo Berro, Antonio Rius y Carlos Villademoros fueron diputados en 1837. Antonio Diaz fue ministro de Hacienda y Guerra y Marina (1837). 58 hacen más patente Ia endeblez del juicio de Pivel Devoto. Carlos Real de Azüa habla notado, en 1968, que Ia literatura y Ia historia de Uruguay en su perIodo fundacional no podlan separarse de sus homôlogas argentinas. Aunque se trata de un tema que rebasa los alcances de esta disertaciôn, conviene señalar que este proceso de relectura y reescritura de Ia historia operado por Ia intelectualidad del Romanticismo logro convertir a Ia Provincia Oriental, desde sus comienzos una más de las tantas divisiones juridico-administrativas que integraban las Provincias Unidas del Rio de Ia Plata, en un pals con nItidas y tempranas raIces identitarias que se diferenciaban especificamente de las que terminaron definiendo Ia RepUblica Argentina. Constituyó, en todo sentido, Ia invención de una tradiciOn patriótica independentista que no existió en los origenes. Al margen de Ia posterior manipulación de los textos y de Ia historia, lo que se destaca de El parnaso oriental es su carácter de documento fundamental para el estudio de Ia literatura y Ia sociedad de su epoca. La tendencia mayoritaria en cuanto a su consideraciOn ha privilegiado los aspectos relacionados con Ia genesis del Uruguay como estado independiente y Ia construcciôn de Ia idea de Ia nacionalidad, aunque, repitiendo los prejuicios contra el Neoclasicismo que ya hemos comentado más arriba, ha ignorado prácticamente todo el conjunto de referencias, fuentes y modelos heredados de Ia tradición neoclásica europea. Esto ha dejado de lado el estudio del papel rector que le cupo a Ia tradición culta en Ia formación de una sensibilidad que, por un lado, creô un campo de lectura y una comunidad de lectores 44 “En reahdad, hasta el tercer tercio del siglo XIX puede hablarse con màs propiedad de una literatura rioplatense que de una argentina o uruguaya y, aün después, innumerables pases entre las márgenes siguieron sustentando Ia realidad de una literatura comün” (2). 59 y, por otro lado, también definió una forma de considerar Ia cultura y Ia sociedad que se prolongô más allá del perlodo de vigencia de una corriente estético-literaria particular. El año 1835 tue indudablemente fecundo para las letras orientales. Al primer tomo de El parnaso oriental se le sumô el primer libro de composiciones poéticas de un escritor uruguayo, Un paso en el Pindo, publicado el 25 de mayo, fecha por demás agraciada en aquellos años de encendido patriotismo rioplatense. Su autor, Manuel AraUcho, integra también Ia nómina de poetas de El parnaso oriental, aunque su presencia se limita a una oda al sol de julio (mes de Ia jura de Ia constitución uruguaya) y a una traducción de Ia comedia en un acto de René Le Sage La tontina o el espIritu de cuerpo, obra que se estrenô en 1837 (Rela 21). Desavenencias circunstanciales con Luciano Lira, al parecer, lo hablan dejado fuera de Ia selección cuando se preparaba el primer tomo (Ayestarán 1950, 47), pero pudo engrosar Ia lista de los poetas del tercero. El libro de Araücho comprende, siguiendo Ia clasificaciôn de su autor, canciones, odas, eleglas, poeslas escénicas, cartas amatorias, letrillas, sátiras, epigramas y poeslas varias. Se trata, pues, de un “parnaso oriental” en miniatura, con el cual comparte también Ia modalidad de suscripcion y Ia profesión de fe neoclásica que se proclama desde su tItulo.45 Esta similitud de caracteres, sin embargo, no debe hacernos perder de vista algunas diferencias fundamentales entre ambas obras que, al margen del carácter anecdótico de las contrariedades entre los literatos-soldados, 45 La cordillera del Pindo, en Grecia, era Ia morada de Apolo y las Musas, las deidades de Ia poesla y el canto por excelencia. 60 muestran que se trata de dos maneras diferentes -y hasta antagOnicas- de concebir Ia comunidad imaginada uruguaya. Si nos remitimos a Ia presentaciOn de los paratextos en Ia portada, el oriental Araücho publica su libro en Montevideo, en tanto el porteno Lira imprime su obra en Buenos Aires. ,De vuelta las rivalidades entre las ciudades-puerto del virreinato, tal vez? El poeta incluye una imagen del escudo nacional del Uruguay, mientras que el compilador elige una viñeta con una serie de instrumentos musicales y una partitura. El uso del escudo es una apuesta nacionalista muy fuerte por parte de Araücho, de quien se dirla que está auspiciado por el estado; por su parte, Ia imagen de los instrumentos en Ia obra de Lira sugiere un ámbito más idealizado, armonioso, sin conflictos, supramundano quizãs.46 La exaltaciOn de Ia personalidad del poeta-soldado oriental (que no omite el tItulo militar debajo de su nombre) continua con Ia inserción de un fragmento de una oda sobre Ia fama del espanol José lglesias de Ia Casa (1748-1791): “No quiero que Ia fama / fatigue al hueco bronce / mi débil son llevando I a incógnitas regiones”. Comienza asI su recusatlo, recurso de larga data en Ia historia de Ia Iiteratura,47y Ia culmina con una dedicatoria a su amigo el presidente Oribe: “Llego sobrecogido con esta humilde ofrenda producto de mi escaso ingenio a ponerla en las indulgentes manos de V. E., más bien como un testimonio de ml afecto, que como un obsequio digno del que preside hoy los altos destinos de mi amada patria” (AraUcho 1). 46 El mismo nombre del compilador, Luciano, so relaciona etimolôgicamente con Ia idea de Iuz, en tanto su apellido, Lira, es apolineo por antonomasia. Como decian los romanos, “nomen est omen” (el nombre es el destino). 47 La recusatlo consiste en granjearse Ia buena voluntad del oyente apelando a una falsa modestia que le impide tratar apropiadamente un tema elevado. 61 Mediante esa apropiación simbólica de dos elementos emblemáticos en Ia configuracion del estado, como lo son el escudo y Ia capital, AraUcho se muestra asI más audaz que cualquiera de sus contemporáneos poetas orientales. Su ascenso al Pindo y su consecuente ingreso a Ia cofradla de cultores de las Musas pueden Ieerse como el triunfo personal de un hombre de acciôn, amante de las letras, medico autodidacta de probada fama, traductor del frances y del ingles48 y, además, diestro cultor de Ia poesla gauchesca.49tCuántos otros letrados orientales podrIan alegar similares credenciales? Todo esto lo ha hecho él solo, en tanto El parnaso oriental es el resultado del trabajo de dos decenas de poetas del antiguo virreinato y de Ia vieja metrOpoli. Frente a Ia heterogeneidad que implica esa multitud de plumas, Araücho escribe una obra personal que maneja varios registros de Iengua y una variedad de generos y metros, superando incluso a algunos célebres poetas rioplatenses en su manejo de Ia oda patriótica.5° La gauchesca Hasta aqul hemos considerado Ia relaciôn de los letrados con su püblico ciudadano. ,Qué sucedia, entre tanto, con Ia gente de Ia campana, Ia que no tenha Ia 48 La primera version castellana libre del himno de los Estados Unidos publicada en Uruguay figura en Ia página 15 de Un paso en el Pindo. 49 “En ellas [Carta de un gaucho a un proyectista del Banco de Buenos Aires el año 28 y Dialogo de dos gauchos en el mismo año con ocasion de celebrarse Ia paz, ‘dos deliciosas composiciones en verso de carácter gauchesco, AraUcho deja a un lado las pedantescas arpas eólicas de Ia literatura académica de Ia época y descuelga su modesta guitarra criolla para darnos Ia más perfecta y sincera teorla del arte gauchesco naciente” (Ayestarán 44). 50 “[...] no siempre logra el intrépido capitán de ItuzaingO manejar el plectro lIrico con Ia misma destreza que Ia espada’, dice Zum Felde, pero admite que ‘Lo mejor del libro son las odas, de motivo patriôtico y corte quintanesco, genero y modo estos, en que su autor alcanzO, sin duda, ventaja sobre todos sus colegas y coetáneos, incluso Acuña de Figueroa, no siendo inferior, con frecuencia, al argentino don Juan Cruz Varela, prIncipe de su escuela en el Plata” (1941, 61). 62 educaciôn suficiente para decodificar los mensajes revolucionarios que provenIan de Ia pluma de los poetas cultos? La ciudad letrada no Ia abandonô: elaboró una literatura que no Ia dejarla al margen de los cambios. La burguesia urbana, vanguardia de Ia revoluciôn y cuna de los escritores talentosos, necesitó sumar a las filas de Ia emancipacion, primero, y después de los programas liberales, a las masas analfabetas. Aqul es donde se evidencia uno de los factores principales que explican las limitaciones del Neoclasicismo en cuanto a su difusión en el püblico: Ia extracciOn social de sus representantes artIsticos. Por ser el estilo de Ia burguesIa ilustrada, su discurso es abstracto, intelectual, lôgico y racionalista, lo que hace imposible Ia integración de sectores sociales que no comparten Ia formación intelectual que brinda esa clase social (Rama 1976, 42). En el tiempo en que se procesaban los hechos revolucionarios, esos sectores no estaban en condiciones de asimilar los mensajes que Ia ciudad letrada enviaba desde las alturas del Parnaso. Comenta Bauzá: “El pals no estaba para asuntos clásicos, en medio de aquella vertiginosa acción a que le compellan los sucesos; y las masas populares, suponiéndolas con aptitudes para entender literaturas extrañas, no hablan de ir a buscar formas para sus ideales en Ovidio y sus concordantes” (98). Esos sectores (esclavos, campesinos, gauchos) que deblan ser integrados al proyecto politico asumieron los postulados revolucionarios de Ia burguesIa mercantil, cosmopolita, más abierta a los cambios en el pensamiento y a Ia influencia de las corrientes liberales europeas. Puesto que, como ya vimos, Ia poesIa neoclásica no podia representarlos, nació asi Ia poesia politica gauchesca de Bartolomé Hidalgo 63 (Rama 1976, 42-3). Esta expresiOn popular, fundamentalmente rural, “ha producido las obras más originales de Ia literatura sudamericana” (Menéndez y Pelayo CXCVI), lo que amerita detenerse en Ia vida del ünico neoclásico que generô un nuevo movimiento Iiterario en el Rio de Ia Plata. La originalidad de este nuevo genero constituye el ünico caso en America Latina, puesto que entre los regionalismos románticos en el perIodo de formación nacional, Ia gauchesca adquiere rasgos especIficos en el contexto geografico, politico y cultural de Ia comunidad imaginada rioplatense. Hidalgo naciO en Montevideo en 1788, de padres portenos. En esa ciudad estudiô con los jesuitas o los franciscanos (Rama 1976, 60). En 1806 trabajaba como empleado del Ministerio de Real Hacienda y un año más tarde, como tantos otros futuros escritores de su tiempo, participo en hechos de armas, enfrentándose a los ingleses en Ia batalla de Cardal. Luego del desalojo de los invasores, Hidalgo continuô desempenando sus funciones en el gobierno colonial hasta que se unió a las fuerzas artiguistas en 1811. Por esos tiempos su formaciôn literaria le habla ganado el mote de “cultolatiniparlo” (Ayestarán 1950, 30). En 1811 acompanó a las tropas de Artigas en Salto y Paysandü y más tarde se incorporó a los sitiadores de Montevideo. A esa altura habla compuesto una “Marcha patriótica” neoclásica y, por sobre todo, un par de cielitos patriôticos que se cantaban con acompañamiento de guitarras (Ayestarán 1950, 30). El cielito, basado literariamente en el romance espanol (Ayestarán 1950, 18), tenIa inicialmente una temática de corte amoroso. El gran aporte de Hidalgo fue reformular el genero para 64 transformarlo en un instrumento de propaganda bélica y revolucionaria. La trayectoria poiltica y administrativa de Hidalgo 10 llevó a desempeñar varios puestos de importancia en Montevideo: administrador de Correos, Ministro Interino de Hacienda, director de Ia Casa de Comedias. En su ültimo destino como funcionario del gobierno compuso obras dirigidas at pübtico montevideano que respondlan a un arte programático orientado a formar poilticamente al pueblo. De ese perlodo es el Cielito oriental, compuesto en oportunidad del comienzo de Ia invasion portuguesa (Pivel 1981b, LX)(Xl). El Cielito oriental (1816) está escrito en castellano y portugues macarrOnico, pero no pertenece al genero gauchesco. Desde Ia primera estrofa se hacen patente Ia altanerIa y el desenfado del poeta, que echa mano al folklore popular lusitano del siglo XVI para comenzar una serie de invectivas: “El Portugues con afan / Dicen que viene bufando; I Saldrá con Ia suya cuando I Veña o rey D. Sebastian” (Hidalgo 1 83).’ lnsultos,52 amenazas53y consejos de sano sentido comUn54 se combinan en una obra que interpela directamente a los soldados para disuadirlos de atacar Ia Banda Oriental. Cuando las tropas del general Lecor entraron en Montevideo en 1817, Hidalgo 51 Sebastian 1(1554-1578) cayO en combate contra los musulmanes en Marruecos. La leyenda decla que no habIa muerto, sino que volverIa a ayudar a su pueblo en los momentos dificiles. Esta creencia dio origen a un movimiento mesiánico, el sebastianismo. Tal vez Ia mãs célebre de sus proyecciones haya sido, a fines del siglo XIX, Ia comunidad de Canudos en el nordeste brasileño, liderada porAntônio Conselheiro e inmortalizada en Ia literatura por Euclides da Cunha (Os sertOes, 1902) y Mario Vargas Llosa (La guerra del fin del mundo, 1981). 52 “A Deus a Deus faroleiros, I Portugueses mentecatos, I Parentes dos maragatos, I Insignes alcahueteiros” (185). 53 “Cielito cielo que si, I Cielito de Portugal, I Voso sepuicro va a ser I Sin duda a Banda Oriental” (185). 54 “,Queréis perder vosa vida, I Vosos fillos y muyeres, I He deyser vosos quehaceres I He a minina querida?” (184). 65 paso a ser censor de Ia Casa de Comedias, puesto en el que desempenO hasta principios del año siguiente, cuando abandonO Ia ciudad rumbo a Buenos Aires. El perlodo que pasO en Ia vecina orilla, hasta su muerte en 1822, fue el más fructIfero en términos de su creaciOn artIstica. Sus cielitos se vendlan por las calles como hojas sueltas, al estilo de los romances espanoles en pliegos de cordel, y su nombre tue de tal modo asociado con el genero que se le atribuyeron muchIsimos que en realidad son anOnimos (Rama 1976, 56). Asimismo, renovó el concepto de dialogo como genero al poner en escena a personajes gauchescos que departIan sobre temas de actualidad poiltica y social. Todas sus obras en lenguaje popular, escritas en un castellano que pretende representar el habla de los pobladores rurales, están en las antIpodas del lenguaje formal y cuidado de los textos cultos. No obstante lo anterior, a pesar de ser expresiones regidas por otros codigos estéticos o linguisticos, comparten con el Neoclasicismo las mismas aspiraciones desde el punto de vista ideolOgico. Como señala acertadamente Bragoni, “Hidalgo es un tIpico escritor de Ia ilustraciOn, pues en el ‘uso’ de Ia literatura su palabra escrita no tiene componentes estéticos sino fácticos” (569). Ante Ia imposibilidad de Ilegar a un pUblico por el lado estético de Ia cultura “alta”, cosa que ya habla intentado con sus composiciones neoclásicas, Hidalgo se encarga de divulgar las ideas de repUblica, libertad, union, justicia social y fraternidad de forma tal que su mensaje sea accesible a esas masas poco educadas segün los criterios ilustrados. A tal punto Ilega Ia bOsqueda de identificaciOn con ese sector social que una de las caracterIsticas más salientes de su obra es Ia presencia de un 66 elemento casi desconocido en Ia literatura neoclásica: un “nosotros” desde el cual el poeta se expresa en forma personal (Rama 1976, 51). Esa voz plural ala que se integra Hidalgo incluye, en 1820, a quienes fueron masacrados poco después de Ia independencia del Uruguay: “Aqul somos puros indios”, dice en el cielito dedicado al conde de Casa-Flores (Hidalgo 199). En términos del lenguaje empleado, Ia voz de Hidalgo se beneficia de formas estéticas de origen español que se conservaban entre las masas no ilustradas. De esta manera, su trabajo artistico se distancia de las formas cultas que Ia burguesia intentaba promover mediante Ia alfabetizaciôn y que no eran conocidas por su püblico. La revoluciOn que desencadena Hidalgo en el lenguaje poético de su tiempo se refleja en su tratamiento de lo regional y de los productos culturales que se conservaban en Ia tradiciOn agrafa, básicamente relacionados con formas literarias medievales como el romance octosIlabo,55un cosmovisiôn cristiano-católica y un paternalismo con rasgos feudales que, en muchos casos, hacla que el habitante de Ia campana viviera a Ia sombra del patron, en una estancia con su pueblo, iglesia, comercio y cementerio en una suerte de fortaleza autosuficiente y protegida (Real deAzüa 1961, 17). En Ia poesla de Hidalgo, Ia presencia y las alusiones a Ia divinidad se diluyen casi por completo y son reemplazadas por invocaciones laicas, o bien se ataca directamente Ia relaciôn dios-soberano que servia de justificaciOn religiosa a Ia monarquIa: “Eso que los reyes son I Imagen del Ser divino I Es (con perdOn de Ia gente) I El más grande 55 “Le dire cuanto siente I Este pobre corazón, I Que como tôrtola amante I Que a su consorte perdiO / Y que anda de rama en rama I Publicando su dolor”, dice Hidalgo, (Hidalgo 213). El poeta retoma aqul el tópico de Ia fidelidad de Ia tOrtola viuda, tradicional en Ia poesla antigua y medieval, representado en el conocido romance español de Fontefrida, muy en boga hasta principios del siglo XVI (Menéndez Pidat 67-8). 67 desatino” (197). Asimismo, sustituye Ia invocación a los dioses de Ia poesIa y el canto que tanto agradaba a los neoclásicos (basados en el “Canta, oh diosa, Ia cOlera del pélida Aquiles” de Ia tradición homérica) por mensajes más directos, fácilmente comprensibles por su püblico, acostumbrado al trato con los müsicos populares: “No me negueis este dIa / Cuerditas vuestro favor, / Y contaré en el Cielito I De Maipü Ia grande acción” (187). Finalmente, Ia fidelidad al hacendado se desplaza hacia los ideales revolucionarios y los valores del sacrificio y el combate, primero, y luego al rechazo de Ia situaciôn de desigualdad en Ia que el protagonista de las patriadas es relegado a Ia pobreza y cae vIctima de prácticas abusivas: “El que tiene es don Fulano I Y el que perdió se amoló” (219). En cuanto a su lenguaje, Rama (1976, 45) distingue dos aspectos simultáneos y a Ia vez algo contradictorios en el empleo de las formas propias de Ia oralidad rural: por un lado, volver a ellas implica un retroceso en lo creativo, pero es un paso necesario para establecer una comunicación viable con el sector social al que se quiere hacer ingresar a Ia historia como protagonista. Aunque Hidalgo se aproxima y vincula a los gauchos, no deja de ser un escritor culto, de formación neoclásica y extracción burguesa, que, como sus contemporáneos pero con otro lenguaje poético, emplea su arte como herramienta de difusión de un programa para modificar Ia sociedad. El rescate de esas formas tradicionales (cuarteta octosilábica, copla, payada de contrapunto, décima) para servir a un fin politico revolucionario conforma entonces una situaciôn algo paradójica. Como habIa sucedido con el Neoclasicismo, Ia poesia 68 gauchesca va hacia atrás en cuanto a formas expresivas para plantear un cambio que apunta a un futuro de cambios sociales radicales. Es Ia misma situación que ejemplifica Ia Francia revolucionaria cuando revitaliza los referentes del mundo cultural grecolatino para modelar su discurso politico de avanzada. En el caso de Hidalgo, Ia poesla pasa a depender en mayor medida de Ia Iengua hablada y por ello adquiere un rico repertorio de elementos populares (comparaciones, tropos, frases hechas, refranes, giros linguisticos) que otorgan vivacidad y realismo a Ia obra. Esto Ia aleja del sistema de referencias del Neoclasicismo, el cual funcionaba ensamblando unidades con valores y funciones predeterminadas e invariables que contaban con una larga tradiciôn de prestigio y práctica (Rama 1976, 45). La revolución literaria que encabeza Hidalgo, sin embargo, sigue más tarde los mismos pasos que el Neoclasicismo y termina fosilizando sus recursos expresivos a tal punto que incluso los payadores repentistas de hoy dIa tienen, como los aedas griegos, un repertorio fijo de formulas, giros y expresiones tradicionales que se engarzan tal como sucedia con los tropos y las imágenes neoclásicas. Esta situaciôn, tIpica también de Ia poesla oral popular, incluyendo Ia epica, se relaciona con Ia necesidad de facilitar Ia composiciOn y preservar los textos con mayor facilidad en Ia memoria mediante recursos mnemotécnicos. En definitiva, tanto Ia literatura en lenguaje culto como Ia gauchesca sirvieron como modos de expresiOn de las aspiraciones de los letrados que se propusieron suplantar el regimen colonial por un sistema basado en los principios del liberalismo. Más tarde, cuando las contradicciones de clase e intereses divergentes de Ia 69 burguesia que tenla las riendas del poder comenzaron a fragmentar Ia unidad del movimiento revolucionario, Ia gauchesca paso a ser usada como herramienta de propaganda en Ia lucha de facciones, particularmente durante Ia Guerra Grande. El exiliado argentino ValentIn Alsina decla en 1848: “Como este genero tiene tanta aceptaciôn en cierla clase inculta de nuestras sociedades, puede ser un vehIculo que una administraciOn sagaz sabrIa utilizar para instruir a esas masas y transmitir los sucesos e ideas que, de otro modo, nada saben ni nada les importan” (en Rama 1983, 36). De Ia unidad de voluntades bajo un mismo ideal revolucionario, propulsada por los cielitos de Hidalgo, Ilegamos al uso del genero para proveer de hombres a dos ejércitos rivales, nutridos por los mismos gauchos que no terminaban de encontrar un lugar comün en ninguno de los proyectos politicos en pugna. El argentino Hilario Ascasubi, quien se encontraba exiliado en Montevideo como tantos otros antirrosistas, expresô con claridad Ia actitud del gauchaje en cuanto a Ia guerra en un dialogo de 1833: Bien que los gauchos patriotas / peliamos por aficion; / y en cuanto se arma una guerra, / sin mas averiguacion / de si es regular o injusta, / nos prendemos el laton, I y dejando las familias / a Ia clemencia de Dios, / andamos añoS enteros I encima del macarron, I cuasi siempre unos con otros I matándonos al boton. I AsI de Ia paisanada I los puebleros con razon I suelen reirse, porque saben / que los gauchos siempre son I los pavos que en las custiones I quedan con Ia panza al sol. (Ayestaran 184) 70 Aunque el tópico que discuten aqul los gauchos Jacinto Amores y Simon Peñalva se refiere a Ia batalla de ltuzaingO, que marco el fin de Ia lucha contra Brasil, Ia particular sensibilidad del gaucho a los hechos de sangre se puede extrapolar perfectamente a otros acontecimientos. Ascasubi lo sabla muy bien, no por ser gaucho, sino porque más tarde, durante Ia Guerra Grande, además de ser proveedor de vituallas del gobierno colorado de Ia Defensa, contribuyO decididamente con su pluma a engrosar el corpus de los textos “gauchipolIticos” en el enfrentamiento entre facciones que destruyO Ia tierra paradislaca que hablan soñado los letrados neoclásicos. Queda por determinar cômo se articuló Ia relaciOn entre el proceso de formaciOn del estado nacional y Ia emergencia del sujeto republicano en el imaginario de los letrados en relación con Ia literatura, temas que abordaremos en los capItulos sigu ientes. 71 CapItulo 2 - El estado y Ia institucionalidad La formación del Estado Oriental del Uruguay, al margen de las facetas exclusivamente polIticas y económicas en juego (intereses argentinos, brasileños, británicos y orientales en pro de Ia independencia), plantea el tema de Ia generacion de una identidad nacional separada y definida dentro de un territorio y en una poblaciôn que siempre se vio como parte integrante e indivisible de las Provincias Unidas. Con las debidas extrapolaciones, es exactamente lo que ha planteado Era nçois-Xavier Guerra en cuanto a los estados americanos: “El problema de Ia America hispánica no es el de diversas nacionalidades que van a formar un estado, sino el problema do construir ‘naciones’ separadas a partir de una misma ‘nacionalidad’ hispánica (Guerra 2003, 187). Este tema, complejo y variado, en el RIo de Ia Plata estuvo relacionado con Ia definiciOn y el alcance do Ia idea de “patria” desde los primeros tiempos do Ia Revolución de Mayo. Los debates entre las diferentes posiciones han sido resumidos por Ricardo Rojas en una cita do su clásico La argentinidad (1916) donde se evidencia el solapamiento do las frontoras ideolOgicas y polIticas en esa contrastación do ideas: “Todos los hombres do nuestra omancipacion hablan do ‘patria’, pero no so refioren concretamente a nuestra patria actual: es para Funes, Ia ciudad nativa; para Moreno, el virreinato; para Gorriti, las Provincias Unidas; para Monteagudo, toda Ia America” (18). Esta porosidad del concopto do patria y las adhesiones quo implica desde el punto do vista afectivo aparecen reflejadas on los textos neoclásicos dol El parnaso oriental y on Ia literatura 72 gauchesca, como Ia mostrarán algunos ejemplos en las páginas siguientes. Es significativo que Ia compilación de Lira tome como punto de partida cronológico para Ia construccián del corpus de los hechos notables a preservar un texto que pertenece a Ia historia y Ia literatura de Ia epoca colonial, 10 que sitüa los germenes de Ia idea del Estado Oriental durante el perIodo de las invasiones inglesas. La musa cIvica y los orIgenes del teatro A las inclinaciones literarias de un sacerdote de Montevideo, Juan Francisco MartInez, se debe Ia composición de Ia primera obra dramática oriental, La lealtad más acendrada o Buenos Aires vengada, representada en Ia Casa de Comedias en 1808. Se trata de una alegorla que celebra Ia reconquista de Buenos Aires de manos de los ingleses por Ia expedición militar montevideana comandada par el general Liniers en agosto de 1806. Ese mismo año eI autor, del que poco se conoce, habia compuesto cincuenta y seis octavas reales A Ia pérdida y reconquista de Buenos Aires por un defensor de Ia patria hijo de Montevideo, texto que contiene el germen de Ia obra teatral posterior (Rela 14). La libertad más acendrada se inspira en el conflicto de los dioses homéricos con respecto a Ia suerte de Ia ciudad de Troya. En Ia pieza de Martinez, Buenos Aires y Montevideo están representadas par dos ninfas, una que Ilora su desventura al hallarse ocupada par “el vii anglicano, monstruo horrendo” (Par. 3, 233) y otra que le 56 Se ignora su fecha cle nacimiento, aunque se sabe que muriô antes de 1844. Fue capellán castrense, maestro de escuela y abogado (Pivel Devoto 1981b, LXXXVIII). 57 Para los pbs cristianos rioplatenses, los ingleses eran herejes, y repeler Ia invasion no era otra cosa que una guerra contra los enemigos del culto mariano, como lo habla planteado Liniers (Cayota 83). 73 ofrece su ayuda y Ia de sus hijos: gobernador, Cabildo, hacendados, comerciantes y pueblo Ilano. Marte apoya a España y Neptuno a Inglaterra, y el combate entre las tropas en tierra se corresponde con el enfrentamiento entre los dioses, quienes luchan a brazo partido entre insultos. No es menor el desempeño de los soldados de Ia reconquista: “Un Hercules Tebano en este dia I aun el menor soldado parecIa” (269). MartInez vincula Ia gesta de los combatientes con los poemas de Homero y Virgilio, pero da un paso más aIlá de Ia mera referencia erudita y convencional: dignifica lo local, enaltece su obra literaria e inmortaliza a los heroes a quienes canta, en un trato de igual a igual con los grandes nombres de Ia antiguedad. En efecto, después de mencionar Ia importancia de las fuentes del Parnaso para Homero y el poder movilizador de Ia poesia de Virgilio, un nuevo Orfeo que encanta a Ia vez al rio de su Mantua natal como al TIber romano (271), el presbitero pasa a referirse a las aguas del Rio de Ia Plata. El poeta oriental se adelanta en varios años a 10 que serla Ia elogiosa e hiperbôlica lectura de los hechos guerreros que tuvieron lugar en sus margenes. AsI, afirma: Alaben, canten, digan siempre extremos I de esos semi-dioses fabulosos, I fingiendo Magas, Cires (sic), Polifemos, I encantos y hechos de armas prodigiosos; I que acá en el Argentino cantaremos I de heroes más admirables y gloriosos / acciones, con que dejan confundidos / a esos dioses soñados y fingidos. (271-2) 58 Emilio Irigoyen (64) observa que los acontecimientos de Ia RevoluciOn Francesa, el imperio de Napoleon y, más tarde, Ia invasiOn francesa a España determinaron que el Neoclasicismo, al arraigarse en el Rio de Ia Plata, perdiese aquella aura de serenidad, severidad y circunspecciOn que lo caracterizaban. La lucha de Neptuno y Marte en el escenario ilustra precisamente ese punto. 74 Esas acciones admirables fueron vividas en Montevideo como algo más que Ia reconquista de una ciudad. Cuando los ingleses se retiraron en 1807, para tristeza de muchos anglofilos,59 el gobernador EIIo dispuso Ia inmediata representaciôn de Ia pieza de MartInez. Eso fue un gesto decididamente polItico. Eran los pobladores de provincias quienes habian corrido a rescatar a Ia capital del virreinato de las manos del invasor, y con ello hablan alejado el peligro británico de toda Ia America del Sur (Rela 15). La reconquista, “debida tan solamente al imponderable patriotismo de este pueblo fiel” (Reyes Abadie 2: 333), como afirmô el Cabildo, fue aprovechada por éste para solicitar a Ia corona algunas prerrogativas administrativas, en particular Ia extension de Ia jurisdicciôn polItica de Montevideo y creaciôn de un Consulado de Comercio propio para independizarse de to que se consideraba el dominlo despótico y abusivo de Buenos Aires. Se pidieron también honores especiales: el agregado de las banderas inglesas tomadas a los invasores at escudo de armas de Ia ciudad, et tratamiento de Excelencia para el Cabildo y el titulo de “Muy fiel y reconquistadora” para Ia ciudad. De todas estas medidas, solo se formalizaron las que correspondIan a los atributos y sImbolos (Reyes Abadie 2: 335). Montevideo, de todas maneras, habia ganado un capital moral importante que lo posicionaba frente a Buenos Aires con un mayor grado de autonomla y suficiencia. Ya constituido el Estado Oriental del Uruguay, el editor de Elparnaso oriental incluyO el texto de Martinez como 59 Juan José Castelli, futuro miembro de Ia Primera Junta, habla jurado fidelidad a Ia corona británica (Machado 23); Manuel Belgrano y Mariano Moreno, otros dos grandes nombres de Ia emancipaciôn, eran abogados de una empresa que introducla mercaderlas inglesas en el virreinato (Cayota 84). El libre comercio y Ia anglofilia, dos armas de peso contra el monopolismo español, tuvieron su importante cuota parte en el proceso revolucionario rioplatense, a Ia par de las aportaciones de los filôsofos de Ia llustraciOn. 75 recordatorio de uno de los sucesos más importantes de Ia historia de un pals que, paradójicamente, no existIa mientras tenian lugar esos acontecimientos. La libertad más acendrada y Buenos Aires vengada vendrIa a evidenciar asI el valor simbOlico de Ia reconquista en Ia conformación del espIritu nacional, prefigurado en las peripecias de los montevideanos que participaron en ella. Entre ellos figurO nada menos que José Artigas, por ese entonces Ayudante Mayor de Blandengues, representado en el drama como el Oficial que lleva a Montevideo Ia noticia del triunfo contra los británicos (Sansone 148). Adicionalmente, el conflicto con Gran Bretaña generó otro hecho importante, esta vez a nivel de las letras: el surgimiento del cancionero civil en el Rio de Ia Plata, el cual, inspirado en Ia lucha contra el imperio ingles, generarIa más tarde los textos que acompanaron el desarrollo de las luchas revolucionarias.6°En el terreno patriOtico-dramãtico, uno de los continuadores de Martinez fue Bartolomé Hidalgo. El unipersonal Sentimientos de un patriota es un melOlogo, a cargo de un solo personaje, cuyo parlamento dialoga con un comentario musical que subraya Ia expresividad de las palabras o anticipa el sentimiento que se expondrá más adelante (Ayestarán 1953, 182).61 Este unipersonal se estrenó en el Teatro de Montevideo en Ia noche del 30 de enero de 1816. El protagonista es un oficial del ejército que inicialmente discurre en voz alta sobre Ia emancipación americana y las ventajas de Ia union frente a los enemigos para luego dirigirse a una pequena y mal equipada tropa. 60 “Una nueva musa acababa de nacer: Ia de los cantos civiles, antes desconocidos en el Plata. [...] La musa que en las invasiones se ensayaba, era Ia misma que abrirIa mãs anchamente las alas al Ilegar Ia aurora ya inminente de Ia emancipaciôn” (Rojas 1960:3, 527). 61 El comentario musical se desarrolla en tres partes bien diferenciadas: “müsica patética” en oportunidad del parlamento inicial del oficial en el que lamenta los ultrajes a que se ye sometida Ia patria, “müsica apacible’ al referirse a los patriotas y “müsica bélica” al presentar a Ia tropa y desarrollar las ideas de uniOn y libertad. 76 El discurso patriótico y ejemplificante que le dirige el oficial se organiza como una pieza didascálica que comienza presentando a los soldados al püblico como “valientes hijos de Ia Patria” que, aunque “desnudos, con miserias y fatigas” (Par. 1, 31), están cubiertos de heridas y do honor. Estos hombres no son sus subordinados, sino quo, en una camaraderla horizontal, están definidos como “caros companeros” y “amigos”. Dice de ellos el oficial: “[...] presididos de mi espada I do constancia y valor dieron ejemplo, I y entre el cañon, Ia muerte y terrorismo / el pond oroso yugo sacudieron” (1, 31). El texto trasunta un fuerte mensaje igualitario en el que Ia estructura de Ia tropa responde más al concepto del primus inter pares quo a Ia verticalidad tradicional del estamento militar. La situaciOn del oficial como el primero do los soldados nos remite al fonômeno del liderazgo caudillesco on Uruguay. En el modio rural, el caudillo fuo un paisano cuya personalidad reunia las caractoristicas propias do cualquier otro de sus pares, aunque tenla un carisma que lo situaba un paso más adolante de los demás. Se dijo de uno do ellos, Fructuoso Rivera: “Id, y preguntad [...] quien es el mejorjinete do Ia Repüblica, quien el mejor baquoano, quien el do más sangre frIa on Ia pelea, quién el mejor amigo do los paisanos, quién el más generoso do todos, quien en fin el mejor patriota, a su modo do ontonder Ia patria, y os responderán todos, el General Rivera” (en Reyes Abadie 4: 97). A partir del Ultimo tercio del siglo XIX y hasta principios del siglo )(X, ya dividido el ospectro politico en dos partidos rivales, el caudillo rural Iideró Ia resistencia a Ia imposicion do una modernidad capitalista impulsada desde el discurso hegemónico montevideano quo no compartIa o no 77 comprendIa.62Esos movimientos de masas airededor de un personaje carismático, tan temidos por los gobiernos de turno, hablan probado ser efectivos en Ia lucha por Ia emancipación, de lo cual es testimonio Ia figura de Artigas, él mismo un caudillo cuyos ecos resuenan en el personaje del oficial patriota. Cuando Hidalgo escribió su unipersonal, seis años después de Ia Revoluciôn de Mayo, España todavIa seguIa siendo un problema para Ia libertad total de America. Entre privaciones y abandonos, particularmente “de nuestro hogar, esposas, tiernos hijos” (32), los americanos del sur, “excediendo / en tesón al famoso, al gran Leônidas”, tenlan Ia obligaciôn moral de sacrificar su existencia y sus intereses en Ia defensa de su tierra natal, ya que “Quien falta a sus deberes pierde al punto / toda Ia dignidad de sus derechos”, segün el oficial (32). El valor propagandistico de Ia pieza de Hidalgo no se limita a enumerar los sacrificios por Ia libertad del “patrio suelo” (33), un territorio que trasciende los lImites de Ia comarca natal y se extiende a toda America, haciendo asI del continente el campo de batalla por las ideas revolucionarias. No solo apunta explIcitamente a los antiguos componentes del virreinato (“Cochabambinos fuertes, y Paceños, Cordobeses, Salteños, Tucumanos, I Argentinos y hermanos los más tiernos I del resto de Provincias que hoy defienden / Ia LIBERTAD (sic) del meridiano suelo, I con Ia uniOn os convida vuestro hermano” (35)) en Ia necesidad de un frente comün, sino que amplIa el Ilamado: “[...] los que por adopción Ia causa justa I defendéis, también sois mis companeros” (36).” No hay 62 Abril Trigo analiza exhaustivamente el fenOmeno de los caudillos su Caudillo, estado, nación. Literatura, historia e ideologIa en el Uruguay (1990). Del contraste entre los programas propuestos por estos lideres a lo largo de Ia historia se destaca Ia dialéctica entre un conservadurismo predominantemente rural y un reformismo de extracción urbana, este Ultimo heredero, en ültima instancia, del Neoclasicismo culto fundacional. 78 estado todavIa, no sOlo porque los Ilmites territoriales eran difusos y permeables, sino porque el criterio de pertenencia se fundaba en una gran comunidad imaginada basada en Ia acihesión a ideales compartidos. Elparnaso oriental se hace eco de Ia misma situación al agregar a! canon de Ia literatura del Uruguay las obras de los nacidos en otros suelos, siempre que se afilien al credo republicano y canten al progreso, Ia libertad y el orden social. El valor de Ia uniOn se ilustra con ejemplos histOricos de disensiones que terminaron derrotando imperios (los musulmanes en España, los aztecas e incas en America), y reinstalando el dominio espanol en Chile, debilitado por luchas intestinas, a partir de Ia batalla de Rancagua (1814). Se hace presente aquI el valor ejemplificante de Ia obra teatral, que lee entre Ilneas Ia historia reciente de Ia Provincia Oriental y su relaciOn con las Provincias Unidas del RIo de Ia Plata, teñida de alianzas y rivalidades, en momentos en que Ia lucha contra el centralismo porteño está en su apogeo y se avecinan, por un lado, Ia caida del gobierno de Buenos Aires en manos federales y, por otro, Ia defección de los caudillos de Entre Rios (Francisco RamIrez) y Santa Fe (Estanislao Lopez) poco después de producirse Ia invasiOn portuguesa de 1816. Conviene destacar que este unipersonal es casi contemporáneo del Cielito oriental contra los portugueses, lo que muestra a Hidalgo como un intelectual organico sirviendo a Ia causa con todos los recursos de que dispone, embarcado en Ia creación literaria en los registros culto y popular simultáneamente. Por lo grafico del texto, por su funciOn didáctica y por ese doble manejo de esos registros que hace Hidalgo podrIamos incorporar aqui el cielito que transcribiô Acuña 79 de Figueroa en su Diarlo del Sitlo: Los chanchos que Vigodet I Ha encerrado en su chiquero I Marchan al son de Ia gaita I Echando al hombro un fungeiro. II Cielito de los gallegos, I Ay!, cielito del Dios Baco, I Que salgan al campo limpio I Y verán lo que es tabaco. II Vigodet en su corral I Se encerró con sus gallegos I Y temiendo que 10 pialen / Se anda haciendo el chancho rengo. II Cielo de los mancarrones, / Ay!, cielo de los potrillos, I Ya brincarán cuando sientan I Las espuelas y el lomillo. (Hidalgo 185) A Hidalgo, formado en Ia escuela neoclásica, le cuesta no mostrar sus orIgenes, incluso cuando se dirige a una poblaciOn mayoritariamente analfabeta como lo era su püblico rural. La inclusion de un término tan tradicionalmente culto como Baco podrIa parecer una anomalIa en ese contexto, pero esa referencia al dios romano del vino es importante por varios aspectos: su valor didáctico, su papel en Ia rima y Ia métrica, su ataque a los adversarios, que unirlan asI a su condiciOn de cerdos Ia de borrachos. Es de destacar, asimismo, que Hidalgo haya elegido ese término para hacerlo rimar con “tabaco”, lo que muestra que el selecto y sofisticado arsenal léxico del Neoclasicismo no era totalmente exclusivo de Ia poesla culta e impregnaba también los textos gauchescos.63Por otro lado, están presentes dos 63 Hidalgo combina formas populares y cultas en varios de sus textos gauchescos. En Ia cuarteta “cielito, cielo que si, I cielito del fiero Marie, I en empresas tan sublimes I os tocô Ia mejor parte” (Hidalgo 208) encontramos un dios romano con un epiteto tIpicamente neoclásico (“fiero Marie”), un adjetivo para nada popular (‘sublimes”) y una forma pronominal peninsular (“Os”) que desentona en el contexto de una composiciôn gauchesca. 80 elementos tIpicos de Ia poesla gauchesca revolucionaria: 1) Vocabulario rural, destacado con cursivas en el original o mediante el empleo de expresiones tIpicas (“hacerse el chancho rengo”: hacerse el desentendido). 2) Descalificación de los adversarios. Montevideo está representado como una gran pocilga donde el gobernador Gaspar de Vigodet ha encerrado a sus tropas, metamorfoseadas en cerdos, animal inmundo por excelencia. Subyace aquI una alusión al mito de los companeros de Ulises convertidos en animales por Ia hechicera Circe y reducidos asI a Ia inoperancia como soldados (Grimal 104); más aUn, Ia imagen de esas tropas, que marchan portando no un arma sino una estaca de las barandas de los carros, el fungeiro, refuerza Ia idea de su nub valor militar.M Hidalgo vuelve a articular Ia tradiciôn culta, neoclásica, con Ia referencia al entomb del oyente, apelando a imagenes de su vida cotidiana en su propio lenguaje. En esos términos, queda claro que si a los sitiados se les ocurre salir a campo abierto, a Ia batalla, van a pasar un mal momento.65 En Ia tercera estrofa, los espanoles siguen encerrados, esta vez en un corral, recinto que remite al ganado vacuno y caballar. El verbo pialar, “enlazar”, apunta a los sitiadores, que amenazan con tomar Ia plaza, aunque Vigodet, metamorfoseado en cerdo él mismo (“Se anda haciendo el chancho rengo”), rehüye Ia acción. La ültima estrofa presagia el mal momento que padecerán los sitiados, ahora bajo Ia forma de caballos mancarrones (veteranos) o potrillos (bisoños), cuando se 64 La grafia correcta es ‘fungueiro’ (Franco Grande 468). ,Se trata de un arcaismo ortográfico o de Un punto débil en Ia formación cultural del letrado? 65 “Ver lo que es tabaco” corresponde, segün Becco (1723), a Ia expresión coloquial española “ver quién es Callejas”. El DRAE Ia define como una forma de jactarse alguien de su poder o autoridad (403). Variantes como “dar tabaco”, “dar pa’tabaco”, o incluso “dar pa’tabaco, hojilla’ y fósforo” son expresiones que todavia se oyen en Ia conversación informal en las zonas rurales y suburbanas del Uruguay. 81 vean enfrentados a las tropas revolucionarias, quienes les harán sentir el peso del lomillo y lo acerado de las espuelas. Otro rasgo interesante de este cielito que lo emparenta con Sentimientos de un patriota es, de nuevo, Ia idea de Ia camaraderla horizontal de Ia tropa. En ningün momento se habla de jefes revolucionarios. Del lado de los rebeldes, además de una confianza absoluta en cuanto al futuro (“y verán lo que es tabaco”), no se sabe nada. Queda claro que están del lado “de afuera”, expresión que todavIa hoy se usa para referirse a todo lo que no sea Montevideo. En aquellos tiempos de murallas y fortificaciones, el otro lado era el más allá de lo urbano, de Ia civllización y de lo letrado, y asI lo habrian de sentir los escritores que trataron de integrar a Ia población de extramuros al proyecto revolucionario. La preservación de Ia pieza del presbItero MartInez y del unipersonal de Hidalgo en El parnaso oriental queda asI justificada en cuanto testimonios del valor del teatro como herramienta de propaganda poiltica y exaltación del sentimiento popular. En este papel de Ia perlormatividad como auxiliar de Ia revoluciOn cabe destacar Ia diferencia de los enfoques relacionados con el püblico. Estas dos obras fueron representadas en el ámbito natural de Ia ciudad letrada, es decir, un teatro urbano, con Ia intención de movilizar afectivamente a Ia población. La oposicion culto-popular se relaciona aqui con lo urbano-lo rural, y, como vimos al comienzo de esta disertaciOn, el espacio más allá de Ia muralla de Montevideo fue el escenario donde opero Ia canciOn militante de Bartolomé Hidalgo. La celebración del sentimiento patriótico, ya fuese de fidelidad a Espana en Ia lucha contra el imperio británico o a Ia 82 gran patria americana en el unipersonal de Hidalgo, se expresaba en todos los ámbitos posibles. Con Ia independencia del Uruguay Ilegarian otros textos celebratorios, esta vez de devociOn a Ia letra escrita, en particular Ia constitución. La constitución El 18 de julio de 1830 sejuró Ia primera constitución, momento que coincidió con un periodo de optimismo inocente que quiso creer que las viejas discordias se superarlan definitivamente a partir de Ia aprobación pUblica de Ia carta magna. Ello acarrearIa, casi como una consecuencia necesaria, el progreso y el bienestar para todos los orientales. Muchos textos de nuestro corpus son cabales muestras de esa expresiôn de modernidad y renovaciôn, alentada por lo que se consideraba elfin del caos institucional que habla signado los primeros treinta años del siglo. De inmediato aparecieron los textos celebratorios, en general indiscutiblemente hiperbOlicos, como Ia oda de Acuña de Figueroa que veremos a continuación. El poema se inicia como las narraciones mIticas del instante de Ia creaciOn. “De hoy en más Ia Patria brillará en Ia historia / constituida, feliz, independiente”, dice el poeta (Par. 1, 146). Este enunciado perlormativo separa Ia luz de las tinieblas y marca el inicio de una nueva Edad de Oro. Cabe a Ia aurora, “de tantos beneficios precursora”, auspiciar el nacimiento del Estado Oriental del Uruguay. El nuevo pals se inaugura mediante un acto de habla del letrado y se apoya en un texto digno de las diosas helénicas de Ia justicia (“el codigo sagrado / que en sus aras los hijos han jurado, / obra digna de Temis y de Astrea, I de sus derechos el baluarte sea”). Temis, 83 una de las deidades más antiguas del panteón griego, fue responsable de haber suministrado a los dioses los oráculos, los ritos y las leyes (Grimal 443-4). Su mismo nombre significa “justicia”. Astrea, hija suya y de Zeus, difundiO entre los humanos los ideales de justicia y virtud durante Ia Edad de Cr0 y fue Ia ültima diosa que convivió con los mortales antes de que el 0db y Ia maldad iniciasen su reinado (Grimal 64). La apelaciOn a estas deidades es a Ia vez una garantla de calidad de Ia obra jurIdica y Ia validaciOn de un orden nuevo que reinstalará esa época paradislaca, ahora basado en el imperio de Ia ley escrita. En este sentido, Ia mitologia, agrafa, deja paso a Ia historia. Los constituyentes de 1830 son celebrados en los términos más elevados a los que se podia recurrir en esos años de continuas referencias grecolatinas: Y vosotros varones, I émulos de Licurgos y Solones, / que con celo y prudencia, I patriotismo y desvelo, / Ia cara independencia I en las Leyes fundáis del patrio suelo, I gozaos en Ia obra; recibid las palmas, I y en placeres se inunden vuestras almas. (147) Licurgo y SolOn, espartano y ateniense, vivieron en el siglo VIII a. C. y en el VII respectivamente. Estas figuras más o menos semilegendarias fueron responsables del fundamento de Ia democracia ateniense y de Ia estructura poiltico-militar de Esparta, con todas las connotaciones que ello ha tenido en Ia tradiciOn cultural de Occidente. Se trata de dos ejemplos paradigmáticos de estadista cuyo prestigio, más simbôlico que real, confiere realce y dignidad a Ia misiOn del legislador, quien aparece como un 84 dechado de valores republicanos y civicos. Asi, Isidoro de Maria, en su Oda a! cerrarse los trabajos parlamentarios de Ia segunda legislatura constitucional, retoma un viejo tOpico de Ia historia romana: Ia frugalidad, Ia sencillez y Ia falta de ambición personal de los primeros magistrados de Ia repüblica. Un caso célebre es el del patriclo Lucio Quincio Cincinato, quien en el siglo V a. C. fue Ilamado por el Senado para ocupar el puesto de comandante supremo en una de las frecuentes guerras. Segun Ia tradición, Cincinato estaba arando sus campos cuando Ilegaron los enviados. Después de limpiarse el sudor y el polvo, el patricio se colocó Ia toga y recibiô el nombramiento de dictador por el término de seis meses. Tras derrotar a los enemigos de Roma dos semanas más tarde, volvió de inmediato a Ia vida civil, retomando sus ocupaciones como simple particular (Hornblower 1288). El ejemplo de Cincinato inspirO estos versos del poeta uruguayo: Desde el recinto de legislar, sagrado I al dulce seno de Ia privada vida I ya vais a descender; ya os ha Ilegado I Ia clausura debida, I que Ia toga dejando I y al trabajo tornando, I cual otro Cincinato I honor de Roma, sed su fiel retrato. (Par. 3, 44) El uso del verbo “descender” es significativo por demás. Como en todo el Neoclasicismo, y especialmente en los textos celebratorios, se respira un aura de sacralidad o trascendencia supramundana. Las instituciones y los hombres que las sirven son prácticamente de otro mundo, donde Ia rigidez, Ia grandiosidad augusta, lo sublime tienen su asiento. 85 La devociOn del letrado por el texto constitucional es tan patente que Ilega a convertirse en una suerte de religion laica. Un poema de Florencio Varela sobre el dIa de Ia jura narra un prodigio en forma de aparición celestial. Una “deidad augusta” que, “de despojos bélicos cargada, I el ramo entre ellos de Ia oliva ostenta”, entra en escena (Par. 1, 141). Indudablemente, se trata de Minerva. Lieva Ia libertad como divisa en el hierro de su lanza y tiene a Ia discordia agonizando a sus pies, adaptaciôn, en dave republicana, de Ia figura de un dios matando a un animal (Apolo y Pitón, y más tarde San Jorge y el dragon). El poema es sumamente grAfico y evoca una gestualidad solemne y cargada de reverencia, como Ia que trasunta el gesto de Ia diosa levantando “el sagrado volumen I do Ia sabiduria I los derechos grabO del ciudadano”. Virgen en Ia mitologla clásica, aquI tiene hijos afectivos, espirituales, fieles del credo republicano, que adoran el texto de Ia constitución “como al don más hermoso I que el Cielo puede hacer a las naciones”. A continuación, “Ellos Ilegan: I con miedo religioso I doblando Ia rod illa” para jurar Ia constitución “y cargar de baldones y mancilla I el nombre del apóstata insolente / que atropellarle en su delirio intente” (142). Los hijos de Ia patria, arrodillados, dibujan un cuadro cargado de solemnidad. ,Es ese “miedo religioso” una simple imagen poética para resaltar Ia pomposidad e importancia del acto, o acaso se quiere aludir al miedo frente a lo que no se comprende, Ia palabra de Ia ley escrita que probablemente muchos de los presentes no sepan leer? Lo que Si es evidente es Ia atmósfera ritualizada de un acto de devoción a un idolo de Ia ciudad letrada: el libro de Ia ley, “obra digna de Atenas y 66 La misma religiosidad aparece más nItida en Ia version del himno nacional de 1845: “De los fueros civiles el goce I sostengamos; y el cãdigo fiel I veneremos inmune, y glorioso, I como el Arca Sagrada Israel” (Acuña de Figueroa 6). 86 de Esparta” (Par. 3, 45). Es una especie de comunión general, donde todos los hijos de Ia nueva patria se disuelven en un mismo juramento y un mismo gesto de doble sumisión a Ia ley y al numen inspirador. Como dice Starobinski hablando de Ia Revolución Francesa y los juramentos, “La volonté singuliere de chaque individu se generalise dans l’instant oU tous prononcent Ia formule du serment: c’est du fond de chaque vie individuelle que monte Ia parole dite en commun, oU Ia loi future, tout ensemble impersonnelle et humaine, trouvera sa source” (270). El juramento a Ia ley fundamental del estado lo hace viable bajo los auspicios del contrato social que unifica a todos los habitantes en una misma realidad polItica. De ahI que los textos insistan tanto en el peligro de Ia anarquia o, en otras palabras, los levantamientos armados contra el gobierno. “La ambiciosa anarquIa es un torrente, I hôrrido abismo de furor cruento, / que arrebata con Impetu violento I a Ia Patria, al Patricio e Inocente”, Ia define Pablo Delgado en 1832 (Par. 1, 180). Se referla, sin duda, a Ia “facción infanda” del primer levantamiento de Lavalleja ese mismo año, que desafiaba el optimismo y Ia confianza desmesurada en el poder de Ia letra escrita, tIpico de Ia ciudad Ietrada.67 “Ese cOdigo augusto Ia barrera / será, que a Ia ambiciOn trastornadora / ataje en su mortIfera carrera”, habIa cantado Florencio Varela (1, 139), pero Ia realidad era otra. A principios de 1834 otra sublevaciôn del héroe de SarandI volvió a plantear el peligro de Ia guerra civil. Hubo quien tomó el asunto en broma, componiendo un poema epico en lenguaje gauchesco (La 67 El exciusivismo del cIrculo gobernante, las denuncias sobre Ia gestiôn de Ia camarilla que rodeaba a Rivera, el hecho de que el presidente se encontrase perrnanentemente ausente de Ia capital, Ia agitaciOn de Ia campaña por problemas de tenencia de tierra y, finalmente, el afán de recuperar posiciones por pane de Lavalleja y sus seguidores habrIan motivado ese levantamiento (Reyes Abadie 4: 104). 87 Lavallejada) en el que se ridiculizaba ese levantamiento (Pivel Devoto 1981b, XVIII). Acuña de Figueroa, que cuatro años antes habla escrito “No más triste opresion, cruel anarquIa I turban el aura con aliento impuro” (Par. 1, 148), optó por tratar el mismo tema desde un lenguaje culto y con mucha seriedad. En su Lamento patriótico se dan cita Melpômene, musa de Ia tragedia, y Ia discordia bajo Ia forma de un reptil ávido de sangre que porta dos de los atributos de Ia muerte y Ia traición en Ia tradición culta: el punal de Orestes y Ia tnica de Deyanira (Par. 1, 187-8). Recordemos que Agamenon, jefe de los griegos en Ia guerra de Troya, fue asesinado por su esposa Clitemnestra y su amante Egisto. Orestes, por su parte, vengó Ia muerte de su padre matando a Egisto y a su madre (Grimal 329). El ejemplo de Deyanira, modelo de Ia esposa despechada, se refiere a una tünica envenenada que Ie dio a Hercules creyendo que con ello lograrIa recuperar su amor, aunque lo que produjo con ello fue Ia muerte del héroe (Grimal 129). Las dos historias, por los vInculos familiares y afectivos que unen a sus personajes, sirven para expresar Ia lucha fratricida entre orientales, Ia cual, en el poema de Acuña de Figueroa, se conjura con Ia ayuda de un indefinido “numen” que reinstala Ia union y Ia amistad para que el pals continue siendo eI jardIn de Eden (190). Esa visián del Uruguay como una tierra privilegiada, casi una excepcion en el concierto de las naciones, es un tema recurrente en los sueños de los letrados. Uruguay, tierra privilegiada Los levantamientos armados eran, ante todo, un obstáculo para el progreso que debla instalarse en el pals. tEn qué consistIa ese progreso? Los letrados lo 88 formularon como un rápido mejoramiento en todos los ôrdenes de Ia vida social que reactualizarla el mito de Ia Edad de Oro, tema presente en Ia literatura occidental ya desde el siglo VIII a. C. SegUn el relato de Heslodo, de las cinco razas humanas que se sucedieron, Ia primera, Ia de oro, vivio cuando Cronos todavia no habIa sido destronado par su hijo Zeus. En aquellos dIas, Ia humanidad estaba libre de las preocupaciones y los dolores. Los humanos nunca Ilegaban a viejos y pasaban el tiempo banqueteando, sin necesidad de trabajar, puesto que todo Ia que les hacia falta les Ilegaba en forma espontánea. La tierra no necesitaba ser trabajada para producir espléndidas cosechas y los hombres vivian pacificamente en el campo. Al morir so convertIan en espiritus bondadosos, protectores de Ia humanidad y dispensadores de riqueza (Grimal 173). Las versiones decimonônicas de esa edad idIlica desbordan confianza y optimismo. Como bien afirma Emilio Irigoyen, “Los entomos en que más prosperan las formas neoclásicas suelen reunir a Ia autoafirmación orgullosa Ia añoranza de un pasado ideal y Ia conflanza en el futuro, visto coma espacio de recuperación posible de esa arcadia” (42). Pasado y futuro, en el caso de Ia Banda Oriental, se conjugan en una misma realidad, que no es otra que Ia que figuro desde siempre en las raIces del nuevo pals: Ia ganaderIa. Por ello, el futuro, dos mil años después de Hesiodo, segula dependiendo del ganado como principal fuente de riqueza y facilitador del progreso, que se multiplicaba por Si solo en las praderas sin los cuidados del hombre. El mismo dia en que so jurô Ia constitución, desde Ia plaza de Montevideo los carteles celebratorios proclamaban que 89 Ya el pastoreo empieza I a anunciar del Estado Ia grandeza; / antigua como el Mundo esta fuente de vida, I por Ia Ley protegida, I difundirá su manantial fecundo: I torna al Pueblo Oriental el siglo de oro, / y el pastoreo es su mejor tesoro. (Par. 1, 153) La importancia de Ia ganaderia aparece resaltada en el escudo nacional de 1829, donde junto al caballo (libertad), el cerro de Montevideo (fuerza) y Ia balanza (Temis, Ia justicia) figura un buey que representa Ia abundancia, aludiendo seguramente a dos vertientes simbôlicas diferentes pero complementarias. Por un lado, el ganado bovino en general ha sido, desde los tiempos clásicos, una medida de Ia riqueza del patriarcado y en Uruguay, particularmente, el determinante de una “edad del cuero”;68 por otro, el buoy se vincula con las tareas agrIcolas, relacionadas a su vez con una forma de vida sedentaria y pacIfica (sin olvidar Ia referencia cristiana al pesebre de Cristo) como Ia cantada por Virgilio en sus Georgicas. Esta doble significacion del buey lo hace funcionar como un identificador apropiado del Uruguay agrIcola-ganadero del primer tercio del siglo XIX, cuya prosperidad so habla visto duramente comprometida por las frecuentes guerras. Desde esta perspectiva, Ia apertura de un mercado en Montevideo en el sitlo donde antes habla funcionado Ia cárcel de Ia Ciudadela fue un acontecimiento trascendental que mereció ser puesto en verso. La dominaciOn brasilena habIa pasado y con ella un tiempo pautado por el 68 “Hasta fines del XVIII el cuero fue, en efecto, Ia materia prima de toda industria. Se hacIan de cuero crudo, con pelo, las puertas de las casas, los cofres para guardar Ia ropa, los odres para el transporte de los lIquidos, las petacas para sentarse, los lechos de dormir, los techos de las carretas de viaje, y a más, tientos y cordajes que sustituian en todos los usos al clavo y al alambre” (Zum Felde 1941, 28). Un jesuita que visitó Montevideo en sus inicios contabilizô tres o cuatro casas de ladrillo y unas sesenta cabanas hechas con cuero de buey (Rela 1998 1: 123). 90 horror y Ia guerra que hablan asolado los campos antes consagrados a Ceres y Pomona (Par. 3, 118). Después de Ia evocación de esos tiempos de opresión (“rencorosos hados”, “recinto Ióbrego”, “impenetrable muro”, “bastion aterrador”, entre otros sintagmas previsibles), Ia Oda a Ia apertura del mercado celebra Ia agricultura y el trabajo del “afanoso labrador” como antItesis de Ia opresión por parte del poder extranjero. AsI, las labores agrIcolas se convierten en un referente de Ia libertad. Esta apuesta a un futuro prOspero en paz liga el destino de Ia patria independiente al cultivo de Ia tierra. En consecuencia, Ia tension generada entre los acontecimientos bélicos todavIa frescos en Ia memoria colectiva -con anacronismos literarios tales como el carro de guerra en 1825 y las diosas romanas agrarias al pie del cañon, “bronce horrendo I quien torrentes de fuego vomitando I y Ia muerte Ilevando, I el oIdo lastima” (119)- y Ia necesidad de mirar adelante y reconstruir Ia sociedad se resuelve literariamente mediante el tOpico del campesino laborioso, de larga data en Ia tradición occidental.69Este retroceso, canônico en lo Iiterario, deja, en el terreno de Ia cotidianeidad, poco margen para el desarrollo de nuevas estrategias productivas. PasarIan casi cincuenta años antes de que Ia industrializaciôn, el alambrado de los campos, el ferrocarril, los códigos de derecho y Ia reforma educativa produjeran cambios sustanciales en Ia sociedad uruguaya, impulsados par Ia mano dura del coronel Lorenzo Latorre (Machado 271-8). De todas maneras, el Uruguay de Ia década de 1830 tenIa mucho que ofrecer. 69 La agricultura en Ia zona tórrida maneja los mismos conceptos. Después de Ia guerra, Ia paz, “a cuya vista el mundo Ilena I alma, serenidad y regocijo; I vuelve alentado el hombre a Ia faena, I aiza el ancla Ia nave, a las amigas I auras encomendándose animosa, I enjámbrase el taller, hierve el cortijo, I y no basta Ia hoz a las espigas’ (Bello 57). 91 Los escritores se abocaron a una tarea de propaganda y mercadotecnia de las bondades del nuevo pals poniendo en un mismo piano no solo los recursos naturales sino bienes intangibles como Ia libertad y Ia justicia. Con eso, los letrados buscaban atraer extranjeros que se ampararlan en Ia sombra del “árbol de Libertad” que habria de “crecer frondoso” en el fecundo suelo oriental: Bajo su sombra amena, I del Tàmesis al Nib, / y desde el Volga al Sena, / vendrán los libres a buscar asilo; I y dirá el Mundo al repetir tu nombre, I he allI Ia patria general del hombre! (Par. 1, 149) Hasta alli habIan ido los perseguidos y los disidentes, entre ellos el argentino Florencio Varela, quien pudo decir “Si quereis respirar aura de vida, / aura de Libertad: este es el suelo I en que asilo al opreso ofrece el Cielo” (Par. 1, 140). El Uruguay serla asI Ia envidia del viejo mundo, una tierra cultivada y culta y no una interminable Ilanura despoblada y barbara, refugio de indios y bandoleros: No soledad y Ilanos solamente / el viajero en su marcha ira mirando, / cuando de Oriente el campo atravesando I contemple nuestro ser independiente, I doquiera Vera gente I activa y laboriosa; I doquier ciudad famosa I de artes y ciencias ütiles henchida, I do el Ciudadano libertad respira, / do Ia Ley igualmente repartida, / no Ia persona, si Ia causa mira. (Par. 2, 55) En su papel de divulgadores, promotores y propagandistas, los poetas 92 practican un discurso asertivo y profético en el que parecen estar poniendo en verso los lugares comunes del programa liberal. En efecto, los conceptos de industrialización,7°comercio con todos los paIses a través de una flota mercante nacional,71 dominio de Ia naturaleza mediante Ia educación y el conocimiento,72 vigencia del estado de derecho y paz social basada en Ia ley y Ia razón,73 son algunos de los tópicos más frecuentados. Ya pasaron los tiempos violentos y ahora Ia fuerza de las armas cede su protagonismo a otros actores: No es ya Ia espada / ni Ia bravura heroica, I quien fije en adelante los destinos I de vuestro feraz suelo. Las virtudes, / el noble patriotismo, Ia alta ciencia I solo os harán felices. I Proscribid Ia ambición, el despotismo I y Ia barbarie, si hay entre vosotros; I pues que son enemigos implacables I de paz y libertad [...] (Araücho 52) La “alta ciencia” es uno de los elementos de Ia trinidad que propone AraUcho como recurso para Ia obtenciôn de Ia felicidad. En este sentido, el discurso ilustrado ya habIa previsto un pals integrado a Ia modernidad desde los comienzos de Ia 70 “Sin fin se multiplique I Ia poblaciôn activa, que a labores I incesantes se aplique; I y puedan sus sudores/daral suelo de Oriente/fábricas do Ia industria se alimente’ (1, 161) 71 “Del Polo más remoto, las naciones I tu amistad y comercio procurando, I las más ricas y bellas producciones I las verás transportando / a tu seguro puerto; Iy el cambio, siempre cierto, I llamará a tus riberas, I del mundo las riquezas verdaderas’ (1, 132); “De las artes y ciencias al esmero I harán muy más ameno I tu comercio fecundo; I surcará el mar profundo I tu marina famosa; I serás rica, feliz, y poderosa” (1, 133). 72 “Del templo del saber, las puertas de oro I se abrirán a porfia, y anhelosos I tus hijos correrán al digno coro; I los arcanos dichosos I de alma naturaleza, I del genlo a Ia agudeza / cederán prontamente, I y harán feliz a Ia Naciôn de Oriente” (1, 133). 73 “Ella sabrá mostrar al ciudadano / a Ia par de sus goces, sus deberes; /y a su poder divino y soberano / los racionales seres / sumisos y rendidos, / jamás darán oldos I a Ia discordia impla; / Ia LEY y Ia RAZON serán su guIa’ (1, 134). 93 revoluciOn artiguista, cuando el padre Dámaso Antonio Larranaga se propuso cambiar radicalmente Ia situaciôn de Ia Provincia Oriental. EducaciOn y revoiución Larranaga (1771-1 848) fue un cientifico autodidacta que hizo suyos los postulados del pensamiento revolucionario desde Ia primera hora y más tarde se aplicá a instrumentar Ia formaciôn intelectual de sus paisanos. Formado en el Colegio Carolino de Buenos Aires y en Ia Universidad de Córdoba, comenzO un volumen de anotaciones sobre temas de su interés durante Ia ocupacion inglesa de 1807. Fuentes periodisticas europeas, enciclopedias y obras cientIficas integran los materiales consultados. Estas anotaciones fueron suspendidas en 1811, cuando Larranaga se unió a Ia revolución (Castellanos XVII). Los intereses cientificos del sacerdote fueron mUltiples y abarcaron Ia historia natural, Ia etnografla, Ia IinguIstica y Ia historia, areas a las que dedicO varios volUmenes. Esta labor escrita se complementô con Ia paciente acumulaciOn de muestras botánicas, zoologicas y mineralógicas, con lo cual se convirtiO en el pionero de Ia museIstica uruguaya. Esas inquietudes lo Ilevaron a intentar una descripción cientIfica de los reinos animal, vegetal y mineral de Ia Provincia Oriental siguiendo el Sistema Naturae de Carlos Linneo, creador de Ia taxonomla. Como su maestro Perez Castellano, también se anticipO a Ia propuesta de Bello de describir Ia naturaleza americana, aunque su trabajo es tributario de una mayor preparacian cientIfica. La amplia e insaciable curiosidad que mostró en su empeno lo llevô a 94 convertirse en un interlocutor válido de muchos botánicos y naturalistas europeos, con quienes no solo se carteaba sino que recibla cuando aquellos arribaban a Montevideo. Geoffroy de Saint-Hilaire le escribiO en 1821: “Desde Rio de Janeiro no habla encontrado a nadie que pudiese conversarme de mis estudios favoritos, y yo recordaré por mucho tiempo con pesar las agradables veladas que me habéis hecho pasar” (Castellanos XXVIII). Sin Ia menor duda, Ia carrera cientifica de Larranaga hubiera sido de las más rutilantes si no hubiese tenido en su haber dos grandes desventajas: haber nacido en una zona por ese entonces marginal del mundo conocido y haber vivido entre guerras y revoluciones. Los escritos de Larranaga tocan también otros temas, no cientIficos. Su Diarlo de viaje desde Montevideo al pueblo de PaysandU, escrito en 1815, interesa no solo por su descripciOn de Ia campana, sino por su encuentro con Artigas, cuyo “espartanismo”, por no decir pobreza, sorprende al sacerdote, sin duda acostumbrado a mejores lujos en Montevideo. Larranaga escribiO también textos eclesiásticos y politicos, presentO un proyecto para establecer una universidad y otro para Ia aboliciôn de Ia pena de muerte. En una veta más distendida, elaborô una colección de fábulas donde se dan cita Ia fauna y Ia flora de America para Ilegar al pueblo, como querla el Neoclasicismo, con máximas y consejos morales en un marco de sencillez y elementos familiares al lector. La justificación de esta vasta y variada produccion cientIfica y literaria está contenida en Ia Oración inaugural que pronunciO el 26 de mayo de 1816 en oportunidad de Ia apertura de Ia primera biblioteca püblica de Ia Provincia Oriental. Su 95 antecedente se remonta al año 1815, cuando Larranaga envió un oficio al Cabildo de Montevideo con un diagnostico de Ia situación de Ia provincia y una propuesta concreta para combatir Ia deplorable situación de las ciencias, las artes y los oficios, en Ia que los jovenes sin educaciôn, los artesanos sin reglas ni principios y los labradores atados a una rutina que no favorecia en nada los progresos de Ia agricultura, “base y fundamento el más sólido de las riquezas de este pals” (Larranaga 31), pintaban un cuadro desolador. Ante Ia doble carencia de docentes en el territorio y de recursos para atraerlos del exterior, Larranaga concluye que solo resta formarlos localmente. A tales efectos, ofrece sus propios libros y los de algunos amigos para fundar Ia primera biblioteca püblica, de Ia cual será su primer director, y apela al Jefe de los Orientales en pro de su apoyo y sostén material. Este planteo coloca a Larranaga a Ia vanguardia de los letrados de su tiempo, ya que su propuesta supera el enfoque meramente humanistico, retórico y religioso de Ia educación tradicional y Ia convierte en una herramienta indispensable para hacer viable el proyecto politico del gobierno oriental. La filosofIa detrás de este emprendimiento se enfocaba en el aprendizaje de nociones modernas y ütiles, además de incorporar principios ilustrados que sustituyeran los prejuicios del vulgo, para Ilegar a ser a Ia vez una persona ütil a Ia sociedad y un sujeto digno de ocupar un puesto prominente en ella en razón de sus méritos y virtudes, como dictaba el pensamiento liberal (Romero 1976, 168). Un ejemplo de lo que se consideraba de avanzada algunos años más tarde (1835) se encuentra en el libro de Manuel Araücho, quien, como Larranaga, era otro 96 autodidacta. Un paso en el Pindo testimonia las incursiones del militar-poeta en el campo de Ia salud con una canción (A Ia humanidad afligida) en Ia que se ataca el uso de las “Ventosas, sanguijuelas, I el mercurio, el sedal, I las fuentes, los unguentos I y otras sandeces más” (32) por parte de los medicos de Ia epoca. Aqul no es el vulgo y sus prejuicios lo que se pone en Ia picota, sino Ia práctica médica como se Ia entendla por ese entonces. Lo mismo sucede en La tontina, obra teatral de René Le Sage (1668-1747) que Araücho tradujo para ei tercer tomo de El parnaso oriental, en Ia cual uno de los protagonistas es un viejo medico, poco escrupuloso, al que se le mueren los pacientes a pesar de (o gracias a) sus tisanas, preparados y sangrIas. En esto, Araücho sigue los pasos del padre Benito Feijoo, quien en el discurso quinto de su Teatro crItico universal (1733) habIa presentado a Ia medicina de su tiempo como una disciplina Ilena de errores, imprecisa por Ia diversidad de opiniones y dictámenes y por ello poco confiable.74 La Medicina Curativa de Ia que Araiicho fue abanderado propone una forma interesante de relacionamiento entre el enfermo y Ia enfermedad que tiene repercusiones sociales y poilticas. En efecto, Si “Lieva al medico consigo quien me Ileva en su bolsillo”, como se leIa en el frasco del depurativo que se vendia en Buenos Aires alrededor de 1830 (Di Liscia 89), Ia consecuencia es Ia eliminación del medico como intermediario y Ia toma de control por parte del paciente. Esto no es otra cosa que Ia realizaciOn, en el piano medico, del sueño de libertad e igualdad que proponlan los neoclásicos revolucionarios, aunque con un fuerte componente individualista que 74 “,Y qué importarla que los Autores Medicos no nos manifestasen Ia incertidumbre de su Arte, Si SUS perpetuas contradicciones nos Ia hacen patente? Todo en Ia Medicina es disputado: luego todo es dudoso”, afirma categoricamente el sacerdote (113). 97 replantea el antagonismo entre Ia autoridad y Ia experiencia individual. Una postura similar, en el mismo terreno de Ia medicina, habla sido defendida ya en tiempos del doctor Juan de Cabriada (1 665-1 714), uno de los novatores que prefiguraron el pensamiento ilustrado en Espana. Contradiciendo precisamente el papel de las eminencias médicas antiguas, Cabriada rechazaba Ia cita textual de autoridades y defendla el derecho de seguir los dictámenes de Ia razón y Ia experiencia, además de denunciar el atraso de Ia ciencia en España y proponer Ia creaciôn de una academia de medicina (Sánchez-Blanco 27). Araücho, sin Ilegar a tales extremos -no olvidemos que sus conocimientos medicos provenlan de lecturas en sus ratos de ocio-, defiende Ia práctica de Ia medicina curativa enfatizando lo social: Pronto Ia Medicina75/ Curativa, estará / generalmente usada I en pUblico hospital. / Y alil los desgraciados, / más pronto curará / ahorrándole al Erario I un crecido caudal. I Si Ia envidia rastrera I os quiere el bien quitar, I en el justo Gobierno, I tranquilos confiad. / El vela en vuestro auxilio; / y os proporcionara / eI bien, que es más precioso I para Ia humanidad. (33) Estos pocos versos muestran que el poeta-médico-militar tamblén tenla su veta de politico: incluyen referencias a conceptos heredados de Ia poesia revolucionaria (el bienestar general y Ia idea de bien püblico -prestación de un servicio social); conjuran metafôricamente el peligro de Ia disensión y Ia anarquia, otro de los tópicos de Ia hora; cumplen una funciôn propagandIstica a favor del gobierno tranquilizando al pueblo en 75 Se han respetado las cursivas del original. 98 cuanto a su sostén material, y celebran lo que significa contar con el ültimo logro de Ia ciencia médica sin que las finanzas püblicas se resientan (antes bien, haya superávit). Todo un programa politico-social, indudablemente. Si volvemos a repasar los textos que celebran Ia fundaciOn de Ia biblioteca, éstos relacionan el perlodo colonial con el oscurantismo y Ia dominaciOn, destacando el papel liberador de Ia Revoluciôn de Mayo y el valor de Ia lectura y el estudio para el desarrollo de las virtudes cIvicas.76 Dentro del proyecto liberal, esas virtudes son Ia Ilave para remontarse por encima de Ia estrechez de miras y el comportamiento rüstico de Ia gente vulgar. Educar al individuo en Ia büsqueda de nobles ideales y costumbres refinadas implica fundar las bases de un cuerpo social mAs sano, como lo explicita Florencio Varela: Ni confunde ignorante / con Ia alma religion el fanatismo, / con Ia ambiciOn pujante / el patrio amor; I no pide en su egoismo I salvaje independencia, I ni, en vez de Libertad, quiere licencia. I Su ilustración le enseña I a elevarse hasta el alto Firmamento; / y orgulloso desdeña I del hombre rudo el torpe abajamiento, I que a Ia especie degrada, / y en Ia vida social jamAs se agrada. (Par. 1, 178). Asi velan los letrados de expresión culta Ia realidad social, polltica y cultural del nuevo pals. ,Qué decia, mientras tanto, Ia gauchesca? Veamos primero las reflexiones de Hidalgo en 1821, que nos servirán como marco de una situación que se repetla, en lo esencial, en el Uruguay de 1835. 76 “Ya se abren las puertas I de Ia ilustración, I que artera opresiOn I tres siglos sellO: I mantuvo entre sombras I su imperlo ominoso, / vino Mayo hermoso / y las disipô” (Par. 1, 44-5). 99 La mirada gaucha A diferencia de Ia poesIa neoclásica de El parnaso oriental, que apuesta al futuro extendiendo un manto de olvido sobre las crisis polItico-militares que habian jalonado los años previos a su publicaciôn, Ia poesla gauchesca de Hidalgo se refiere crIticamente a su tiempo. Su Dialogo patriótico interesante (1821), desarrollado por los gauchos Chano y Contreras, tiene como tema Ia revoluciOn traicionada. Chano se presenta a si mismo como un patriota de Ia primera hora: Todo el pago es sabedor I Que yo siempre por Ia causa I Andube al frio y calor. I Cuando Ia primera patria I Al grito se presentó I Chano con todos sus hijos, I Ah tiempo aquel, ya paso! I Si fue en Ia patria del medio / lo mismo me sucediô, I Pero amigo en esta patria... IAlcancemé un cimarrón. (Hidalgo 213) La “primera patria” es Ia de 1811 a 1814, desde los comienzos de Ia revolución en Ia Banda Oriental hasta el sitio de Montevideo; Ia del medio, Ia de Ia vigencia del artiguismo hasta Ia invasion portuguesa (1814-181 6); “esta patria” alude a su permanencia en Buenos Aires. Esa multiplicidad de patrias se referIa al mosaico politico del antiguo virreinato y manifestaba a Ia vez una identidad de sentido orientada a afirmar Ia unidad (Bragoni 572). Es Ia comunidad imaginada rioplatense, deudora de los mismos principios republicanos y vIctima de los mismos defectos. Los viejos ideales ilustrados de Ia meritocracia y Ia igualdad ante Ia ley que hablan sido banderas revolucionarias habian sido puestos a prueba en su aplicación práctica, con resultados poco halaguenos, especialmente para el sector rural. Dice Chano: 100 En diez años que Ilevamos I De nuestra revolucion I Por sacudir las cadenas I De Fernando el balandron / ,Que ventaja hemos sacado? / Las dire con su perdon. I Robarnos unos a otros, /Aumentar Ia desunion, I Querer todos gobernar, I Y de faccion en faccion I Andar sin saber que andamos: / Resultando en conclusion I Que hasta el nombre de paisano I Parece de mal sabor, I Y en su lugar yo no veo / Sino un eterno rencor I Y una tropilla de pobres, I Quo metida en un rincon / Canta al son de su miseria; / No es Ia miseria mal son!. (214) La polItica, en manos do los “doctores” de Ia ciudad letrada (Ilamados despectivamente “pintores” en otros textos gauchescos), se habla convertido en una carrera por ocupar los mejores niveles en el entramado social y politico: “AsI en Ia revoluciôn / Hemos ido reculando, I Disputando con teson I El empleo y Ia vereda, / El rango y Ia adulacion” (216). La administraciôn de Ia cosa püblica tampoco habia resuelto uno de los postulados básicos do Ia revoluciôn, como lo era Ia igualdad de las provincias. Chano resume los acontecimientos que se desarrollaron a poco de haberse producido Ia Revolución de Mayo: Desde el principio, Contreras, I Esto ya so equivoco. / De todas nuestras provincias / Se empezó a hacer distincion, I Como si todas no fuesen / Alumbradas por un sol; I Entraron a desconfiar / Unas de otras con teson, I Y al instante Ia discordia / El palenque nos ganó, I Y cuanto nos descuidamos /Al grito nos revolcó. (214) 101 Los problemas entre las provincias y sus competencias soberanas habian estado en el tapete a partir de las abdicaciones de Bayona (1808) que hablan cedido el trono español a Napoleon, primero, y luego a su hermano José. La crisis de representatividad y legitimidad que ocasionô ese acto, del cual Ia emancipaciOn de las colonias americanas tue una de las más importantes consecuencias, Ilevô a debatir el alcance de Ia retroversión de Ia soberanIa. Mariano Moreno habla argumentado, ya en agosto de 1810, que ésta debla recaer no sobre los pueblos, sino sobre una estructura jerarquicamente superior que estuviese en condiciones de ejercer esa soberania, además de sostener que el virreinato era una unidad indestructible subordinada a Buenos Aires. Los cabildos provinciales rechazaron este parecer (Annino 178). Ricardo Rojas explicO el problema en los siguentes términos: La organizacion colonial reposaba en el monopolio, el centralismo y Ia aristocracia: luego, Ia nueva organización debIa reposar sobre principios contrarios: Ia libertad econOmica, Ia libertad regional, Ia libertad individual. En esa idea coincidieron en principio todos los pueblos: de ahI su armonia inicial. Pero cuando las capitates de intendencia hubieron de predominar como “metropolis” sobre las ciudades subalternas, éstas se levantaron contra aquellas; y unas y otras se unieron contra Buenos Aires, cuando ésta quiso predominar como “metrOpoli” sobre todas. (1916, 137-8) Cuando Hidalgo publicO su Diaiogo (1821), en el Rio de Ia Plata ya se habia 102 ensayado una alternativa al centralismo porteno con Ia Liga Federal organizada por José Artigas entre 1815 y 1820. Se trató de una estructura poiltica en Ia cual Ia Provincia Oriental,77 Entre Rios, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Côrdoba planteaban una serie de diferencias de peso con respecto a Buenos Aires: independencia poiltica de Espana, tema espinoso para las autoridades bonaerenses, quo no se decidlan a cortar el vInculo con Ia metrOpoli; un sistema republicano que chocaba frontalmente con las aspiraciones monarquicas de algunos sectores del movimiento revolucionario; federalismo, anatema para las concepciones que haclan de Buenos Aires el centro natural de las Provincias Unidas, y un equilibrio entre el librecambio y el proteccionismo quo evitara las pretensiones hegemOnicas portenas y permitiera quo las provincias pudiesen integrarse, como productoras y consumidoras, a las nuevas realidades económicas del momento (Caetano 25). Todo ello abrIa posibilidades para un desarrollo econômico y social autónomo quo el centralismo no podia aceptar. Las rivalidades entre los caudillos federates y Ia invasion portuguesa a Ia Provincia Oriental, además, pospusieron cualquier intento de integracion, como lamenta Chano. El criterio de igualdad politica y administrativa propulsado por los sectores más avanzados de Ia revoluciOn se enlaza con Ia idea de que los méritos personales son Ia ünica fuente de distinciOn entre los hombres. “El mérito es quien decide”, afirma el gaucho (214). Si bien en el imaginario independentista Ia patria era Ia libertad, y ésta se proyectaba sobre todos sin toner en cuenta su condiciôn (Quijada 307), en Ia práctica el mérito se enfrentaba con limitaciones impuestas por criterios discriminatorios y racistas: 77 A partir de 1813, Ia Banda Oriental paso a denominarse Provincia Oriental. 103 La ley es una no mas, I Y ella dá su proteccion / A todo el que Ia respeta. / El que Ia ley agravió / que Ia desagravie al punto: I Esto es lo que manda Dios, I Lo que pide Ia justicia I Y que clama Ia razon; / Sin preguntar si es porteño / El que Ia ley ofendió, / Ni si es salteño o puntano, I Ni si tiene mal color. (215) Estas apreciaciones le valieron Ia crItica del padre Francisco de Paula Castaneda, quien lo llamó “oscuro montevideano”, agregando “que es un tentado de eso que liaman igualdad, para 10 cual hay algunos impedimentos fisicos” (Ayestarán 1950, 29). Hidalgo, evidentemente, hablaba con conocimiento de causa. Chano prosigue su alegato a favor de los pobres y humildes en relación a Ia ley (“Ella es igual contra el crImen I Y nunca hace distincion / De arroyos ni de lagunas / De rico ni pobreton: / Para ella es lo mismo el poncho / Que casaca y pantalon”), pero no alberga demasiadas esperanzas en cuanto al logro de Ia equidad: “Pero es platicar devalde, I Y mientras no yea yo I Que se castiga el delito I Sin mirar Ia condicion, I Digo que hemos de ser libres / Cuando hable mi mancarron” (216). La situaciôn descrita por Chano en 1821 no difiere demasiado de Ia que presenta MartIn Fierro en 1872-79 y muestra que Ia desigualdad frente a Ia ley era un mal endémico en el cuerpo social de Ia Argentina. El Uruguay tampoco era una excepción. En 1872, en Los tres gauchos orientales, de Antonio Lussich, dice Luciano: “Y hoy hablo a los orientales, / Y también al Presidente, I Que se trate sabiamente I De suprimir tantos males. / Y tuitos seamos iguales / Sin reparar Ia color [...]“ (Becco 1322). 104 Un interesante texto de Ia década de 1820 es el Cielito del blandengue retirado (entre 1821 y 1823), donde el anónimo combatiente veterano contradice muchos estereotipos que Ia poesla neoclásica persistia en difundir. El viejo y sufrido blandengue es un descreido de los grandes ideales que movieron a su generación: de Ia revoluciôn, del concepto de patria, del heroIsmo de morir por Ia causa de Ia libertad;78acusa a los letrados de mentirosos y ladrones;79descalifica a sus jefes militares;8°denuncia el latrocinio en Ia campana;81 desacredita a los soldados, a quienes cataloga como tontos,82 y afirma conocer a los causantes de todos los males: los puebleros.83Esta antinomia campo-ciudad es muy significativa porque continua Ia oposición planteada diez años antes frente a las murallas de Montevideo y muestra que no importa quien esté al frente de los negocios püblicos: en definitiva, todos terminan siendo unos delincuentes. El cielito se cierra con un eco de Chano y el mismo desencanto: “Tres patrias hei conocido I no quiero conocer mas” (134). En 1831, otro cielito anOnimo vuelve a plantear esta idea al recomendar una forma efectiva de ser alguien en Ia sociedad: Si quisiere valer algo I Procure que sea ministro I Alguno de sus hermanos I Que sepa siempre andar listo. II Cielito cielo que no / Cielito que linda cosa / Es 78 “No me vengan con embrollas / De Patna ni montonera, I Que para matarse al ñudo I Le sobra tiempo a cualquiera” (Hidalgo 251). 79 ‘Bayan al diablo les digo I Con sus versos y gacetas, I Que no son sino mentiras I Para robar las pesetas” (251). 80 “Sarratea me hizo cabo I Con Artigas jui sargento, I El uno me dio cien palos, I Y el otro me arrimô ciento” (252). 81 “Cuatro bacas hei juntado /Ajuerza de trabajar, /Y agora que están gordas /Ya me las quieren robar” (252). 82 ‘Cielito cielo que si, I Oye cielo mis razones, / Para amolar a los sonsos I Son estas regoluciones (252). 83 ‘Yo conosco a los Puebleros I Que mueven todo el enriedo, I Son unos hijos de Puta / Ladrones que meten miedo” (252). 105 esto de acosta agena / En enhlenar bien Ia bolza. (Ayestarán 1950, 161) La alusión al contexto politico uruguayo es clara: son los tiempos de los “cinco hermanos”, un grupo de allegados al presidente Rivera que ocuparon ministerios dave en el primer gobierno constitucional y a los que “no se les escapa este arbitrio de lucrar, que por su posicion les es demasiado fecundo”, al decir de un juez de Ia epoca (Reyes Abadie 4: 101). Aproximadamente en esos mismos años, un poeta del Parnaso, en cambio, ofrecia una visiOn totalmente diferente, ingenua y bienintencionada: “Cada cual sus derechos reclame, / su deber cada cual a cumplir; / sin temer que entre justos unidos, / jamas pueda anarquia existir” (2, 66). Esta visiOn testimonia claramente el contraste entre Ia poesla neoclásica y Ia gauchesca en el tratamiento de Ia realidad nacional, o del divorcio entre Ia ciudad Ietrada y Ia campana, con el agravante de que era justamente en el medio rural donde se nutrIan de combatientes los temibles ejércitos de los caudillos. La ciudad letrada quedaba asi rodeada por un polvorin potencial que podia explotar en cualquier momento con Ia irrupciOn de las clases más marginadas queriendo hacer valer sus reclamos. Manuel Araücho, con su Dialogo de dos gauchos al estilo de los de Hidalgo, pone en el tapete Ia conflictiva relaciôn entre los puebleros y el medio rural. Los panaderos no querlan amasar Si rio compraban el trigo a predios irrisorios, y quienes habian contratado servicios del personal rural no pagaban sus deudas porque decIan estar quebrados. Frente a Ia situación, el gaucho Trejo sugiere: “Vamos al rodeo, amigo, / Que nos dé el viento del campo, I Porque ya estoi mui caliente, / Y puede tentarme el diablo, / De 106 irme al pueblo agora mismo, I Y con un garrote, a palos I Comenzar por los del pan I Y acabar por los quebraos” (Araücho 182-3). Sirve de barômetro de esta dinámica Ia actitud de los montevideanos cuando las tropas artiguistas entraron en Ia ciudad en 1815 al mando de Fernando Otorgues, gobernador militar de Ia plaza, quien ocupO Montevideo al retirarse finalmente los espanoles. Los trajes sencillos y andrajosos de los soldados y sus cabezas desmelenadas causaron sorpresa, primero, y después pavor. Seguramente las maneras de Otorgues no eran de las más conciliadoras, especialmente con respecto a los espanolistas (hizo tender una bandera de Fernando VII en Ia entrada del portOn del Fuerte para que los que pasaban por alil se limpiaran los pies y escupieran), pero cuando reclamO al Cabildo el esclarecimiento de algunos negocios turbios de particulares comenzaron a circular historias grotescas sobre su comportamiento y el de las montoneras. Las palabras de un terrateniente escandalizado al ver a Ia mujer de Otorgues en un carruaje son significativas: “DOnde se ha visto una china en coche!” (Machado 62-3). Ese mismo sentimiento también lo experimentaron los centralistas portenos, quienes sufrieron el ultraje de ver a los hombres del caudillo federal Francisco RamIrez atar sus caballos al pie de Ia Pirámide de Mayo en 1820. “Las propias muchedumbres que aparecen como legion homérica el año 10, son las que aparecen como indomable montonera el año 20”, dice Rojas (1916, 135), mostrando Ia arrogancia y eI desprecio de Ia ciudad letrada portena hacia los provincianos. En suma, Ia articulación entre el campo y Ia ciudad a Ia hora de construir Ia 107 institucionalidad se presenta como un problema complicado, con dos mundos frecuentemente enfrentados y mutuamente incomprendidos. Afirma Graciela Montaldo que El campo era para los patriotas ilustrados un lugar complejo pues era naturaleza ‘barbara’ y el lugar donde se desarrollaban las fuerzas que impedlan Ia organizaciOn ilustrada de las nuevas repüblicas al ser el escenario de las guerras civiles; era también el espacio propiedad de las oligarquIas provinciales sin las cuales era imposible dar forma a las repüblicas. (34). A pesar del peligro que esa situación de Tharbarie” significaba para los planes de construcciOn nacional, el discurso neoclásico del Uruguay independiente que nos han conservado Lira yAraücho es monolItico y rIgido en su planteamiento de los principios ilustrados y de su programa de cambios económicos. No hay margen de negociación con esa realidad de extramuros ni tampoco fisuras por donde se puedan filtrar Ia problemática de las clases más desposeIdas o Ia crItica a los alcances prácticos del proyecto hegemOnico. La gauchesca revolucionaria, que habia cantado Ia lucha contra Espana al igual que su contraparte culta, deja paso a una literatura “gauchipolItica” que se vuelve contra el sistema y sus inequidades antes de ser utilizada en Ia lucha de facciones durante Ia Guerra Grande. Esta literatura creará una memoria histôrica que estará presente hasta nuestros dIas. La dinámica entre estas dos expresiones literarias y su sustento social será una constante en Ia construcción del sujeto de Ia nueva repüblica, como se verA en el capItulo siguiente. 108 CapItulo 3 - La construcción del sujeto repubilcano Ya hemos visto en el capItulo anterior cômo se procesó Ia construcciôn de un estado polIticamente viable a partir de las lucubraciones de Ia clase dirigente uruguaya y sus voceros de Ia ciudad letrada. Corresponde ahora analizar Ia dinámica de relacionamiento de los ciiferentes actores sociales en el proceso de emergencia de una comunidad imaginada nacional, en particular en relación con el problema de Ia tierra. La pregunta que subyace es cómo pasar de una sociedad con rasgos feudales en relación a Ia posesiOn de Ia tierra a una sociedad moderna. Una de las primeras figuras letradas de Ia Banda Oriental que se abocó especIficamente a este problema, que terminarla siendo uno de los factores más importantes en ese proceso de transformación republicana que buscaba liquidar estructuras del antiguo regimen, fue el presbItero Perez Castellano (1743-1815). José Manuel Perez Castellano fue un pionero con todas las de Ia ley: primer doctor en derecho canónico, primer sacerdote, primer latinista, primer escritor, primer IexicOgrafo, primer historiador, primer propulsor de Ia agricultura y primer mecenas (Cicalese 8). Nacido en Montevideo, estudiô en eI coleglo jesuita y posteriormente cursO filosofla y teologIa en Córdoba. Toda su vida transcurrió entre Ia ciudad y su quinta del arroyo Miguelete, cercana a aquélla. Como muchos sacerdotes, no fue ajeno a Ia polItica, primero como diputado en Ia Junta de Gobierno de 1808, todavIa en Ia época colonial, y luego en el Congreso de 1813, en pleno perlodo artiguista (ReyesAbadie 3:376; 148). 109 Perez Castellano fue poseedor de una de las mejores bibliotecas particulares de su tiempo y Ia mejor en Ia Banda Oriental, que donô al Estado en 1815 y tue Ia base de Ia primera Biblioteca Püblica que inaugurô Larranaga al año siguiente (Zum Felde 1941, 39). Fue también el primer escritor oriental, autor de Ia Carta escrita en 1787 para Ia Italia, dirigida a su maestro de latin, el jesuita Benito Riva, quien le pedia noticias de Montevideo a veinticinco años de su partida. Sus once capItulos, que abarcan descripciones y análisis de los principales aspectos socioeconômicos y culturales de Ia pequena plaza fuerte montevideana y sus alrededores, Ia convierten en una suerte de minienciclopedia. Con esta obra, Perez Castellano, como queria Andrés Bello en su Alocución a Ia poesIa y antes quo éI, describe, cataloga, escribe una realidad latinoamericana. Su otra obra, Observaciones sobre agricultura, es el fruto de sus cuarenta años de trabajo como labrador. Comenzó a escribirla en 1813 a instancias del gobierno oriental, que querla aprovechar Ia experiencia de Perez Castellano para beneficiar a los pobladores do Ia campana. La ausencia de una paz social perdurable hizo imposible Ia publicaciôn do las Observaciones hasta que el gobierno del Cerrito, en 1848, tomO a su cargo tal tarea. Politicamente, fue una jugada acertada. Manuel Oribe en persona ordenó Ia publicación del manuscrito, no solo por Ia utilidad que do ello pueden reportar los labradores, hortelanos, quinteros, etc., sino como un testimonio de respeto a Ia memoria de aquel ciudadano, natural de esta Repüblica, a quien él consagrO esta y otras pruebas do su anhelo en fomentar su ilustraciOn y adelantos materiales. (Perez 110 Castellano 3) El presidente se presenta asI como el continuador de una tradición progresista, ilustrada, que comenzó a delinearse durante el perlodo artiguista y finalmente pudo concretarse bajo su mandato, al menos en cuanto a Ia publicaciOn del texto, en un claro uso de Ia literatura con fines politicos. Recordemos que, en ese entonces, Ia Guerra Grande dividIa al Uruguay en dos bandos, cada uno de los cuales rivalizaba con el otro en mostrarse más “civilizado” que su oponente. Editar libros y especialmente uno de agricultura, actividad desde siempre asociada con Ia vida laboriosa y las costumbres apacibles y moderadas, era una excelente herramienta de propaganda. Perez Castellano se mostró muy interesado no sOlo en el cultivo de Ia tierra, sino también en el problema de su distribución. En una sociedad fundamentalmente agrIcola-ganadera como lo era Ia Banda Oriental a fines del siglo XVIII, este tema era de una importancia fundamental. Más tarde, Ia emergencia del estado nacional hizo que el intercamblo de bienes -no solo materiales sino también simbólicos- entre el campo y Ia ciudad, incluyendo Ia ciudad Ietrada, desencadenase dinámicas y formas de relación a menudo conflictivas entre los diferentes actores y sujetos sociales. En este sentido, las relaciones de poder entre Ia minorla terrateniente y Ia mayorIa desposeIda fueron de las más acuciantes. Perez Castellano viene asI a convertirse en uno de los pioneros de Ia reforma agraria. En 1789 redactO un informe en el que proponla Ia iniciativa de fundar pueblos en Ia frontera y reformar el sistema de las 111 grandes estancias deficientemente trabajadas para lograr, por un lado, una mejora en Ia crIa de ganado, y por otro, aumentar el nUmero de los pobladores de Ia cam pana. Con una vision que atacaba de piano ia inequidad en Ia distribución de Ia propiedad rural, Perez Castellano planteó Ia sustitución del latifundio por una estructura más racionai y justa.84Años más tarde, cuando escribió sus Observaciones, Ia situación de Ia Banda Oriental segula siendo prácticamente Ia misma, con “campos que son sin duda tan grandes, como cuatro veces el reino de Portugal en España, y que siendo tan grandes, por falta de habitantes y de brazos permanecen virgenes y casi tan incultos como cuando solo vagaban por elios las errantes tribus de minuanes y charnias, que son los indIgenas de este pals” (Perez Castellano 1: 131). Pero Ia soledad y Ia inmensidad de los campos no eran el ünico problema que habia que enfrentar: a los desmanes de las tropas indisciplinadas que sitiaban Montevideo y asolaban las chacras de los airededores se agregaba “Ia petulancia injusta y grosera de algunos jóvenes que se tienen por urbanos” (nótese el irOnico juego de palabras), los cuales sallan a divertirse a costa de los labradores. Estos “puebleros”, como los Ilamarla Ia gauchesca más tarde, “no parece sino que salen Ilenos de 51 mismos y de Ia idea de superioridad a cuantos destripaterrones riegan Ia tierra con el sudor de su rostro [...] Es imponderable el perjuicio que esas tropelIas y otras semejantes, con que frecuentisimamente se viola el derecho de propiedad de los labradores, traen a Ia agricultura” (1: 169). 84 Perez Castellano proponia repartir Ia tierra en fracciones que pudiesen ser trabajadas por un solo individuo. Lücidamente escribiô: “He dicho en proporciones moderadas porque una tierra muy grande en manos de un solo propietario no corrige el mal; antes lo empeora” (Cayota 80). La concentraciôn y subexplotación de Ia tierra, tema sin resolver durante toda Ia vida independiente del Uruguay, continua estando en el tapete, más de doscientos años después, bajo Ia forma de Ia extranjerizaciôn y el monocultivo transgenico o forestal. 112 Las tribulaciones de Perez Castellano, sometido al fuego cruzado de “los que se dicen soldados de Ia patria y nuestros protectores” (1: 239) que arrasaban sus campos y de los inquietos jóvenes montevideanos que hacIan 10 mismo, contrastan con el recuerdo de su abuelo, un hombre de bien “en todo el sentido riguroso de Ia expresiôn” (1: 53) que pudo labrar su hacienda en paz y prosperidad. Esta referencia a Ia hombrIa de bien en un lector de Feijoo y Jovellanos, a quienes cita en sus Observaclones, es una de las claves que subyace en Ia construcciOn del sujeto nacional. Perez Castellano hacIa votos por elfin de las pasiones, los odios y las discordias entre quienes deblan verse como hermanos, para que se aboliesen las diferencias entre americanos y europeos y se estrechase el vInculo de Ia caridad entre todos (2: 64). Conceptos similares eran tradición en el pensamiento ilustrado espanol. José Cadalso, en sus Cartas marruecas (1789), habIa propuesto un modelo de sujeto nacional que tendrIa como fundamentos de conducta Ia rectitud, el saber sufrir los males de Ia vida, no envanecerse con los valores materiales, hacer bien a todos, vivir contento, esparcir alegrIa entre los amigos y participar en sus pesadumbres para hacérselas más llevaderas (106). Cadalso sostenla que el género humano no era tan malo como lo pintaban y “como efectivamente le hallan los que no son buenos [...] el hombre es un animal tImido, sociable, cuitado” (147). Para el autor, “Entre ser hombres de bien y no ser hombres de bien, no hay medio. Si lo hubiera, no serja tanto el nümero de pIcaros” (172). Estas consideraciones no dejaban de lado el sacrificio por Ia patria, a Ia que se le debla ofrendar todo: Ia tranquilidad personal, los bienes y Ia vida (216). La prédica y los escritos de Perez Castellano participan del mismo 113 espIritu de ese pensarniento ilustrado. Fue esa hombrIa de bien lo que lo llevó a pensar en otros proyectos para mejorar las condiciones de vida de sus paisanos, como establecer una escuela de dibujo y diseno de edificios rurales y urbanos “para introducir por ellos con economia y ahorro el buen gusto y Ia comodidad en todas las casas [...] un establecimiento, digno de un gobierno paternal e ilustrado, y que Ilegarla en poco tiempo a producir efectos maravillosos” (Perez Castellano 2: 107). Ese mismo ideal del absolutismo ilustrado, ahora en dave republicana, alienta en el planteo del gobierno artiguista, cuyo Reglamento de Tierras (1815) propuso una serie de medidas para solucionar o al menos mitigar el problema rural. Su artIculo seis plantea “fomentar con brazos Utiles Ia población de Ia campana [...] con prevendion que los más infelices serán los más privilegiados”. El mismo articulo especifica quienes serlan los agraciados: “Los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres [...] Si COfl su trabajo y horn bria de bien propenden a su felicidad y a Ia de Ia provincia”.85Los terrenos a repartir, en los que deberian edificarse viviendas y corrales con prontitud, eran “todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores arnericanos” (Romero 1977 2: 24-5). Ese sector de Ia sociedad, mayoritariamente definido por consideraciones raciales, era el que se esperaba insertar en el medio rural para transformarlo. Era también el sector al que Ia poesia de Hidalgo habia tratado de integrar al proyecto social y politico revolucionario, mientras el Neoclasicismo habia hecho Ic suyo con un sector fundamentalmente urbano que Si estaba capacitado para comprender su mensaje. Apelando a uno y otro lenguaje o, en 85 La principal carencia dentro del pensamiento social del artiguismo fue Ia no soluciôn radical del problema de Ia esciavitud, sino sOlo Ia de algunos casos aislados (Machado 70). 114 otras palabras, a diferentes estrategias persuasivas, Ia ciudad letrada intentô constwir el sujeto nacional. En Ia práctica, esta tarea hubiese implicado integrar al menos dos grandes sectores sociales cuya existencia en términos jurIdicos se desprende de Ia ley fundamental del estado, y usamos el subjuntivo porque tue precisamente lo quo no se logro. Por un lado, Ia constitución de 1830 consagrO Ia riqueza personal como requisito para acceder a las magistraturas püblicas (para representante, “Un capital do cuatro mil pesos, o profesiOn, arte u oficio ütil que le produzca una renta equivalente”, art. 24; para senador o presidente, Hun capital de diez mil pesos, o una renta equivalente, o profesión cientIfica quo se Ia produzca”, art. 30, y disposiciones similares para otros cargos en Ia justicia y Ia administración publica), eliminO todo vestigio de autonomla municipal al suprimir los cabildos y crearjuntas econOmico administrativas dependientes del poder central (arts. 122-9), atribuyO poderes extraordinarios y no bien definidos al poder ejecutivo (art. 81), estableciO una Unica religion oficial (“La religion del Estado es Ia Católica Apostólica Romana”, art. 5) y, a pesar de Ia concordia y Ia razOn, tan pregonadas y celebradas, siguió permitiendo el atropello contra los esclavos al reservar derechos a los “hombres libres” (“Ciudadanos naturales son todos los hombres libres”, art. 7). En otras palabras, el sujeto nacional -elector y elegible- resultó ser rico, centralista, autoritario, catOlico y esclavista, como convenla a un patriciado fundamentalmente montevideano que querla preservar celosamente sus privilegios. La contracara do este ciudadano modelo se ubicaba básicamente en el medio rural, donde, para muchos, vivir al dIa era Ia consigna. Uno de los lideres del levantamiento oriental de 1811, Venancio Benavidez, preguntado 115 acerca de sus medios de subsistencia, afirmó: “Cuando no tengo una camisa me conchabo y cuando Ia tengo me paseo” (Machado 42). Esas faltas capitales cometidas contra el orden burgués -falta de prevision, de hábitos de ahorro y trabajo estable, de sujeción a un orden- eran un atentado a Ia definiciOn del estado que, paradôjicamente, habla sido fundado con Ia ayuda de esos mismos individuos que ahora quedaban excluidos. Para Ia constituciOn, los sirvientes a sueldo, peones, jornaleros y analfabetos no eran ciudadanos, ni tampoco los soldados de linea, los “notoriamente vagos” y los deudores al fisco (art. 11). Tomando en cuenta todas las exclusiones que impedlan el ejercicio del sufragio, sOlo el 10% de Ia poblaciOn estaba habilitada para votar (Machado 129). AsI funcionaba, en el mundo real, Ia constituciOn que tanto se habla elogiado desde los textos del Parnaso neoclásico. Fue desde ese Parnaso que Luciano Lira organizó su compilación para, como vimos, preservar las obras literarias que habIan acompañado los grandes momentos de Ia patria, y Ia inició con el himno nacional, compuesto porAcuna de Figueroa y designado como oficial en 1833. Se trata de un texto que interpela especIficamente a los orientales al presentar un par de oposiciones (“Ia patria o Ia tumba”, “libertad o con gloria morir”) que asumen Ia fuerza de un imperativo ético: “Es el voto que el alma pronuncia I y que heroicos sabremos cumplir” (Par. 1, 1). Partiendo de este compromiso, las estrofas siguientes repasan los tiempos de Ia dominación espanola y las batallas en Ia lucha contra Brasil (Rincón, SarandI, ltuzaingO), articulando dos campos semánticos claramente definidos: por un lado, Ia muerte y su entomb (“tumba”, “sangre”, “horrores”, “estruendo marcial”, “sable”); por otro, Ia patria y sus 116 bienes intangibles (“Ii bertad”, “Ieyes”, “igualdad”, “patriotismo”, “union”, gloria”, “grandeza”). Es decir, ha sido necesarlo pasar por todos los horrores de Ia guerra para disfrutar de los valores asociados con Ia patria. A tales efectos, y cerrando el himno, se hace un Ilamado a superar el 0db y Ia ambiciôn, dos de los grandes males de Ia epoca, con una advertencia a “los que fieros ultrajen I Ia grandeza del Pueblo Oriental”: Ia lanza de Marie para los enemigos y el puñal de Bruto, asesino de Julio César, para dar cuenta de los tiranos (4).86 En 1845 Acuña de Figueroa considerO “oportuno, politico y conveniente” presentar al gobierno algunas modificaciones en Ia letra del himno, “corrigiendolo de un tinte bien marcado que en él se trasluce de las circunstancias y actualidad en que tue hecho, y dándole un carácter más vigoroso y permanente para todos tiempos”, como declará al fundamentar su proyecto (Acuña de Figueroa 4). En otras palabras, se buscaba atenuar alusiones y referencias que ya sonaban extemporáneas y no resultaban convenientes para referirse a los antiguos enemigos del Uruguay (Espana y Brasil) en un nuevo contexto polItico. De esta manera, Ia version de 1845 eliminó Ia caracterizaciOn del Uruguay como “triste esclavo de Iberia”, dejó do referirse a Ia relaciôn colonial como “fatal servidumbre” y, en otra muestra de tacto y decoro, suprimiO una de las expresiones más graficas con las que se referIa al rey español: “logro el libre postrar a sus plantas I del tirano Ia horrenda cerviz” (Par. 1, 2). Por otro lado, para congraciarse con Brasil se expurgaron las mencbones a las batallas perdidas por el imperio aun a costa de disminuir el arrojo 86 En los tiempos modernos, el tiranicidio habla sido sostenida en España por el jesuita Juan de Mariana, quien en 1599 defendió Ia legitimidad de dar muerte al gobernante si violaba el pacto contraido con el pueblo al no ejercer el poder en beneficio de éste (Quesada 152). En Estados Unidos, Thomas Jefferson sostenia en 1787 que “the tree of liberty must be refreshed from time to time with the blood of patriots and tyrants” (Smith 439). 117 y Ia mayor efectividad militar de los orientales, como 10 muestran estos otros versos eliminados: “Y doquier sus soberbios campeones I frente a frente se osaron mostrar, I en sus pechos Ilevaron sangrientos / los recuerdos del sable Oriental” (1, 3). En definitiva, por esos años el pals se hallaba desgarrado por Ia guerra civil, y al gobierno de Ia Defensa le convenIa tener buenas relaciones con su vecino del forte, que también tenia intereses en el conflicto (Machado 184). El himno nacional, particularmente el de 1833, estaba cargado de referencias bélicas. Sin nombrarlas explIcitamente, exaltaba a las figuras heroicas que hablan participado en las luchas emancipatorias e independentistas, como se vera a continuaciôn. Epica patriótica Cuando el amor por el terruño se asociaba directamente con enfrentamientos militares y el recuerdo de las glorias guerreras estaba aCm fresco en Ia memoria del pueblo, especialmente silos heroes sobrevivientes todavIa se paseaban por las calles de Montevideo, Ia nueva nación podia apelar directamente a ese reservorio de figuras, valores y personajes destacados. De esta manera, los ciudadanos tendrian asI modelos concretos que les servirIan de gula para moldear sus propias personalidades, constituir un pueblo digno de los sacrificios de esos prôceres y ser capaces de iguales o superiores hazañas cuando Ia situaciôn lo requiriese. ,Qué se esperaba que fuesen los grandes hombres de Ia época? Ajustando un poco Ia mira podrIamos mejor preguntarnos: ta qué referentes consagrados deberIan parecerse? Analicemos este fenómeno desde Ia Optica del oxemplum de Ia tradición retOrica 118 clásica. Para Werner Jaeger, uno de los más célebres helenistas del siglo )(X, Ia ausencia de un código legal o de un sistema ético en las tempranas epocas de Ia cultura griega hizo que los inicos estándares válidos para modelar Ia conducta humana provinieran de unos pocos preceptos religiosos y de un repositorio de sabiduria proverbial transmitida de generaciôn en generaciôn. Al margen de estas fuentes, Ia gula más efectiva para afrontar las dificultades personales en momentos crIticos fue, sin embargo, el ejemplo brindado por Ia vida de heroes modélicos del pasado (32). Estos referentes gloriosos cumplieron un papel fundamental en Ia educación de Ia juventud griega y pasaron a formar parte integral de Ia formaciôn moral de Ia aristocracia. AsI, los textos de Homero funcionaron simultáneamente como poemas epicos y tratados de ética (34). Esto hizo posible que los sucesores de aquellos grandes hombres del pasado pudiesen imitar sus virtudes y evitar sus errores (Highet 68). En otras palabras, constitulan ejemplos a seguir. En Ia terminologia retórica latina, estas referencias se denominaban exempla (Lausberg 349). El diccionario de Ia RAE recoge este viejo significado del término (ya presente en el Diccionarlo deAutoridades de 1732) y define ejemplo como “Caso o hecho sucedido en otro tiempo, que se propone, o bien para que se imite y siga, si es bueno y honesto, o para que se evite si es malo” (868). Los exempla fueron muy utilizados por los oradores de Ia antiguedad grecolatina. Se disponla de tres tipos de ejemplos: históricos, poéticos y verosImiles. Los primeros, basados en hechos reales, se presentaban con mayor frecuencia y 119 tenIan Ia ventaja de ser más creIbles por su misma naturaleza histórica. Los ejemplos poéticos, menos eficaces en cuanto a su credibilidad, provenian de fuentes elevadas (tragedias) y bajas (cuentos y fábulas), en tanto los verosImiles, inspirados en Ia materia de las comedias, si bien no eran necesariamente verdaderos, al menos tenlan valor por su semejanza con los hechos de Ia vida cotidiana (Lausberg 350-1). El uso de los exempla fue también muy comün en Ia Edad Media, donde los predicadores continuaron utilizando materiales clásicos pero también echaron mano a cuentos populares, leyendas e incluso tradiciones de Oriente para hacer más amenos sus sermones. Entre las diversas ôrdenes mendicantes, los franciscanos fueron particularmente afectos a Ia lectura de historiadores clásicos (Delcorno 157), asI como a uno de los reservorios principales de exempla, Ia obra de Valerio Máximo Dichos y hechos memorables, quo habia sido escrito a principios del siglo I como auxiliar para las escuelas de retórica y presentaba anécdotas históricas como ilustraciones de vicios y virtudes (Lacarra 211). En el Renacimiento, el redescubrimiento de textos y autores total o parcialmente olvidados durante los siglos anteriores permitiô acrecentar el capital cultural grecolatino que podia emplearse en los discursos (Highet 82-3). Todos estos aportes proveyeron a los poetas neoclásicos con un poderoso arsenal de recursos y referencias del que hicieron uso y abuso en sus composiciones, puesto que se sostenIa quo toda experiencia presente o por venir podia reducirse de alguna manera a otra ya sucedida, especialmente si provenIa de Ia antiguedad clásica (Wasserman 20). Como ya vimos, esto fue moneda corriente entre los revolucionarios franceses, quienes en muchos aspectos dictaron las pautas do lo que hicieron más 120 tarde sus colegas latinoamericanos. Ahora bien, existe un punto en el que Ia mecánica asociaciOn entre el héroe local y el modelo clásico deja de ser funcional y pertinente. Ello sucede cuando el Rio de Ia Plata tiene ya, indiscutiblemente, sus propias figuras heroicas consagradas; por tanto, los valores locales son de por Si suficientes y entonces no hace falta comparar sus hazañas con las de los ejemplos arquetIpicos del remoto pasado grecolatino. El Dr. Angel Ellas, por su vida y obra un ciudadano rioplatense en el más amplio sentido,87 asI lo plantea en su Canción a Ia paz celebrada entre Ia Repáblica Argentina y el imperlo del Brash de 1828: La historia de las guerras I conservará los nombres I de los ilustres hombres I de ltuzaingo y Juncal. I Y ALVEAR (sic) y BROWN (sic) un dIa I servirán de modelo I a nuestro patrio suelo. I Su fama es inmortal. (Par. 1, 100) Estos versos muestran que se está frente al inicio de una nueva tradiciôn. So cumple lo que Florencio Varela aseguro en su oda a Ia campana de Brasil: No suenan las Termopilas, los Ilanos / de Maratón no suenan; I Platea y Salamina I cual si no fueran son; I y ya no Ilenan I Leónidas y TemIstocles el Orbe; I que otra gloria más Inclita domina, I y Ia ate nción del Universo absorbe. / Esos nombres ilustres se eclipsaron; I Los de Alvear y Brown los reemplazaron. 87 Nacido en Ia actual Bolivia (el Alto Peru de los tiempos del Virreinato del RIo de Ia Plata), de padres portenos, fue unitario, soldado de Lavalle contra Dorrego, Juez de Paz en Mercedes, comerciante en Montevideo y miembro del gobierno de Ia Defensa, secretario de Urquiza, delegado de La Rioja en el congreso que sancionô Ia constituciôn argentina de 1853, miembro del congreso de Entre Rios, diputado en el Congreso Nacional argentino y Juez de Paz en GualeguaychU (Pivel Devoto 1981b, LXXVI-lX). La movilidad geografica no acarreaba problemas de representatividad en esos años de guerras y proyectos institucionales cambiantes. 121 (Par. 1,63) Los enfrentamientos armados locales trascienden el reducido ámbito del Plata, al punto en que se inscriben en “Ia historia de las guerras”. Cabria preguntarse si esto implica Ia idea de Ia preeminencia de Ia historia frente a Ia literatura. Hasta ese entonces, el Uruguay carecla de una tradiciôn historiografica. ,HabrIa que concluir que ingresar a Ia historia hace más viable Ia perduración de los acontecimientos en el recuerdo colectivo, más aün que en los poemas? AsI parece indicarlo Varela cuando afirma que [..] un dIa el Padre majestuoso / de Ia Iuz y del verso, I subiendo a su cenit esplendoroso I dijo asI al Universo: I “No alcanza el numen que mi fuego inspira I a cantar tanta gloria” / y, rompiendo su lira, I Ia pluma de diamante dio a Ia historia. (1, 137) En Ia apelación a los valores consagrados ya desde los tiempos clásicos los poetaS ejecutaron también el programa de Ia clase dirigente. Dice Quijada: En Ia personalidad de bronce de los heroes hacedores de Ia nacionalidad las elites latinoamericanas reflejaron virtudes éticas y cIvicas y las brindaron al imaginario colectivo como una suerte de espejo sobre el cual forjar las ‘virtudes nacionales’. (303) Fueron I os poetas quienes, siguiendo los preceptos neoclásicos, contribuyeron 122 a generar esas imagenes. lgnacio de Luzán (1 702-1 754), uno de los mayores teOricos espanoles, afirma en el segundo libro de su obra: El poeta puede y debe, siempre que tenga ocasión oportuna, instruir a sus lectores, ya en Ia moral, con máximas y sentencias graves, que siembra en sus versos; ya en Ia poiltica, con los discursos de un ministro en una tragedia; ya en Ia milicia, con los razonamientos de un capitán en un poema epico; ya en Ia economla, con los avisos de un padre de familia en una comedia. (125) Partiendo de esta perspectiva, el poeta de Ia emancipación y del perlodo de formaciôn de las nuevas naciones americanas operarla no solo como un repositorio de multiples saberes -esencial en tiempos de extendido analfabetismo- sino como el pedagogo de una civilidad cultivada y responsable, requerimiento fundamental para Ia construcción de un nuevo orden politico y social y Ia emergencia de un nuevo sujeto republicano. Los literatos de Ia epoca aplicaron intensamente estas consideraciones con una clara autoconciencia de su papel. ,Quiénes son, pues, esos referentes a los que apela Ia poesia neoclásica en Ia elaboraciOn de Ia idea de sujeto nacional? Los exempia incluyen estrategas histOricos o mitolOgicos, politicos célebres y egregios traidores en un mismo pie do igualdad. El poeta-moralista quiere mostrar lo bueno y lo malo, pero los ejemplos de buenas virtudes son abrumadoramente mayoritarios. La imagen ideal del ciudadano se construye entonces con una amalgama do numerosos nombres ejemplares grecolatinos quo funcionan como ejemplos modélicos do determinadas virtudes, más 123 algunas escasas referencias a rasgos negativos que deben ser evitados, para los cuales también existen paradigmas consagrados. Esta práctica era usual desde Ia Edad Media, especialmente en los “espejos de principes”, tratados donde se compendiaban virtudes y se inclulan personajes de Ia Antiguedad para formar buenos gobernantes mediante el ejemplo (Curtius 256). Veamos cômo se procesaron esas imágenes en nuestro corpus. El gran ausente en El parnaso oriental (Un paso en el Pindo no lo menciona), salvo por unas poquisimas alusiones, es José Artigas. Desde un punto de vista histôrico, el papel de Artigas como fundador de Ia nacionalidad es una construcción intelectual del segundo Romanticismo, elaborada a fines del siglo XIX. Cuando se recopilaron los textos de Elparnaso oriental no existla aün en el imaginario de Ia nueva nación Ia idea de un héroe con cuya historia de hazanas y virtudes se pudiese ocupar el referente vacIo del liderazgo indisputable bajo el cual el pueblo (y sus multiples estratos) pudiese amalgamarse. La selección de Lira muestra que, entre 1835 y 1837, el Uruguay disponia de un elenco de grandes hombres situados más o menos en el mismo nivel jerarquico, lo cual hacla inviable cualquier promocion a Ia categorIa de héroe nacional; más aün: Ia mención de muchos militares argentinos en eI mismo pie do igualdad que los naturales del pals muestra quo Ia circulaciôn del capital simbólico entre una y otra margen del Plata tornaba borrosos los limites entre lo propio y 10 ajeno. La figura de Artigas ha sido leida de muchas formas a Io largo de Ia historia, desde los injuriosos comentarios de orientales y argentinos por igual durante Ia 124 “leyenda negra” de Ia historiografla rioplatense 88 hasta Ia exaltaciOn monumental de Ia dictadura uruguaya de 1973-1 984, que le consagro un grandioso mausoleo en pleno centro de Montevideo. Veamos dos ejemplos de El parnaso oriental. El primero de esos textos es de 1814, en el auge de su liderazgo. Está a cargo de Francisco Araücho, quien en su Oda al heroico empeno del pueblo oriental comienza apostrofando a Ia opresión y a Ia tiranla como “fatal aliento impuro”, presentándolas como emanaciones de los abismos oscuros que atormentan a los hombres (Par. 1, 25), reminiscencias de Ia concepción clásica del mundo infernal (Grimal 433). A esa lacra opone Araücho el concepto republicano de Ia libertad, basado en el derecho natural y asociado con Ia primacIa de Ia razón. Se trata de un “don precioso, inestimable”, connatural al ser humano, “de quien es inalienable”, que lo Ileva a oponerse a quien 10 ofenda (26). Después de destacar Ia entereza y el valor del pueblo oriental (“energico, sublime”), presenta a su jefe como “modelo de los hombres libres”, “impertérrito”, “vencedor de los riesgos y fatigas”, y lo compara con “ArIstides virtuoso” (27). Esta Ultima caracterizaciOn es particularmente acertada. Forzando un poco las analogias, se dirIa que Araücho, poseIdo por el entusiasmo divino como sus colegas de Ia antiguedad, habIa entrevisto el futuro y anticipado lo que sucederIa seis años más tarde. ArIstides, combatiente de MaratOn y polItico ateniense, se vio condenado al ostracismo por divergencias con el gobierno de su ciudad. Posteriormente retornó del exilio y continuó participando en Ia vida politica, en Ia que se destacô por sus virtudes, 88 “Azote de su patria”, “oprobio del siglo XIX”, “afrenta del género humano”, “bandido”, “funestisimo personaje”, entre otros (Machado 96-7). A partir de 1860 comenzó su reivindicaciôn. 125 10 cual no le impidió morir en Ia indigencia (Hornblower 160). Artigas, dos mu trescientos años después, corriô prácticamente Ia misma suerte: desterrado por voluntad propia, enviO el poco dinero que le quedaba a los patriotas presos en Brash antes de pedir asilo en el Paraguay, donde muriô pobre en 1850 (Machado 91). El segundo poema, en cambio, no tiene nada de celebratorio. Es una oda de Francisco Acuña de Figueroa en honor del 25 de mayo de 1836 dedicada al presidente Oribe. Después de mencionar Ia derrota de España en Ia Banda Oriental continua de esta manera: Trozadas sus prisiones I se alzô Ia Patria al disco de Ia Luna I con porn pa y con honor; y Ia fortuna / ornô con sus blasones I al que hoy yace en olvido / en tierra esciava, y en dolor sumido. I AsI Icaro en las auras se alucina / y paga su confianza con su ruina. (Par. 3, 4-5) La “tierra esclava” es Paraguay, a Ia sazOn bajo el gobierno del doctor Gaspar Rodriguez de Francia, quien se mantenla en el poder desde 1814. Un asterisco al final del antepenültirno verso remite a una nota al pie que reza “El Señor D. José Artigas, primer General que tuvo Ia Patria, y el primer campeón de su libertad. (Nota del Autor.)” (5). La nota, en su parquedad, es elocuente: poco parece quedar del recuerdo del Jefe de los Orientales Si es necesario agregar un paratexto explicativo. La comparaciOn con el orgulloso e irreflexivo Icaro tarnpoco deja bien parado al General. Artigas, con toda su experiencia polItico-militar, terrnina cegado, corno el joven griego, por su presunción, y Ilega al fin de su vida olvidado, esclavizado y dolido, 126 como justa consecuencia. Para los antiguos griegos, (caro y su destino eran un ejemplo tIpico de Ia hybris, el exceso o Ia desmesura de una acciOn por Ia temeridad, Ia insolencia o el orgullo del que Ia Ileva a cabo (Hornblower 732). Si el poeta consagrado del Neoclasicismo uruguayo, autor de Ia Ietra del himno nacional, podia juzgar de esta manera a Artigas e, implicitamente, a su proyecto politico y social, ,podrIamos esperar que el sentimiento general favoreciese el recuerdo del Jefe de los Orientales? Entre el pueblo pobre, seguramente si, pero a nivel del patriciado, Ia compilación de Luciano Lira parece demostrar lo contrario. No sucede lo mismo con el brigadier general Manuel Oribe, segundo presidente constitucional, en cuyo gobierno se editó el Parnaso. Oribe provenla de un hogar patricio y de una tradición familiar de militares de carrera. Habla estudiado en Ia Escuela de Matemáticas de Buenos Aires y habIa abrazado Ia profesión de las armas a los 20 años (Caetano 28), en Ia que se destacó activamente. Participô en Ia revoluciôn artiguista y en el segundo sitio de Montevideo; asimismo, fue segundo de Lavalleja en Ia Cruzada Libertadora (19 de abril de 1825), IuchO en Ia batalla de SarandI (12 de octubre de 1825), triunfô en Ia del Cerro (9 de febrero de 1826), estuvo en Ituzaingo (20 de febrero de 1827), y fue ministro de Guerra y Marina antes de asumir Ia presidencia. Toda una vida dedicada al oficio de soldado 10 convierten en un tema obligado a Ia hora de cantar las glorias de las luchas por Ia independencia, y eso es lo que hace profusamente Acuña de Figueroa. En Ia misma oda en Ia que se despacha contra Artigas, el poeta aborda los logros del segundo presidente. Comienza con una pregunta retórica que es a Ia vez una 127 recusatlo: “Quién al estrecho verso circunscribe I La inmensa gloria del excelso Oribe?” (Par. 3, 6). Esa gloria superlativa nos Ileva de inmediato a Ia referencia culta, en este caso Homero, porque los hechos guerreros del brigadier general lo ponen mano a mano nada menos que con Aquiles: No más tremendo ante lliôn armado / se vio Aquiles furente I cuando hacia atrás turbado I volvió el undoso Janto su corriente, I que en SarandI se viera, y en el Cerro I aquel héroe blandir el duro hierro: I el hierro que en sus manos / será siempre el terror de los tiranos. (7) Al margen de que el caudillo oriental, con sus treinta y tres años, prácticamente duplicaba Ia edad del joven griego, las batallas de Oribe no van a Ia zaga de las narradas en Ia IlIada. Para poder dignificar su materia y cantar adecuadamente los triunfos del presidente-soldado en el marco grave y solemne que requiere el hecho glorioso de Ia batalla de SarandI, el poeta convierte al ignoto paraje donde transcurrió el enfrentamiento, sin registro alguno en Ia tradición literaria occidental, en una suerte de Troya uruguaya que cuenta con su propio Janto: el arroyo que le da nombre a Ia zona. Oribe acumula en su persona no solo las funciones de héroe guerrero y presidente, sino que también ejerce una especie de sacerdocio laico que tiene como centro a Ia libertad, representada por Ia imagen del árbol, consagrado con el mismo valor simbólico en Ia Revoluciôn Francesa (Hunt 59): “Aqul el árbol frondoso / de Libertad se eleva, y delicioso I fructifica feliz porque recibe I culto y respetos del invicto 128 Oribe” (9). Tres atributos que so presentan con el transcurrir del tiempo (frondosidad, altura y fructificaciOn) convergen simultáneamente en un solo momento, una epifanla del rumbo exitoso de Ia patria bajo el comando de Oribe. Esta idea continua con el desarrollo del tópico fortitudo-sapientia. Si anteriormente Ia comparaciôn con Aquiles habIa destacado Ia fortaleza de Oribe, ahora Ia que lo liga con Odiseo exalta Ia sabidurla, dos atributos del héroe ya desde los tiempos homéricos (Curtius 249). Guiado por Ia imagen del Sol, patrono del Uruguay desde el angulo superior izquierdo de Ia bandera nacional, Oribe debe sortear los peligros a los que 10 expone su alta investidura: Ia envidia, de Thálito fatal”, que es capaz de marchitar sus laureles (de nuevo Ia simbologIa de Ia Revolucián), y Ia adulaciOn, que puede Ilevarlo a cometer errores. Entre estos dos extremos, ejemplificados por “Scyla y Caribdis”, debe moverse Ia nave del estado para liegar a puerto (9). Acuña de Figueroa hace de Oribe el tema principal de muchas composiciones, rivalizando consigo mismo en Ia adulación del presidente. En algunos casos uno tiene Ia impresiOn de que está frente a una suerte de apoteosis en vida, como hicieron los romanos en los tiempos de Augusto. Oribe es el héroe clásico y Ia quintaesencia del patriota, del héroe y del conductor: “de nuestra patria el hijo predilecto”; “bravo campeôn” de “heroicos brazos” e “inmenso honor”; nadie guardO con más celo “de nuestras Leyes los sagrados fueros”; “Numen tutelar”; “grande y modesto”; “protector del Pueblo”, entre otros apelativos (Par. 3, 29-31). Su nacimiento fue anunciado por I os astros, Ia misma Patria pronuncia su nombre, cantan las ayes, lucen las flores, resplandece el Sol y el dios Apolo le envIa salud mientras pulsa su anacrónico “blando 129 laud”. Su bondad lo eleva al mando “cual nueva deidad” que rige todos los ámbitos de Ia patria (3, 25-8). No se podia esperar otra cosa del obsecuente poeta: españolista durante Ia emancipacion, cisplatino, independentista, riverista, oribista, fue un letrado que siempre estuvo del lado del poder, como éI mismo se encargô de explicitar: “El que no conozca bien las diversas vicisitudes, mudanzas e inconsecuencias de los sucesos politicos de este pals, y también de sus personajes, no sabrá cómo conciliar los elogios tributados en una epoca a un individuo, con las imprecaciones de que antes o después ha sido él objeto; mas los que han estado en Ia escena misma, en contacto con los sucesos y las personas, saben descifrar este enigma, sin acusar de inconsecuencia a los escritores” (Pivel Devoto 1981b, X)(Vlll). Manuel Oribe era un buen candidato, si no para convertirse en el héroe nacional por excelencia, al menos para ocupar un puesto de preferencia en Ia galerla de proceres: un pasado guerrero en el bando de Ia emancipacion y Ia resistencia a Ia opresión extranjera, presidente respetuoso de Ia ley, favorecedor de Ia educación (Ia Universidad fue fundada bajo su gobierno, en 1838), buen administrador de Ia cosa püblica. Tampoco le faltaba prensa, a juzgar por el aparato retórico desplegado por los poetas de su tiempo. Sin embargo, sus diferencias con Rivera, que Ilevaron a Ia guerra civil subsiguiente, más Ia hegemonIa del Partido Colorado durante casi un siglo de gobierno ininterrumpido (1 869-1959) no favorecieron su memoria más allá de los elogiosos conceptos vertidos por los neoclásicos. El primer presidente, Fructuoso Rivera, tiene una presencia menor en los textos del corpus. Se lo celebra como héroe de las Misiones (Par. 1, 147), campana militar 130 relampago en el norte de lo que hoy es Uruguay, y por su triunfo en Ia batalla de Rincôn, dos jalones en Ia lucha contra Brasil (3, 6). Con todo, hay que tener en cuenta el pasado no muy glorioso del general, que apoyO Ia dominaciôn brasileña en Ia época de Ia Provincia Cisplatina y hasta estuvo a punto de prender a Lavalleja luego de Ia Cruzada Libertadora. Su personalismo y su ambición lo Ilevaron a enfrentarse con el ejército nacional, comandado por Oribe y Lavalleja, en Ia batalla de CarpinterIa (19 de setiembre de 1836), en Ia que fue derrotadojunto con su aliado Juan Lavalle, unitario argentino (Reyes Abadie 4: 151). Elparnaso oriental es parco en cuanto a este acontecimiento, aunque Un texto de Carlos Villademoros se refiere a Carpinterla como una consecuencia previsible, inevitable y necesaria del respeto a Ia constituciôn jurada seis años antes: “Era preciso I respetar 10 pactado, / y una vez pronunciado I el sacro juramento, I con Ia sangre sellar su cumplimiento” (Par. 3, 32). El partido riverista es desleal, violador del orden, en tanto el gobierno se muestra clemente y generoso: “y hallar más bien quisiste desgraciados I entre tus enemigos, que malvados” (3, 33). Otro de los soldados que integra el panteOn de los heroes es Juan Antonio Lavalleja. Hemos visto ya algunas de sus actitudes durante los primeros años de Ia vida independiente del Uruguay que no lo dejan muy bien parado. Para Ia historia del proceso fundacional del Uruguay, no obstante, ha sido más importante su papel en Ia lucha contra Ia dominaciôn brasileña. El 19 de abril de 1825 una reducida tropa (“los Treinta y Tres Orientales”, segün Ia tradición)89cruzó el rio Uruguay desde Argentina y 89 “No eran 33 ni todos orientales [...] Los orientales eran 21, habia 3 ‘argentinos’, 4 ‘paraguayos’, 2 de origen africano y 10 cuya fecha y lugar de nacimiento se desconocen” (Caetano 29). Para crear una mitologla nacional no es necesario apegarse a Ia verdad histOrica, evidentemente. 131 desembarcó en las costas del departamento de Colonia. Esta acción, conocida como “La Cruzada Libertadora”, inició el encadenamiento de los sucesos que Ilevaron a Ia declaratoria de Ia independencia el 25 de agosto del mismo año y a Ia decisiva batalla de ltuzaingo en 1827. Conviene recordar que esa independencia no se propuso crear un pals, sino que tenia un propôsito explicito y claro: separaciôn completa del Brash y reintegración a las Provincias Unidas del Rio de Ia Plata. En efecto, “siendo que el voto general, decidido y constante [...] era par Ia unidad con las demás provincias argentinas a que siempre perteneció por los vInculos más sagrados que el mundo conoce, queda Ia Provincia Oriental del RIo de Ia Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud America, por ser Ia libre y espontánea voluntad de los pueblos que Ia componen”, reza el texto de Ia declaratoria (Romero 1977 2: 228). Este es uno de los hechos que manipulô el Romanticismo en Ia büsqueda de justificaciones para Ia invenciôn de una nacionalidad, como vimos anteriormente, considerándolo un paso previo hacia Ia separación total de Argentina, cuando fue totalmente lo contrario.9° Como otros episodios de Ia lucha contra Brasil, para el Neoclasicismo el cruce del Uruguay fue un hecho excepcional, ünico en Ia historia, y ya no de Ia griega, que tradicionalmente provela los prototipos de las grandes acciones militares (Maratón, Termópilas, Salamina y Platea), sino del mundo entero: 90 “Si bien los Ilderes del movimiento tienen una sensibilidad y una retórica inequlvocamente federales, no habla en el punto de partida ninguna intenciôn de ruptura con Buenos Aires. Caracteristicamente, Lavalleja dingIa sus proclamas a los argentinos orientales” (Da Silveira 917). Con todo, el Uruguay que nació poco después de Ia Cruzada Libertadora por mediaciOn británica se afihió completamente al centralismo unitarlo argentino, sin rastro alguno del federalismo defendido por Artigas. 132 Abrete, historia, y muestra en qué regiones, / en qué época del mundo, qué naciones I presentaron jamas un grupo aislado, I desvalido, indefenso, / de hombres que atravesando un rio inmenso, / hasta Ia orilla opuesta se lanzaron, I y el fuerte grito de Ia guerra aizaron? (Par. 1, 59) Este acontecimiento, pues, viene a instalarse con pleno derecho en Ia galerIa de exempla que proporcionô Ia historia militar en el RIo de Ia Plata, iniciada, como vimos en el capItulo anterior, con Ia también inédita derrota de las tropas inglesas en Buenos Aires frente at ejército de Montevideo. Todas estas acciones heroicas, no obstante, resultarlan incompletas sin mencionar el papel de los guerreros caidos. El recuerdo de muchos de ellos se ha diluido casi totalmente con el paso del tiempo y su perduraciôn en Ia memoria colectiva se reduce apenas a algunos topônimos sin mayor significacion para el ciudadano corriente. Esto sucede en Uruguay con el caso de Federico Brandsen y Manuel Besares, hoy dos calles de Montevideo y antes heroes en Ia lucha contra Brasil. “Brandsen!.. BesaresL. heroes I que con sangre de honor habéis sellado I el triunfo de ml patria!”, recuerda Manuel Araücho, que peleó en Ituzaingo con ellos (Araücho 50). Carlos Villademoros, en un himno al 25 de mayo de 1836, evoca el destino de los muertos gloriosos haciendo referencia a Ia tradiciôn clásica grecolatina del mundo inferior: Manes nobles que esconde el sepulcro! IA gozar de las luces de Mayo / no podéis ya venir, mas los heroes / a otros goces están reservados. / Entretanto, 133 si el canto algün dIa / de Aquerôn Ia ribera ha pasado, I de alabanzas y glorias resuenen I por vosotros los ElIseos campos. (Par. 3, 12) En Ia religion de Roma, los manes eran los espIritus de los muertos, de los que se esperaba su benevolencia. Para ello se les tributaban ofrendas de vino y alimentos, además de dedicárseles festividades pibIicas (Grimal 271). Como las almas de los guerreros clásicos, los espIritus de los patriotas, desde el inframundo, continüan estando presentes en Ia vida de su comunidad. Si situamos el texto de Villademoros en dialogo con los cantos bélicos del corpus, podemos ver a los heroes caldos como el centro de un culto civico cuyos textos sagrados son Ia constitución y los poemas que celebran las gestas y logros de los que ya no están. Más aün, los difuntos cumplen un papel pedagogico, preparando nuevas generaciones de patriotas que van a continuar reproduciendo el credo de Ia revoluciOn: “Haz que el hijo, en los huesos sagrados I de su padre se goce orgulloso, / que allI estudie del hombre los fueros, I de los cielos el don más precioso (3, 10). Asistimos aquI a una interesante reelaboración del culto del héroe clásico. En Ia antigua concepciOn religiosa griega, los heroes actuaban desde el sepulcro que atesoraba sus restos, los cuales a veces eran trasladados de un sitio a otro segün Ia necesidad, como las reliquias de los santos medievales (Curtius 245). Más tarde, con las ciudades-estado, ese culto asumiô una faceta más polItica, en Ia que los huesos del héroe pasaron a funcionar como una legitimaciôn material de los derechos o las pretensiones de determinadas ciudades contra otras, como sucediO en Atenas con Ia repatriaciôn de las cenizas de Teseo 134 (Grimal 452). En Ia Edad Media, el cristianismo asociô primero Ia muerte por el señor feudal con Ia muerte por Cristo, y luego dio un paso más adelante al justificar moralmente el sacrificio de Ia vida por el amor a Ia patria o a Ia tierra natal, también un tópico en Ia cultura latina clásica (Kantorowicz 242). En el himno de Villademoros, como en Ia mayorIa de los himnos nacionales latinoamericanos, estamos frente a una canciôn marcial con Ia cual se trata de generar una comunidad imaginada de varones unidos ante Ia guerra y Ia muerte (Gonzalez Garcia 736). Vemos que el Neoclasicismo, en su afán de homogeneizar, lo abarca todo y engloba a todos los pueblos y naciones, a los vivos y a los muertos. Tanto da que el difunto sea indIgena o criollo: el mundo infernal grecolatino es amplio y no hace distingos entre quienes moran en éI. Entre los muertos gloriosos que pueblan los campos infernales merece especial consideraciôn el ültimo inca, Atahualpa, por el importante papel que ha jugado en Ia simbologia republicana del Rio de Ia Plata. La representación de las minorlas El destino literario de los indIgenas en el Neoclasicismo del periodo revolucionario tiene seguramente su inspiración más famosa en tierras peruanas, con Atahualpa como figura principal. Con el nombre del ültimo inca se editá en Madrid en 1784 una obra teatral del español Cristóbal Cortés cuyo argumento es el apresamiento y muerte de Huáscar, heredero del trono, a manos de su hermano Atahualpa, hijo natural del inca Huayna Capac. Los rasgos más negativos se acumulan en el retrato de Atahualpa, quien es presentado como un asesino 135 sanguinario y sin honor.91 Una vision muy diferente de su personalidad, sin embargo, es Ia que ofrece el Dialogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos ElIseos (1809), del revolucionario argentino Bernardo de Monteagudo. En esta obra, Atahualpa es un lücido comentarista de Ia situaciOn americana que encuentra en las quejas del rey frente a los actos de Napoleon Ia justificaciOn precisa para el movimiento emancipatorio de las colonias. A lo largo del breve dialogo, el inca desarma minuciosamente cada uno de los argumentos esgrimidos por Fernando: Ia usurpaciOn de Ia corona por NapoleOn,92 Ia donaciOn del papa Alejandro VI de las tierras americanas a Ia corona espanola en 1493, el juramento de fidelidad y vasallaje a Espana dado por los americanos,94y lo hace con tanta habilidad y persuasion que el rey termina admitiendo que él mismo “los moviera a Ia libertad e independencia más bien que a vivir sujetos a una naciOn extranjera” (Romero 1977 1: 71). En Ia ficciôn de Monteagudo, Atahualpa es un ilustrado radical cuyo mensaje a los peruanos (y a los americanos en general) es simple y concreto: “Quebrantad las terribles cadenas de Ia esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de Ia independencia” (Romero 1977 1: 71). Sin embargo, esta posiciOn politica nose impuso inmediatamente, seguramente por ser demasiado revolucionaria. No hay que 91 “El bastardo Atahualpa, que hoy impera / por medio de Ia infamia y artificio, I no es legitimo rey, es un tirano, I un intruso, un infiel, un fementido, I que a Ia traiciOn más torpe juntar sabe I el horror de sacrIlegos delitos” (Arellano 120). 92 “Ved ahi, Fernando, Ia viva imagen de Ia conducta de tus espanoles; ved, digo, Si COfl fundamento los noto de injustos, crueles y usurpadores, cuando del mismo modo que el frances en España, se han entronizado ellos en America contra Ia voluntad de los pueblos” (Romero 1977 1: 67). 93 “Venero al Papa como a cabeza universal de Ia Iglesia, pero no puedo menos que decir que debiO ser de una extravagancia muy consumada cuando cediO y donô tan francamente Ia que teniendo propio dueno, en ningUn caso pudo ser suyo” (Romero 1977 1: 68) 94 “Desde el mismo instante en que un monarca, piloto adormecido en el regazo del ocio o del interés, nada mira por el bien de sus vasallos, faltando éI a sus deberes, ha roto también los vInculos de sujeciôn y dependencia de sus pueblos” (Romero 1977 1: 69). 136 olvidar que Ia Junta de Mayo de 1810 le asegurô a Fernando VII el respeto a su reino y posesiones, y aunque Artigas habla propuesto en 1813 que se declarase “Ia independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligaciOn de fidelidad a Ia corona de Espana y familia de los Borbones y que toda conexiôn polItica entre ellas y el Estado de Ia España es y debe ser totalmente disuelta” (Romero 1977: 2, 62), recién en 1816 las Provincias Unidas se declararon independientes.95 El himno argentino de 1813 introdujo el sepulcro del inca en el imaginario de Ia revoluciôn: “Se conmueven del Inca las tumbas I y en sus huesos revive el ardor, /10 que ye renovando a sus hijos / de Ia patria el antiguo esplendor” (DIaz 24). Esta imagen fue retomada y trabajada porAcuna de Figueroa en Ia version del himno nacional uruguayo de 1845. En su cuarta estrofa se lee que “Al estruendo que en tomb resuena / de Atahualpa Ia tumba se abrió, / y batiendo sañudo las palmas I su esqueleto... Venganza! gritO.” (Acuña de Figueroa 5). Esta imagen del inca, sañudo y vengativo, es algo contradictoria. En un himno marcial como el uruguayo, apelar a Atahualpa para enardecer los ánimos de los combatientes no parece ser Ia alternativa más idônea. Su figura funciona más como desencadenante de sentimientos de conmiseraciOn y simpatla por su triste destino que como Ia de un guerrero luchando por su libertad. En este sentido, Tupac Amaru hubiese sido una mejor opciOn como sImbolo de resistencia. Acuna de Figueroa apela al mismo referente incaico, aunque ligeramente 95 Poco antes del congreso de Tucumán, que declaró Ia independencia, José de San MartIn planteaba lo anômalo de Ia situaciôn: “Es ridiculo acuñar moneda, tener el pabellôn y escarapela nacionales y, por ültimo, hacer Ia guerra al soberano de quien se dice dependemos” (Romero 1977 2: 213). 137 diferente, en un himno dedicado al 25 de mayo. El entomb sepulcral es más apacible, no hay golpes de efecto, el muerto está inmóvil, y lo que clama es libertad, no venganza (Par. 1, 173). La asociaciôn indigena-Revolucion de Mayo es todavIa más patente en un poema de Carlos Villademoros, quien destaca Ia lucha de “los hijos de Capac” sin mencionar ningün rasgo exclusivo de los criollos;96 por el contrario, son superiores incluso a los “Escipiones, AnIbales, Brutos, I en los tiempos de Roma gloriosos” (Par. 3, 1O-1). Estos textos nos enfrentan a una situación peculiar. ,Por qué tanta referencia a los incas?,Qué fascinaciôn ejercio su imperio (o su destino) en Ia mente de los poetas neoclásicos? En principio, una posible lectura para entender en general el fenómeno de Ia presencia indIgena en los textos literarios es Ia que propone Monica Quijada. Para Ia autora, una forma de justificar, avalar y legitimar Ia revoluciOn emancipadora consistla en establecer una similitud entre esa revolución y Ia resistencia indIgena a Ia conquista. Este procedimiento lograba también dane “espesor temporal” a las nuevas entidades polIticas al remontar sus orIgenes a épocas inmemoriales y crear asi una idea de “atemporalidad” (304). Es exactamente lo que hace el espIritu de Manco Capac en La victoria de JunIn (1825), de José JoaquIn de Olmedo, cuando, después de historiar los trescientos años de dominaciOn española, exclama: “Oh pueblos, que formáis un pueblo solo I y una familia, y todos sois mis hijos! I vivid, triunfad” (136), integrando a todos los americanos que luchaban contra el poder colonial. 96 “A esa voz imperiosa, los hijos I de Capac, con Ia carga agobiados, I lanzan gritos de rabia, y conmueve I al Etemo su noble entusiasmo” (Par. 3, 11). 97 “Aqul somos puros indios’, habIa dicho Bartolomé Hidalgo en 1820 al referirse a los americanos (199). No es fácil encontrar afirmaciones tan categOricas en Ia poesla culta. El texto de Villademoros se presenta como una anomalla en el corpus, aunque seguramente se trate de un recurso retórico y no de un punto de vista personal. 138 El poema de Villademoros apunta también a esa direcciOn. No estamos en presencia de un regodeo fünebre en el sepuicro del Inca, sino en plena acciOn guerrera, donde el espanol, enemigo del indIgena durante Ia conquista, es también su enemigo en Ia emancipación. La historia se repite: El carcaj a sus hombros, Ia pica I otra vez del indigena al brazo I recostada se mira, y espera / con robusto talante el estrago. I Otra vez Ia montana escarpada, I otra vez las Ilanuras de Arauco, I yen Ia sangre correr a torrentes, I yen al indio de sangre empapado. I TodavIa a Ia voz del combate / muestra el bárbaro indômito alzado I el pujante bastón de Ia guerra I que sintieran Valdivia y Pizarro. (3, II) ,Qué hacen los araucanos en un poema escrito por un uruguayo en Uruguay? ,Dônde estàn los charrüas? PodrIamos aproximarnos a una respuesta examinando el caso chileno, donde se aprecia un nitido contraste con Ia situación del indIgena en Ia literatura uruguaya. Ya desde el siglo XVIII se habia planteado en Chile el problema de Ia identidad en base a La araucana de Alonso de Ercilla y Züniga y el corpus de materiales artIsticos e intelectuales organizado en tomb a lo que se consideraba el poema epico nacional. De esta manera, cuando se plantearon los debates ideologicos en el perIodo emancipatorio, ya existla un “araucanismo patriôtico” al cual se podia apelar (BurucUa 2003, 438). Uruguay, en cambio, careciô de un poema épico similar al de Ercilla que pudiese ligar los valores indigenas a las luchas emancipatorias, pero pudo apelar a un referente prestigioso para Ilenar ese vacio. En deflnitiva, Ia 139 apropiación de lo mejor de Ia tradición literaria previa estaba prevista dentro de Ia doctrina de imitaciôn del Neoclasicismo, y eso es lo que sucede en este caso. Dejando de lado Ia filiaciOn literaria de los araucanos de Villademoros, hay otro aspecto a considerar. Afirma Quijada que otra estrategia para dar cuenta de Ia presencia aborigen es “tender un puente simbálico entre el grupo criollo y Ia sociedad indIgena, al proponer un punto de encuentro basado en Ia reivindicación de un origen comün” (307). Ese “origen comün”, improcedente desde el punto de vista étnico, resulta muy efectivo en el piano simbôlico. El indIgena, que habIa luchado contra los conquistadores, pasa a representar a Ia totalidad americana, incluyendo a los criollos, en una lucha contra un enemigo comün, el poder colonial español. La büsqueda de un linaje indIgena, entonces, no significa que se acepte y se reconozca Ia otredad de los nativos o su especificidad, sino que se trata de un recurso para reorganizar y transformar Ia polaridad nosotros/ellos en americanos/peninsulares que también reformule el espacio geografico de Ia patria e incorpore a todos los americanos leales (Poch 104). Esa lealtad se asocia con los valores del credo republicano que se transmiten de padres a hijos, entre ellos, “del hombre los fueros, I de los cielos el don más precioso”, y “morir o ser libre” (Par. 3, 10). Los rasgos propios de Ia funciOn guerrera (coraje, resistencia, sacrificio), referidos a Ia figura indIgena, refuerzan Ia construcción de “un espejo de virtudes en el quo podlan mirarse las nuevas naciones” (Quijada 307), esto es, una utilizaciôn del mecanismo del exemplum quo vimos antes. No obstante esta gran comunidad imaginada indIgena quo engloba a toda America, los indios uruguayos son los grandes ausentes en las poesIas quo exaltan 140 justamente esos valores paradigmáticos del guerrero aborigen. Tanto los aztecas como los Incas ya habian sido derrotados, sometidos y finalmente ensaizados por Ia literatura en un proceso que Ilevaba más de doscientos años. Los letrados del Uruguay, por su parte, preferian cantar las glorias de los indIgenas de otras tierras, pero no las de los suyos propios. TenIan sus razones. Gustavo Verdesio, Ieyendo Ia forma en que los historiadores de fines del 51gb XIX se referian a los habitantes nativos del Uruguay, da precisamente en el clavo. La cita es algo extensa, pero vale Ia pena reproducirla: People in 1895 and today admire the “great civilizations” of the continent because the occidental ideological framework is determined by a teleological and evolutionary criterion. To put it another way, what may make the three great cultures [aztecas, mayas, incas] so attractive to people educated in Western culture is their high level of social development in occidental terms. Our way of understanding history as a teleological progression, as an evolution toward a certain goal or ideal, does not differ much from Bauzá’s and makes the Inca, Aztec, and Maya cultures resemble more so than other indigenous groups the evolutionary ideal that predominates in Western societies. They had a state (central government), good administrative organization, armies, division of labor, and so on. The other indigenous cultures, those not organized around a state, are considered less interesting and, therefore, inferior. (Verdesio 209-10) La influencia de Ia ciudad letrada educada en Ia cultura occidental no podia ser 141 más notoria. Adicionalmente, hay otro factor que incide en Ia ausencia del indIgena uruguayo en los textos fundadores del canon nacional y que tiene que ver con su relación con los hacendados en Ia campana. De todas las etnias que poblaban el Uruguay, Ia ünica que habia permanecido prácticamente al margen del proceso de asimilación a Ia sociedad blanca era Ia de los charrüas. De aguerridos soldados de Ia independencia y beneficiarios de las Ieyes sociales del artiguismo se habian convertido en una fuerza que perjudicaba a los estancieros al verse obligados a subsistir mediante actividades delictivas en el medio rural. Las autoridades consideraban que era necesario “escarmentarlos” para garantizar “Ia seguridad del vecindario y Ia garantia de sus propiedades”, como sostenla Juan Antonio Lavalleja. Ese escarmiento ejemplar consistió en convocar a los charrüas a una asamblea con comida y bebida y masacrarlos arteramente. El propio presidente Fructuoso Rivera dirigio las operaciones (abril de 1831). Los pocos sobrevivientes tuvieron su desquite un año más tarde, cuando ejecutaron al coronel Bernabé Rivera, sobrino del presidente, que se habIa caracterizado por su particular celo en solucionar el problema indigena (Machado 134). En otra muestra del divorcio de Ia ciudad letrada y Ia ciudad real, lejos quedaron las palabras que Carlos Villademoros Ie hizo decir a Lavalleja en una obra de 1832: “nuestros brazos I jamás el golpe matador dirigen I del indIgena al cuello desgraciado” (Par. 2, 32). La muerte de Bernabé fue sentida como una tragedia nacional (Pivel 1981a, XXXIV). Era el mártir de Ia civilización en Ia lucha contra Ia barbarie y un ejemplo para Ia ciudadania. Los poetas no escatimaron calificativos para referirse a los charrüas y 142 describir sus prácticas: “bárbaros” (Par. 1, 199); “A su frente el espanto / precede a sus furores, I y en pos, todo es horrores, I sangre, y asolaciôn”; “fieras turbas” (200); “Cual cometas de muerte I los rUsticos plumajes I de sus rostros salvajes I realzan el furor”; “horda terrible” (202); “fieros monstruos”, “linaje infausto” (203); “escuadrón traidor y forajido”, “gavilla carnicera” (AraUcho 84), entre otros. A tal punto llego el ninguneo que ni siquiera se los Ilamô “charrüas”, sino “caribes” (204). Lejos habian quedado los tiempos en que los indIgenas combatlan contra Espana en un mismo pie de igualdad con los criollos, como lo celebra Hidalgo al cantar Ia batalla de Maipü: “Pero bien ayga los indios! I Ni por el diablo aflojaron, mueran todos los gallegos, / Viva Ia Patria, gritaron” (188). AquI se consagraba a los indios que vencieron a los espanoles y se referIa a ellos sin los aderezos de Ia alta cultura que habla puesto a Atahualpa dialogando con Fernando VII. En ese entonces los indios luchaban por Ia patria americana y eran celebrados por propios y extraños, mientras los charrüas, que también habIan hecho lo mismo, terminaban masacrados en los hechos y descalificados en Ia literatura. Hubo que esperar hasta fines del siglo XIX para que Zorrilla de San MartIn “consagrase” Ia imagen del charrüa, ya relegado al olvido, despojado de sus cualidades “negativas” y listo para comenzar a funcionar como el mito fundacional de Ia “nacionalidad oriental”. Si bien el indio tuvo, aunque tardlamente, su lugar en el imaginario nacional, no se puede decir lo mismo del negro, aunque hubiera estado en Ia primera IInea de combate de los batallones de Espana contra los ingleses, en las tropas de Artigas contra los españoles y en los ejércitos de Lavalleja, Rivera y Alvear contra los 143 brasileños. En Ia construcción de Ia naciôn que canto Ia poesla de nuestro corpus, Ia voz del negro no tuvo su lugar propio, aunque contô con Ia mediaciOn de Ia ciudad letrada blanca. Francisco Acuña de Figueroa, quien no dejO aspecto de Ia vida sin transformarlo en poesIa, empleO un nombre ficticio para escribir un Canto patriótico de los negros, celebrando a Ia ley de libertad de vientres y a Ia constitución (1830). “Esta graciosa composiciOn”, como Ia define una nota a pie de pagina (Par. 1, 229), está escrita en lo que pretende ser Ia transcripción del castellano hablado por Ia poblaciOn africana de Montevideo, lo que por momentos reduce su inteligibilidad. El Canto patriOtico recuerda los tiempos de esclavitud durante Ia colonia y Ia dominaciOn portuguesa, homenajea a los legisladores y al Ejecutivo y afirma Pa necesidad de respetar Ia ley y gozar de Ia libertad. Acuña de Figueroa, como antes Hidalgo con los cielitos, se apropia de un lenguaje que no es suyo y le da carta de ciudadanIa literaria al escribir el poema. Al igual que lo habia hecho Hidalgo con los sectores rurales, con esa apropiaciOn asume también Ia representaciôn de Ia comunidad negra. Es, de nuevo, Ia tIpica actitud del letrado que pone orden en el caos, integrando mediante Ia escritura a un sector social minoritario para hacerlo formar parte del proyecto liberal de su tiempo. Hay que destacar, en este sentido, los valores que subraya: Ia hombria de bien, no abusar de las Ieyes, contraer matrimonio como un buen cristiano, sacrificar el trabajo, el ocio y hasta Ia vida por Ia defensa de Ia patria: E polelle ene sapülo / de envasione sinemiga, /10 conchavo, lo decanso, /10 sangle se saclifica. II Ma no sen busa den Leye; / y Malungo y su nenglita / 144 como buena quilitiano I quo si casa, e quo si clia; II y gosalan nuete sijo / Ia Libetá bien tendila; cuando homble debiene, plemio {...]. (Par. 1,231-2) Dar Ia vida por Ia patria, viniendo de Acuña do Figueroa, resulta sumamente irônico, poro nos rocuerda quo los nuevospalsos, además do nocesitar personas socialmente rosponsables y productivas para revitalizar sus maltrechas oconomias tras años do guorras, roquorlan también came de cañon de recambio para afrontar los conflictos que no terminaban de desaparecor. Esta realidad domografica trae a colación el papel de Ia mujer en Ia formaciOn del estado. En el univorso predominantomente masculino de los poetas neoclásicos, Ia mujer oriental aparece, fundamentalmente, como sostén do Ia familia patriarcal. Maria Inés do Torres (1995) ha estudiado el papel do las diferentes figuras femeninas (madre, esposa, hija) en Ia conformaciOn de Ia idea do patria y su simbolismo en Ia cultura letrada. Para Ia autora, en Ia retórica do Ia poesia patriOtica del periodo independentista Ia familia no sOlo figura como pilar del ostado sino quo el mismo estado es visto como una familia (25). Esta lectura retoma Ia linea desarrollada por Doris Sommer en su Foundational Fictions. The National Romances of Latin America (1991) y muestra quo el papel simbólico de Ia mujer en Ia construcciOn del estado nacional es anterior a Ia novela romántica o, en el caso uruguayo, al poema nacional Tabaré (1888). En los textos poéticos de nuestro corpus Ia presencia femonina está muy representada mediante alegorlas y referencias a personajes mitologicos. Entre las 145 primeras figuran Ia Fama, Ia Discordia, Ia ConstituciOn, Ia Concordia y Ia Libertad. El arsenal de deidades grecolatinas incluye repetidas menciones a Belona, Ia diosa romana de Ia guerra, como corresponde a los tiempos bélicos que marcaron el primer tercio del siglo XIX. Asimismo, el Uruguay como pals eminentemente agropecuario cuenta con el apoyo de las deidades de Ia naturaleza, en particular las vinculadas con el cultivo de Ia tierra, Ceres y Pomona. Como garantia del orden institucional, Astrea y Temis supervisan Ia labor de los legisladores, en tanto Minerva preside Ia formaciôn intelectual de los ciudadanos. Musas y ninfas inspiran Ia actividad de los poetas y agregan colorido y movimiento a los ambientes campestres. Hasta aqul, todo previsible y convencional. Lo que si es destacable, sin embargo, es Ia presencia de una mujer en el elenco de los poetas de El parnaso oriental, Petrona Rosende de Ia Sierra (1787-1863). Petrona Rosende, montevideana, vivio un tiempo en Buenos Aires. AllI publicó el periOdico La aljaba, dedicado a las mujeres argentinas. Los principales artIculos de los dieciocho nUmeros editados entre 1830 y 1831 versaban sobre Ia influencia de Ia mujer en Ia sociedad, Ia critica a quienes se oponlan a su instrucción, Ia educaciOn de las hijas, las consecuencias perjudiciales del lujo, Ia beneficencia, Ia vanidad y Ia envidia, el amor a Ia patria y a Ia religion y las pruebas de Ia existencia de Dios. De vuelta en Uruguay, Petrona Rosende se dedicO durante varias décadas a Ia enseñanza en su instituto para niñas y mereció una pensiOn del gobierno por los servicios que habla prestado “a Ia instrucciOn y educaciOn del bello sexo en épocas en que en esa consagracion a Ia enseñanza era una honrosa excepciOn”, segün reza el 146 texto de Ia ley (Pivel Devoto 1981b, CXIII). Los textos de Rosende que ha preservado El Parnaso oriental tratan asuntos filosóficos, satIricos, elegIacos, encomiásticos y patrióticos. En este ültimo rubro, su poesia se mueve dentro de los mismos parámetros temáticos fijados por Ia práctica creativa masculina de su tiempo, tales como Ia celebraciôn del veinticinco de mayo, Ia exaltaciôn de Ia lucha por Ia libertad y los sentimientos de amor al terruño. En su oda a Ia fecha emblemática del comienzo de Ia revoluciôn rioplatense hace uso de Ia misma herramienta retôrica que sus pares hombres, Ia recusatlo: “Oh si mi lira fuera templada I por el Dios mismo que el Pindo mora! / COmo cantara tus faustos timbres I con voz excelsa!... “(Par. 3, 42). Ahora bien, ,es Ia humildad fingida de Ia poetisa nada más que Ia práctica corriente de Ia recusatlo, o estamos, además, frente a Ia afirmación de su condición de mujer que escribe poesla patriOtica a pesar de que sus cultores sean mayoritariamente hombres? El poema concluye: “Mas ya que a tanto Ilegar no puede I mi débil pecho, recibe oh dIa! lbs sentimientos de amor patrio I que tü me inspiras” (42). El detalle del “débil pecho” es lo que posiciona Ia voz de Rosende en un lugar diferente del Parnaso. Su poesIa le canta a Ia patria, pero lo hace aportando sutiles pinceladas de una sensibilidad que cumple Ia funciôn de integrar a Ia mujer a Ia comunidad de patriotas, ya que no de ciudadanos - recordemos que Ia mujer no votaba- desde un angulo distinto. En los textos celebratorios de los yates, Ia figura femenina estaba representada bien por Ia madre/esposa/novia/hija sufrida, con un familiar en Ia guerra, o por ninfas o diosas, como hemos visto anteriormente. En cambio, estos versos pintan un escenario más intimista, donde se hacen presentes Ia 147 ternura y el amor maternal: “Oye a los niños, que en el regazo / son adormidos, en su dialecto, I ya pronunciando al Veinte y cinco I vivas gracias” (42). Detalles como éste diferencian Ia voz de Rosende y el lugar desde el que escribe. El siguiente himno a las damas orientales en oportunidad del 25 de mayo de 1836 es otro buen ejemplo. Además de las estrofas dedicadas a Ia patria que eleva altares a Astrea y Minerva (3, 15), arroja al dios de Ia guerra de su templo y aplasta a Ia anarquIa (14), el poema les canta a las mujeres: Hoy es vuestro dIa, / Damas Orientales, / lucid vuestras gracias / y elegantes talles. II Pasead por los prados, I hermosead las calles, I en risas y gozo / vuestra faz se bane; / el canto festivo, I el baile, el teatro, / en el Veinticinco / ostenten su encanto. II Este dIa grande I el sexo festeje, I pues también el sexo I libertad le debe; I hoy los vuestros lazos I estrechad activas, I de amistad constante / con fraternos vivas. (13-4) En términos generales, el tono marcial de las composiciones masculinas se mantiene, pero aqul Ia militancia es por Ia belleza y Ia elegancia de las mujeres. AsI como los hombres exaltan las hazañas bélicas con exempla clásicos de virilidad, heroIsmo y sacrificio, Rosende adopta un aire festivo, liviano, que no por ello resulta menos patriótico. La poetisa se dirige aqul expilcita y directamente a otro püblico que se mueve en ámbitos urbanos, más relajados, lejos del fragor de las batallas, y con un toque de sensibilidad femenina que, obviamente, está ausente en Ia poesla de los hombres. 148 El caso de Petrona Rosende, aunque ünico en el corpus seleccionado, nos muestra que Ia mujer, tradicionalmente relegada a las Ilamadas “labores propias de su sexo” en el discurso hegemonico masculino, pudo encontrar una fisura por Ia cual ingresar a Ia ciudad letrada haciendo suyos los grandes temas de Ia poesla que hasta entonces eran patrimonio de los poetas, de forma tal que logro brillar en el panorama cultural de su tiempo. Prueba de ello son dos décimas que le dedicO el hiperbOlico Acuña de Figueroa, en las que Ia nombra “Ia décima Musa”, “Ia octava maravilla” y “Ia Safo oriental” (Par. 3, 17). Si bien su producción cayó rápidamente en el olvido, como Ia de casi todo el periodo, en nuestros dIas su figura ha despertado un renovado interés. Maria Inés de Torres ha destacado Ia importancia de su obra como pionera de Ia escritura femenina en Ia literatura uruguaya, en Ia que Rosende hizo valer su voz y su derecho, y el de las mujeres en general, a construir Ia nación (52). La misma Petrona Rosende era consciente de ello cuando escribió, al volver a Montevideo: “Vive feliz, oh Patria, y que Ia historia I enseñe con letras de oro al orbe entero I tus grandes hechos, tu inmortal memoria. / Mientras que con sumiso rendimiento / tributan un recuerdo a tu alta gloria / ml humilde lira y femenil acento” (2, 214). Fue ese acento lo que aportô un toque de originalidad al ejercicio de las letras, prácticamente monopolizado por las voces de los hombres. 149 CapItulo 4 - El legado del Neoclasicismo fundacional Espacios pUblicos y actos de masas La presencia del Neoclasicismo en Uruguay no es solo un rasgo de su literatura fundacional. AsI como ésta, en particular Ia recogida en El parnaso oriental, se puede leer como Ia monumentalizaciôn de los primeros pasos hacia una independencia politica y cultural, con los cantos a los hechos guerreros y las efemérides patrias preservados para una lejana posteridad, Ia arquitectura y Ia estatuaria también han conservado elementos de Ia estética neoclásica que las relacionan tanto con Ia antiguedad grecolatina como con los ideales de Ia emancipacion. Entre esos monumentos podemos diferenciar dos tipos: 1) los levantados durante Ia epoca colonial, neoclásicos por su diseño y por el momento histôrico en que fueron construidos, y 2) los que, desvinculados cronologicamente del Neoclasicismo, presentan rasgos propios de aquél, especialmente en cuanto a Ia simbologla tIpica del perlodo revolucionario. Montevideo, por haber sido el centro del poder politico y militar de Ia Banda Oriental durante el perido colonial y por su temprano posicionamiento como capital nacional, presenta ejemplos de ambos tipos. En el planeamiento de los disenos urbanos en sus colonias, Ia corona española aplicO un patron regular: el damero organizado en tomb a Ia plaza mayor y, alrededor de ésta, los edificios del poder temporal y espiritual (Romero 1976, 56). En Montevideo, este modelo se halla representado por Ia Plaza Matriz, flanqueada al este por el Cabildo (imagen 8). Este edificio comenzO a construirse en 1804 y fue, además 150 de sede del poder capitular, cárcel (GuIa 113). Frente al Cabildo, en dirección oeste, se encuentra Ia Catedral (imagen 9), proyectada en 1790 e inaugurada en 1804 (Gula 117). El espacio comprendido entre ambos edificios fue el sitio donde sejuró Ia constituciôn de 1830 que tanto cantaron los poetas de su tiempo. Un poco màs hacia al este sobrevive parte de las fortificaciones, representada por Ia puerta de Ia Ciudadela (imagen 10). Estas construcciones integran el casco antiguo de Montevideo, denominado Ciudad Vieja. Otros monumentos, más modernos, como el Templo Ingles, replica del edificio construido en 1845 (imagen 11), son ejemplos claros de Ia sobriedad de las formas y Ia sencillez del diseño que proponla el Neoclasicismo. Montevideo cuenta también con un edificlo que lo conecta con Ia antiguedad clásica y, metafôricamente, con su concepcion del mundo inferior. Se trata de Ia Rotonda del Cementerio Central (imagen 12), emparentada arquitectónicamente con el Panteón de Paris y deudora, en Ultima instancia, del PanteOn de Agripa del fines del siglo I a. C. en Roma. Como en su homologo frances, en el Panteón Nacional, que ocupa Ia cripta de Ia Rotonda, se encuentran sepultados los muertos ilustres del pals. Se podria decir que es alII donde están congregados los manes de quienes contribuyeron en vida y en sus respectivos campos -politica, artes, ciencias- al desarrollo del Uruguay. Se da el caso, también, de figuras ilustres que, aunque no son sepultadas en el Panteón, permanecen aIli algUn tiempo antes de ser ubicadas en su destino final, de todas maneras integrándose al colectivo de nombres célebres que Ia sociedad identifica y reconoce como suyos. Vida, muerte e inmortalidad se conjugan asi en un cementerio trazado como una 151 “ciudad de los muertos” a Ia que se accede desde Ia “ciudad de los vivos” a través de un arco triunfal que da paso a una idealización de Ia organización urbana, con su parcelamiento, sendas, nichos, panteones y un cuidadoso diseño del elemento verde (Gula 290). Pero es quizas en el campo de las festividades püblicas donde mejor se percibe el legado del Neoclasicismo fundacional. En efecto, Ia trIada constituida por un espacio abierto (en general, una plaza o una intersección de avenidas), un acto (particularmente cuando está vinculado con alguna efeméride o una manifestación cIvica) y uno o más monumentos (que enmarcan el espacio de Ia celebraciôn o constituyen su centro) muestra, en cada nueva actualizaciôn de una fecha patria, un resultado deportivo o una protesta contra el gobierno de turno, Ia persistencia de Ia tension entre el Neoclasicismo que estableciO las bases del estado y Ia manifestaciOn del sentir popular. Repasaremos brevemente los espacios montevideanos que han sido escenario de esas interacciones. La Plaza de Cagancha, también llamada Plaza Libertad, tiene en su centro una columna sobre Ia que se halla una estatua de bronce que conmemora Ia paz entre los partidos politicos en 1865 (imagen 13). La estatua representa a una figura femenina vestida a lo griego, tocada con un gorro frigio, que lleva en una mano una bandera y en Ia otra un gladio romano (Burucüa 1990, 153). En su conjunto, Ia escultura guarda un cierto aire de semejanza con Ia imagen de Ia Libertad en el cuadro de Eugene Delacroix La libertad guiando a! pueblo (1830). Más aCm, ambas representaciones femeninas se vinculan con el simbolismo revolucionario frances de Marianne, que 152 reüne en una doble alegorla Ia idea de libertad con Ia de repüblica, dos rasgos caracterIsticos del Neoclasicismo revolucionario (Agulhon 18). El Obelisco a los Constituyentes de 1830, inaugurado en 1938 en Ia intersección de tres avenidas, incluye tres estatuas alegOricas de bronce que representan Ia Libertad, Ia Ley y Ia Fuerza, todas ellas con vestimenta griega y atributos tIpicos: el pecho desnudo y las cadenas rotas, una mano sosteniendo Ia Constituciôn, un casco y una espada (imágenes 14, 15, 16, 17). Este entorno, fuertemente cargado de referencias a Ia institucionalidad, fue el escenario del multitudinario acto del 27 de noviembre de 1983, probablemente el más grande de Ia historia polItica del Uruguay, que uniflcô el frente opositor bajo Ia consigna “Por un Uruguay sin exciusiones” en los ültimos tramos de Ia dictadura militar de 1973-1 984 (Caetano 277). El Palacio Legislativo (imagen 18), inaugurado el 25 de agosto de 1925, primer centenario de Ia declaración de independencia, es Ia sede de las cAmaras do diputados y senadores. Desde el punto de vista arquitectônico, se afilia a Ia corriente eclecticista, que también so vincula con Ia tradiciôn clásica y los valores democráticos y republicanos (Gula 161). Ocupa una eminencia del terreno en Ia confluencia de cuatro grandes avenidas y está rodeado de un amplio espacio abierto que ha sido testigo, entre otros actos do gran valor simbólico para Ia democracia uruguaya, del primer festejo del DIa do los Trabajadores durante Ia dictadura (1983). Recientemente se recibió aIII a los jugadores do Ia selección nacional de fUtbol que obtuvo el cuarto lugar en el mundial de Sudáfrica, acontecimiento que convocó a una impresionante 153 multitud como hacja tiempo no se vela en Ia ciudad. Hemos dejado para el final Ia Plaza Independencia, el espacio más significativo en este breve compendio de lugares cargados de simbolismo republicano y, en ültima instancia, neoclásico. Doscientos años después de los acontecimientos de mayo de 1810, el diAlogo entre el Neoclasicismo y Ia gauchesca sigue estando presente, esta vez en el marco del ceremonial del traspaso del poder presidencial, en una muestra de Ia vitalidad de los elementos simbOlicos que acompanaron Ia formaciOn del pals. El retorno a los orIgenes El primero de marzo de este año asumiô Ia presidencia José Mujica, ex guerrillero tupamaro. Primer detalle a considerar: los españoles Ilamaban “tupamaros” a los americanos que luchaban contra Ia dominaciôn colonial. El escritor uruguayo Eduardo Acevedo Dlaz, hablando de las milicias patriotas, dijo de los criollos en su novela histórica Ismael (1888): “Los tupamaros figuraban en primera Ilnea; y, sabido es que bajo ese dictado irónico era como distinguIan a los criollos o nativos los dominadores, comparándolos con los adeptos del animoso cuanto infortunado Tupac Amarü” (Acevedo DIaz 207). Los guerrilleros tupamaros del siglo XX, activos en los años sesenta y setenta, rescataban el nombre de los precursores de 1811 y Ia lucha armada como forma de resistencia y combate a Ia represion originada desde el gobierno y los grupos de poder económico. Recuperaron también Ia figura del caudillo blanco Aparicio Saravia, quien se enfrentá al proyecto colorado y burgués del presidente José BatlIe y Ordôñez en 1904, apropiándose de su consigna “Habrá patria para todos o no habrà patria para nadie” (Rey Tristan 175). Los tupamaros proponIan 154 también una serie de medidas de corte antioligarquico y antiimperialista, con Ia reforma agraria como uno de los puntos fundamentales de su programa. Esto los liga con el pensamiento artiguista, del que se decian continuadores. La identificación simbólica con los tiempos de Ia Patria Vieja inclula asimismo el uso de Ia bandera de Artigas como insignia del movimiento y el “Cielo de los tupamaros”, de Osiris Rodriguez Castillo, como himno (Rey Tristan 166-7). La composiciôn musical, además de continuar Ia tradición combativa que habla inaugurado Bartolomé Hidalgo con sus cielitos, hace referencia, en lenguaje gauchesco, a los patriotas que comenzaron Ia gesta de 1811. Todas estas alusiones apuntan, en definitiva, ala actualizaciôn de un momento histórico fundacional en el cual Ia lucha armada fue un rasgo capital, que el movimiento tupamaro del siglo X)( asumió como ünica alternativa a un diálogo imposible entre dos proyectos de pals: Desde los albores, nuestra historia [Ia del Uruguay] está pautada por Ia lucha armada revolucionaria y popular [...] Nuestra lucha armada desde el punto de vista nacional debe ubicarse simplemente como Ia ültima ‘patriada’, Ia ültima guerra civil, adoptando formas modernas, definitiva, Ia del pueblo, Ia que no podrán estafar porque es claramente de abajo contra los de arriba. (Actas 40). Tupac Amaru, Artigas, cielito, todo nos retrotrae a los años de Ia emancipacion y a Ia lucha contra Ia desigualdad y Ia pobreza, esta vez encarnada en Ia figura emblemática de José Mujica, campechano, informal, dueño de un habla poblada de términos camperos, quien, como su tocayo Artigas en el exilio, también cultiva su 155 quinta al descansar de sus tareas de gobierno. Esta informalidad de Ia figura presidencial, perceptible igualmente en un código vestimentario alejado del clásico saco y corbata del politico tradicional, que genera una mayor identificación con Ia figura del uruguayo medio, se reafirmó en Ia asunciôn del mando. En ceremonias anteriores, el presidente entrante saludaba al pueblo desde los balcones de Ia Casa de Gobierno, mientras que en 2010 el saludo fue en Ia plaza, prácticamente a nivel del pü bli co. La Plaza Independencia está situada en pleno centro de Ia ciudad. Segundo detalle a considerar: fue diseñada en 1836 siguiendo Ia estética neoclásica, todavia perceptible en el portico quo sobrevive en el lado este y que en otros tiempos Ia circundaba completamente (imagen 19). Al oeste de Ia plaza se encuentra Ia puerta de Ia Ciudadela, reliquia de las fortificaciones de Montevideo que presentamos anteriormonte. Hacia el sur, Ia Casa do Gobierno, quo pronto ocuparia el nuevo presidente, comparte las IIneas austeras y evocativas do Ia antiguedad (imagen 20). Detrás del estrado, el mausoleo de José Artigas, coronado por su estatua ecuestro, agrega otro vInculo con Ia revoluciOn oriental de 1811 y su programa politico, otorgandole al momento una legitimaciOn adicional. Rodeado do Ia arquitectura quo nos retrotrae a los tiompos do Ia independencia y a los valores liberales quo Ia motivaron, Ia asunciOn do Mujica tiene una significaciOn simbólica muy profunda. El entomb contribuyo a generar el carácter solemne del momento do Ia sucosión presidoncial, pacIfica y periôdica, ajustada a Ia vigencia del estado de derecho, quo fue duranto mucho tiempo una de las caractoristicas 156 principales de Ia democracia uruguaya. El gestor de esa realidad es el pueblo que, esta vez sin montonera, legitima al gobierno con una herramienta de transacción entre el despotismo y Ia temida “anarquIa” que aterrorizaban por igual a los neoclásicos: el voto. La ceremonia contô con Ia participación de reconocidas figuras de Ia müsica popular uruguaya, entre las cuales hay que destacar al duo Los Olimareños y al solista Daniel Viglietti, de larga militancia como cantores comprometidos con Ia problemática social. Estos artistas, entre otros, revitalizaron Ia tradiciOn folklórica del Uruguay en Ia década de los años sesenta y se hicieron eco de nuevas tendencias ideológicas. De esta manera, ese tipo de müsica, con sus cielitos, milongas, vidalitas y otros ritmos, que hasta entonces tenla una fuerte impronta evocativa del pasado, se focalizO en lo cotidiano y en los temas entonces vigentes en Ia sociedad (Figueredo 39). En esos años, Ia canción de protesta derivada de esa reutilizaciôn de lo folklórico se habla convertido en una herramienta de militancia revolucionaria, de Ia que decia el antropólogo Daniel Vidart en 1968: Estamos de nuevo en guerra, y ahora se trata de una guerra por Ia liberaciôn total: del dominio económico, de Ia violencia ideológica, de los mitos conformistas y Ia alegria del miedo. Vuelven a Ia liza Ia figura de Artigas y su Reglamento Provisorio de 1815, se exalta Ia lucha de los viejos tupamaros, pocos pero bien montados -se pide el desalambramiento de los campos, se denuncia Ia vida miserable que soportan los cañeros, los taiperos, los quileros,98 98 Vidart alude aqul a canciones que tratan Ia problemática del Iatifundio (A desalambrar, de Daniel Viglietti), de los trabajadores de Ia caña de aztcar (Milonga cañera, de Aifredo Zitarrosa), de los obreros de los arrozales (El taipero, de José Rondán Martinez y Jesus Perdomo) y de los pequeños contrabandistas de Ia frontera con Brasil (Camino de los quileros, de Osiris Rodriguez Castillo). 157 en suma, se rasgan de arriba a abajo, las ültimas vestiduras que disimulan Ia realidad afrentosa del campo contemporáneo. (en Figueredo 104-5) En el marco de Ia asunciôn presidencial, Ia actuaciôn de estos müsicos, lejanos herederos artIsticos e ideologicos de Bartolomé Hidalgo, pone a Ia ceremonia en lInea con los grandes momentos de Ia patria y con los padecimientos de los más desposeIdos. La perduración en el imaginario colectivo de esas luchas y expectativas populares, en cuya supervivencia han jugado un papel fundamental esos textos y melodlas, se reforzó con Ia interpretación de Ia milonga A don José, uno de los temas más populares del repertorio de Los Olimareños. Compuesta por Ruben Lena en 1968 y declarado por ley “himno popular y cultural” en 2003, forma parte de Ia educaciOn cIvica de los uruguayos desde Ia escuela primaria. Su tema es Ia figura de Artigas y sus tropas, tupamaros históricos, como el mismo presidente Mujica ciento cincuenta años más tarde. Significativamente, tanto las nuevas autoridades del Poder Ejecutivo como el pueblo en Ia calle corearon sus estrofas de pie, como se canta el himno nacional, en una suerte de contrapunto con ese legado del Neoclasicismo fundacional. Sin entrar a considerar las Imneas programáticas de su gobierno, Ia asunción de Mujica el primero de marzo de 2010 se puede leer, entonces, como un momento más en el dialogo entre lo neoclásico y lo popular que ha acompanado las luchas sociales y polIticas desde los años de Ia emancipaciOn, vuelto a reactualizar en lo que parece ser, en definitiva, el terreno natural de esa confrontaciôn de ideas: Ia viabilidad de un proyecto nacional Ilamado Repüblica Oriental del Uruguay. 158 Conclusiones El examen de nuestro corpus ha puesto en evidencia el importante papel que cumplieron los modelos clásicos grecolatinos en el proceso de construcción del Uruguay independiente. Esta reutilización de elementos preexistentes en Ia tradición culta se instrumentô de varias maneras y abarcô diferentes aspectos. En primer lugar, se destacaron los momentos bélicos de mayor trascendencia, particularmente en Ia guerra contra Brasil, y se los confrontO con los hechos de armas que hablan tenido lugar en el mundo clásico. Esta büsqueda de referentes apuntó a Grecia y al periodo de las guerras médicas, puesto que Ia lucha de las pequenas ciudades griegas contra el gran imperio persa tenla evidentes paralelismos con Ia situaciôn que se vivia en el Rio de Ia Plata, donde Ia minüscula Provincia Oriental se enfrentaba, victoriosamente, al poderoso imperio brasileño. Al referirse a esos antecedentes que destacaban los valores militares de los griegos (incluyendo Ia derrota de las Termópilas por su alto contenido de heroIsmo y patriotismo), los escritores neoclásicos buscaron dignificar los hechos locales mediante su comparación con esos modelos consagrados por Ia historia y por una larga práctica literaria. De esta manera, los acontecimientos que tenlan lugar en una zona marginal del mundo desde una perspectiva eurocéntrica eran parangonados con los grandes hitos del patrimonlo cultural de las civilizaciones clásicas, e incluso los superaban. En segundo término, los principales actores de Ia guerra fueron asimilados a sus contrapartes clásicas de Ia literatura (Aquiles) y Ia historia (TemIstocles, Escipión), presentàndose asI como modelos y espejo de virtudes para inspirar comportamientos 159 edificantes y permitir Ia emulaciOn por parte de Ia población local. Ese mismo proceso se aplicó a los legisladores y otros hombres püblicos al establecerse el estado I ndepend iente. En resumen, podrIamos concluir que, a diferencia do Roma, Uruguay no tuvo un Virgilio para escribir el gran poema épico nacional, pero suplió esa carencia con una multitud de textos que, en su conjunto, cumplieron el mismo papel fundacional que Ia Eneida y consagraron las figuras que terminarlan convirtiéndose en los heroes nacionales. En cuanto a Ia construcción del estado y su expresión en Ia literatura, el aporte del mundo grecorromano se tradujo en el empleo de alegorlas e imagenes de tipo mitologico que funcionaron como deidades tutelares de las instituciones del joven pals. Esas figuras cargadas de resonancias augustas y solemnes fueron funcionales al momento histórico por el que atravesaba el Uruguay, amenazado por las disensiones internas y los germenes de las guerras civiles. Los continuos Ilamados a Ia pacificaciôn, Ia union y Ia fraternidad que efectüan los textos dan prueba de lo inestable de Ia situación y de Ia necesidad de ofrecer una imagen sOlida, monolitica y estable que contrarrestara los factores disolventes en el seno de Ia sociedad. En ese sentido, el Neoclasicismo, al presentarse como un sistema de referencias dependiente de una larga tradiciOn de prestigio quo so remontaba al mundo clásico grecolatino, proporcionaba ese respaldo simbólico. Como una derivación de este aspecto, a tratar en futuras investigaciones, seria interesante estudiar el empleo de las figuras alegóricas y otras imágenes referidas al mundo clásico en Ia producciOn impresa de 160 carácter oficial, como los sellos, billetes, emblemas de instituciones pübhcas y otros materiales emanados de los poderes del estado, que muestran Ia vigencia de Ia iconografla neoclásica como una matriz de pensamiento persistente y uniforme. Restará también sumar otras artes muy productivas en cuanto a Ia presencia neoclásica, como Ia arquitectura y Ia pintura en Ia direcciôn de los estudios de Laura Malosetti. A ese mismo carácter rIgido y unificador del discurso neoclásico se debe Ia asimilación de 10 heterogeneo, cuando fue posible hacerlo, integrandolo tanto al campo de Ia literatura como al de Ia construcción del pals. La voz de las odas marciales, Ia celebración de las efemérides y los cantos al progreso utiliza un mismo lenguaje para todos, sin reconocer matices entre el habla urbana, rural, indigena o de ralces africanas de su püblico. Cuando las diferencias fueron irreconciliables, esa heterogeneidad tue excluida del sistema, y no solo a nivel Iiterario, como sucedió con los charrüas. En cuanto a las producciones de tipo popular, el papel ejemplificador de Ia tradiciOn clásica prácticamente no tuvo aplicaciOn, debido a Ia falta de una formaciôn de tipo libresco en el püblico al que estaban dirigidas. Esos textos empleaban un cOdigo linguIstico y un sistema de referencias más cercano a las circunstancias vitales de Ia población rural, 10 que explica Ia ausencia casi total de modelos grecolatinos en esos materiales y, como contrapartida, Ia presencia de referentes locales, particularmente los caudillos y Ia masa anónima de sus gauchos. Como hemos visto, el Neoclasicismo, en 10 artIstico y en lo ideológico, fue un 161 movimiento que tendiô a lo uniforme y lo homogeneo. Fiel al precepto de Ia imitaciôn, en Ia que los poetas debian aplicar Ia cartilla de las poéticas dictadas por los grandes teóricos, los intelectuales formados en su seno aplicaron concienzudamente los estereotipos que orientaban no solo Ia práctica de Ia literatura sino el ejercicio de Ia polltica. No habia nada que innovar, como lo muestra el caso de Ia constitución uruguaya de 1830. Su redactor, el doctor José Ellauri, defendió con elocuencia su proyecto, insistiendo en que Ia mayor parte de los artIculos eran una copia literal de Ia constituciôn argentina de 1826. “La ComisiOn no tiene Ia vanidad de persuadirse que ha hecho una obra original”, dijo el abogado (Machado 128), haciendo profesiOn evidente de Ia dorada medianIa horaciana. Un texto del calibre de Ia primera constituciOn, pues, nacia huérfana de referentes locales; mejor dicho, segula con fidelidad un modelo foráneo que no se ajustaba a Ia situaciOn del Uruguay. Lo mismo puede decirse del tratamiento de Ia realidad nacional en Ia literatura culta y en Ia popular. Mientras Ia primera pinta un panorama prácticamente idIlico, o al menos Ileno de esperanza en el futuro, los textos gauchescos son crIticos e incisivos, dibujando un mapa diferente del pals y de sus necesidades. La figura del gaucho, personaje fundamental de las luchas independentistas, asume, en Ia pintura sombrIa que ofrece el Cielito del blandengue retirado, el papel de contraejemplo de los logros del proyecto letrado. Su amarga queja es un Ilamado de atenciOn a los neoclásicos y a Ia sociedad que los sustenta, y su alegato desenganado prefigura Ia imagen del gaucho rebelde, orejano, casi ácrata, que ha pervivido en Ia cultura popular. Ulteriores desenvolvimientos de esta Ilnea de investigacion se beneficiarlan del 162 cotejo y contraste de los principales hechos de Ia historia social y politica del Uruguay en el perIodo en que los dos lenguajes literarios se enfrentaron en Ia arena de Ia prensa periódica, terreno natural de las diatribas de Ia hora, al calor de los acontecimientos. Una y otra lectura, con sus particulares estrategias discursivas, el empleo de exempla especificos y, básicamente, Ia concepción de pals defendida por cada trinchera, podrIa aportar elementos significativos al estudio de las influencias reciprocas entre dos lenguajes aparentemente tan disImiles en 10 formal pero tan ligados al proceso de fundaciôn del estado y a su suerte posterior, cuyas repercusiones insisten en extenderse hasta nuestros dIas. 163 Imãgenes 2. Escudo de Ecuador. 3. Escudo de Argentina. 1. Montevideo y sus murallas. 164 4. Escudo de Chile. 6. Escudo de Guatemala. 5. Escudo do Peru. 7. Escudo de Uruguay. 165 166 8. Cabildo. 9. Catedral de Montevideo. 167 10. Puerta de Ia Ciudadela. 168 ItTemploingles. 169 12. Rotonda del Cementerlo Central. 170 13. Estatua en Ia Plaza de Cagancha. 171 14. Obelisco a los Constituyentes de 1830. 172 15. La Libertad. 16. La Ley. 17. La Fuerza. 173 18. Palacio Legislativo. 174 175 19. Plaza Independencia. 20. 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